-Soy el general Antonio Ketín Vidal, jefe de la Dincote – se presentó el hombre que acababa de entrar en la casa.
El otro hombre, vigilado férreamente por un grupo de policías, se levantó del sillón y extendió su mano para estrechar la del general.
Por infobae.com
-Abimael Guzmán Reinoso – dijo.
-Usted sabe… En la vida se gana o se pierde. Usted que es dialéctico tiene que entender que ha perdido. Tome asiento – lo invitó Ketín Vidal.
-Pueden haberme capturado a mí, a la gente… Pero lo que el pueblo tiene aquí no se lo quita nadie. La historia lo dirá – le contestó Guzmán.
El general ordenó registrar la casa. No había armas, pero sí una insignia guardada en un cajón.
-¿Y esto? – preguntó el militar.
-Ah, ésta es una insignia que me regaló personalmente el presidente Mao – explicó Guzmán desde su sillón.
-Guárdesela – le dijo el general con amabilidad.
Eran poco menos de las 12 de la noche del sábado 12 de septiembre de 1992 y Antonio Ketín Vidal no había demostrado emoción alguna aunque sabía que había ganado la batalla de su vida, una que durante mucho tiempo creyó perdida: capturar al líder de Sendero Luminoso, la organización que sembraba el terror en gran parte de Perú desde principios de la década del 80, en un enfrentamiento contra el Estado que dejaba hasta entonces un saldo de 25.000 muertos, 6.000 desaparecidos, 600.000 desplazados, 3.000 presos condenados por terrorismo -aunque no todos ellos fueran culpables ni pertenecieran a la organización- y un clima de miedo casi permanente en todo el país.
“Se calculaba que entre 1980 y 1992 Sendero Luminoso había perpetrado 23.000 atentados, 25.000 muertes y 21.000 millones de dólares en pérdidas. El Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional (2003) señalaba que de las más de 69.000 víctimas que se calculaba causó el período de violencia entre 1980 y el 2000, el 49% de las muertes fueron provocadas por Sendero Luminoso”, resumió en un artículo de hace un par de años el periodista peruano José Antonio Vadillo Vila.
Poco más de 12 años después de la quema de las urnas electorales en Chuschi, Ayacucho, el primer atentado cometido por Sendero Luminoso, la organización quedaba descabezada. El Perú gobernaba Alberto Fujimori.
Operación Victoria
La casa donde fue capturado Guzmán estaba bajo vigilancia del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dirección contra el Terrorismo de la Policía Nacional (DINCOTE) desde el 24 de julio.
El Grupo había sido creado por decisión de Fujimori y su mano derecha -y oscura- Vladimiro Montesinos. “Realmente muy pocos conocieron lo que fue Sendero Luminoso. Muy pocos llegaron a determinar por qué Sendero crecía y crecía, e iba poniendo al Estado al borde del colapso. Tenemos que ser sinceros y admitir que hasta 1992 estábamos perdiendo la guerra. El 5 de marzo de 1990 se formó el GEIN, de la policía antiterrorista. Cambió la metodología de trabajo. Tuvimos que salir a buscar a los terroristas y no esperar a que nos los trajeran”, explicó en una entrevista el coronel Benedicto Jiménez, jefe de la unidad antiterrorista de la policía que capturó al líder de Sendero Luminoso.
El trabajo involucró a 82 agentes encargados de tareas de observación, vigilancia y seguimiento. Durante todos esos meses, los agentes que se turnaban con disfraces de todo tipo para controlar los movimientos no habían visto ni una sola vez a Guzmán.
Le pusieron el nombre clave “El Palomar” a la casa que el arquitecto Carlos Incháustegui (nombre clave: “Lolo”) y la bailarina Maritza Garrido Lecca (nombre clave: “Lola”) habían alquilado. Como cobertura funcionaba una academia de danzas.
Suponían que Guzmán estaba allí por un soplo dudoso de un “arrepentido” que había negociado su salida del país y otros indicios que habían encontrado en la basura que se sacaba de la casa, como ciertos alimentos, cabellos, colillas de cigarrillos y, sobre todo, cajas vacías de un medicamento contra la psoriasis, una enfermedad que padecía el hombre más buscado de Perú.
“No salía de la casa. Permaneció prácticamente un año metido dentro. Se reunía con los dirigentes de uno en uno, evitando reuniones amplias. Iba a trasladarse a otra vivienda, en el campo. La orden estaba dada ya. Guzmán estaba rodeado de tres mujeres, las dirigentes más próximas. Se iban a ir a la sierra, donde habría sido mucho más difícil encontrarlo. Actuamos el día y la hora oportunos”, contó Jiménez.
“Positivo para El Cachetón”
Exactamente a las 20.40 del 12 de septiembre de 1992 se dio la orden que culminaría con la Operación Victoria. Esa orden era entrar en la casa de la Calle Uno 459, en Los Sauces, Surquillo, un barrio limeño de clase media.
Los primeros en irrumpir fueron los agentes con nombres clave de “Gaviota” y “Ardilla”, que habían realizado buena parte de la vigilancia haciéndose pasar por una pareja de enamorados. Detrás entró el resto del grupo. Hubo un solo disparo al aire.
En el segundo piso, Guzmán estaba sentado en un sillón. Una de las tres mujeres que estaban con él se lanzó para protegerlo con su cuerpo.
–Tranquilo, muchacho, ya perdí – le dijo Guzmán al alférez Julio Becerra, “Ardilla”, cuando éste entró a la habitación. No hizo un solo gesto de resistencia.
Con la casa controlada y Guzmán bajo vigilancia en su sillón, los agentes avisaron por radio a el general Ketín Vidal y el coronel Jiménez. El mensaje fue de una sola frase: “Positivo para ‘El Cachetón’”.
Ése era el nombre en clave que los agentes del Grupo de Especial de Inteligencia le habían puesto al líder de Sendero Luminoso.
En la casa, junto a Guzmán estaba Elena Iparraguirre, su pareja pero además jefa de operaciones de la organización. El descabezamiento había sido doble.
Guzmán y Sendero Luminoso
Manuel Rubén Abimael Guzmán Reynoso nació el 3 de diciembre de 1934 en el pueblo de Mollendo, en la costa sur de Perú. Su padre tuvo la suerte de ganar un premio de la lotería nacional que le permitió mandarlo a un colegio católico y a la universidad.
Se licenció en Derecho y Filosofía, y al recibirse se incorporó a la facultad de la Universidad Nacional de San Agustín en la ciudad montañosa de Arequipa y se convirtió en director de su programa de formación docente, que atrajo a estudiantes de pueblos indígenas.
“Era un maestro muy carismático, con un estilo retórico ameno que realmente atraía a los estudiantes. En parte, se volvió tan fuerte debido a 17 años de preparación y también porque los pasos en falso del gobierno crearon condiciones favorables para la revolución”, resumió el politólogo David Scott Palmer, que compartió la docencia con Guzmán en la universidad.
Allí germinó la semilla de Sendero Luminoso, que irrumpió de manera violenta en la vida de los peruanos en 1980.
En 1980, Sendero Luminoso llevó a cabo sus primeras acciones violentas, incluido el bombardeo de centros de votación y la toma de ayuntamientos en aldeas remotas. La mañana del 26 de diciembre de ese año, los vecinos de Lima se encontraron con perros muertos colgados de decenas de faroles. De sus cuellos, pendían carteles con consignas políticas referidas a las internas del Partido Comunista chino. Se los llamó “los perros de Deng Xiao Ping”.
Esta fue la primera señal de la brutalidad fantasmagórica que estaba a punto de iniciar en Perú. Guzmán, que empezó a hacerse llamar “Presidente Gonzalo”, se autoproclamó la “Cuarta Espada del Comunismo”, después de Marx, Lenin y Mao. Predicaba el “pensamiento Gonzalo”, que llevaría al mundo, de acuerdo con Guzmán, a una “etapa superior del marxismo”.
“Cuando Sendero Luminoso se alzó en armas, el intento de injertar la experiencia china, bajo el prisma de la Revolución cultural, en la muy diferente cultura peruana, pareció un esfuerzo condenado al fracaso. Para la mayoría de la gente en el Perú, incluida la considerable izquierda legal, el movimiento parecía ser una secta demente, irremediablemente divorciada de la realidad y la cordura”, escribió el periodista peruano Gustavo Gorriti.
Con el paso del tiempo Sendero Luminoso creció hasta llegar a controlar vastos territorios rurales en el centro y sur del país, y tuvo presencia incluso en áreas cercanas a Lima en donde perpetraron numerosos ataques terroristas. El propósito de la campaña armada de Sendero era desmoralizar y socavar al Gobierno y pueblo peruanos para crear una situación conducente a un golpe de Estado que llevara a Guzmán al poder.
Sus acciones no tenían como blanco solamente a las Fuerzas Armadas y a la policía peruana, sino también a civiles de todas las clases sociales, empleados gubernamentales de todos los niveles y a otros militantes de izquierda como el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), trabajadores que no participaron en las huelgas y paros armados organizados por el grupo subversivo y campesinos que colaboraran con el Gobierno peruano en cualquier forma.
En pocos años, comandado por Guzmán, Sendero Luminoso transformó a Perú en un territorio donde reinaba el terror.
Y así seguía siendo la noche del 12 de septiembre de 1992, cuando el “Presidente Gonzalo” fue capturado.
“Acuerdo de paz”
Ya detenido, Guzmán jugó con sus interrogadores de la policía.
-¿Usted es el responsable de 20.000 muertes? – le preguntaban los policías.
–Yo nunca he matado a nadie, ni siquiera me he agarrado a puñetazos. No sé ni manejar un revólver.
-Pero ha sido Sendero.
-Sí, pero yo soy el jefe de un partido, no controlo a los comités regionales. Pregúntenle al jefe del regional – respondía.
Fujimori y Montesinos decidieron encargarle la tarea de hablar con él al jefe del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) Rafael Merino.
“En la segunda conversación, el diálogo ya era muy fluido. Guzmán es un buen conversador. En mi caso, aunque él fue el enemigo, yo lo admiraba porque lo había estado siguiendo desde hacía mucho tiempo, hasta tal punto que leyendo un documento de Sendero era capaz de descifrar si lo había redactado Guzmán. Poco a poco se le fueron dando ciertas facilidades en su condición de presidiario, como poder estar una vez a la semana con su compañera. Claro, que todo se grababa y se filmaba. Las conversaciones con Guzmán duraron unos 60 días. Nosotros establecíamos la frecuencia para que no estuviera preparado. Eran conversaciones de varias horas, muy interesantes”, recordaría después Merino.
El objetivo de esas charlas no era que revelara información, porque Guzmán se mostro hermético desde el primer momento en ese sentido y no había podido quebrarlo, sino convencerlo de que detuviera el accionar militar de Sendero Luminoso.
Fue el propio Merino quien preparó una primera carta dirigida por Guzmán a Fujimori proponiéndole un acuerdo de Paz. El “Presidente Gonzalo” la leyó y le hizo una sola corrección antes de enviarla.
“Fue llegando a la conclusión de que, o pedía un acuerdo de paz, o su partido terminaba destrozado. No fue una capitulación en toda regla, ya que él hablaba de que no estaban dadas las condiciones para continuar la guerra”, diría años más tarde Merino.
Finalmente, en 1993, Guzmán apareció varias veces en la televisión peruana y, luego de leer el “acuerdo de paz” pidió a los combatientes de Sendero Luminoso que entregaran las armas. Su llamamiento fue seguido por la mayoría de los integrantes de la organización descabezada.
El final
Por orden de Alberto Fujimori, Guzmán fue juzgado por una corte militar de jueces encapuchados cuyas identidades se mantuvieron en reserva para preservar sus vidas. El proceso duró solamente tres días, tras los cuales fue condenado a cadena perpetua y encarcelado en la prisión de la base naval en Callao, cerca de Lima.
En 2003, tras la caída de Fujimori y conocidas las atrocidades de su gobierno, más de 5.000 simpatizantes senderistas presentaron una apelación al Tribunal Constitucional del Perú pidiendo que fueran anulados los veredictos contra él y otros 1.800 prisioneros por actividades terroristas.
El tribunal accedió, declaró inconstitucional el juicio militar y mandó celebrar un nuevo juicio en las cortes civiles.
En ese juicio fue condenado nuevamente a cadena perpetua por el delito de “terrorismo contra el Estado”.
Allí pronunció sus últimas palabras públicas: “¡Viva el Partido Comunista del Perú!”, gritó, agitando un puño sobre su cabeza. “¡Gloria al marxismo-leninismo-maoísmo! ¡Vivan los héroes del pueblo! ¡Gloria al pueblo peruano!”.
Abimael Guzmán murió en la prisión de la base naval del Callao el 11 de septiembre de 2021, un día antes de que se cumplieran 29 años de su captura. Le faltaba poco para cumplir 86 años.