Su prosa, torrente de fantasías, abrió España al mundo infinito. Se avocó a conocer el portentoso camino de la literatura. Sosegadamente, paseaba por los intrincados pasillos de la literatura inglesa. Se consiguió con la obra de Shakespeare, en su andariega búsqueda universal de la cultura y el saber.
Su prosa, torrente de fantasías, traducía textos hermosos, dejando para siempre obras maravillosas, años de docencia impecable en Oxford, donde dejó marcados sus pasos en todas las almas. Este inolvidable ejercicio es un apostolado, donde entregó tanta sapiencia, artista de las palabras hilaradas con el pegamento del arte.
Su prosa, torrente de fantasías, abrazó gustosamente el realismo, la historia hecha de sinfonías electrizantes. Sin posturas, sin conceder pases de adulancia al maniqueísmo ideológico, de tanta presencia en esos intelectuales que se creen el mundo, que han proliferado desde aquel mayo del 68, tergiversando para siempre la riqueza de una idea.
Su prosa, torrente de fantasías, se hizo cósmica: en la Academia de la Lengua Española, cuando tomó posesión, sus palabras fueron un arrollo de maestría, “sobre la dificultad de contar”.
La burocracia del máximo premio literario debe estar avergonzada. Ha dicho, el escritor Arturo Pérez Reverte, “Que Javier Marías haya muerto sin el premio nobel, le quita mucha categoría al premio nobel”. Juan Cruz, escritor español, se pregunta: ¿Cómo contar ahora todas las almas que contiene su literatura?
Su prosa, torrente de fantasías, seguirá allí. Encendida, adornando la huella: vital, pura, bella; solitaria, sublime, ilimitada.