Como intentaré mostrar en estas líneas, Venezuela vive un “momentum político” que nos obliga a pensar “fuera de la caja” para poder entenderlo y enfrentarlo con acierto. Constituye un grave error analizar la atípica situación “política” planteada apegados a manuales de una ciencia política normal, conformados por una fundamentación teórico-conceptual tradicional incapaz de dar explicación a lo que acontece y muy aptos para la construcción de acciones que propician o justifican la división, la derrota y el fortalecimiento de un falso discurso de invencibilidad.
“No he suscrito nunca la idea del «intelectual comprometido», que en la práctica se han mostrado como el intelectual alienado, con frecuencia arrepentido, y cuyo resultado ha sido la pérdida de autoritas de la que gozó en tiempos no tan lejanos. He creído, más bien, que el único compromiso válido para el intelectual es el de su propia búsqueda de la realidad de las cosas con la conciencia del relativismo que tal tarea comporta, aunque no niego que pueda adquirir compromisos políticos de otra índole al igual que cualquier ciudadano. Pero una cosa es que sea libre de hacerlo y otra que esté obligado a ello.”
He querido hacer uso de esta idea del maestro Manuel García Pelayo, ya que la misma es muy pertinente para el tema que será tratado a continuación.
El “momentum político” que vive Venezuela requiere de un esfuerzo intelectual enorme para tratar de entender la situación de la “política” tan atípica que se vive. La relación de poder, al nivel de la experiencia vivida en estos tiempos en Venezuela, ha sufrido una mutación. La estructura de la diferenciación entre gobernantes y gobernados ha cambiado diametralmente, los cimientos sobre los que descansan la estructura de dominación del régimen son totalmente distintos, es decir, ya no está planteada en los términos de la concepción del poder de la que habló Heller, sostenía este que: “…el Poder se halla institucionalizado, en el sentido de que es transferido de la persona de los gobernantes, que no conservan más que su ejercicio, al Estado, en adelante su único propietario”, en Venezuela eso cambió.
Basado en estas y otras constataciones llevo ratos insistiendo en la necesidad de definir al régimen instalado en Venezuela, como presupuesto indispensable que facilite la comprensión del “momentum político” y, desde luego, partiendo de la situación “política” tan atípica que está asociada a la definición de este régimen, la determinación de las acciones pertinentes y perentorias que en calidad de real contraparte debemos tomar quienes le adversamos. Mas que pedir unidad como una fórmula vacía y sacramental, grata a los oídos de desprevenidos e incautos, la situación “política” planteada por el régimen demanda como acción previa un verdadero esfuerzo de análisis que toque en su profundidad los órdenes superiores de su estructura y reconozca todos los factores intervinientes, para construir acciones concretas capaces de producir con acierto no solo resultados que modifiquen las relaciones planteadas por el mismo sino también las estructuras en las que estas se apoyan.
He propuesto, en esos términos, que este análisis no puede hacerse dentro y con las herramientas teóricas conceptuales de una ciencia política normal, entiéndase por esta la necesaria para entender el comportamiento en un sistema político normal. El actual “momentum político” nos obliga a pensar “fuera de la caja”, exige ese compromiso intelectual del que habla el maestro García Pelayo, definir la realidad del momento que se vive, la situación que experimenta Venezuela actualmente no puede ser catalogada de momentum político, según la concepción que de este se tiene; por el contrario esta realidad está fuera de toda fundamentación teórico-conceptual de lo que hasta ahora se entiende por el concepto de lo político. Nos toca descubrir y definir la esencia de lo que se vive para poder enfrentarlo.
Ha sido este mi empeño y además mi convicción: he postulado sin descanso la necesidad de dotar de racionalidad política un proceso en el que esta ha estado ausente y en cambio campean, con absoluta y explicable impunidad, perjudiciales acciones “opositoras”, “voluntaristas”, “pragmáticas” y sobre todo deshonestas, auspiciadas con “máxima eficiencia” por el régimen que enfrentamos. Si aparte de su esencia ilícita, las muchas que se infieren y las evidentes filiaciones expresadas por seudo acuerdos y candidaturas oportunistas y mercenarias, no dan el carácter de atípica a esta situación, me gustaría que alguien categorizara con mejores criterios y mayor acierto que yo el fenómeno en el que, guste o no, todos estamos inmerso.
Lo primero que debemos tener claro es que el poder unificador del Estado no existe en estos momentos en Venezuela, la acciones que realizan los que representan la estructura del régimen no son las resultantes de las acciones políticas que suceden en la sociedad, pues el poder objetivo del Estado se ha convertido en poder subjetivo en manos de cada uno de los miembros que forman parte de la nomenclatura del régimen, que no actúan en nombre del Estado, sino con el poder del Estado para llevar a cabo sus propósitos que es lo único que les importa. El poder del Estado no actúa apegado a la Última ratio legis (última razón de ley), no es el Estado de derecho el que domina las relaciones entre todos los individuos, y entre estos y el “Estado”. En Venezuela esta relación ha cambiado. En Venezuela el régimen dejo de tener poder en el Estado para tener el poder del Estado, y peor aún, de forma diseminada que no se sabe dónde está el centro del mismo.
Esta irracionalidad del poder que se vive en Venezuela, solo es posible neutralizarla, entendiendo la realidad a la que nos enfrentamos y con una dirección política ponderada, capaz de trascender el pragmatismo de los objetivos del régimen y concebir una unidad de propósitos que nos permita rescatar la Política y volver al Estado normal.
La nueva dirección política debe abocarse a la conformación de un individuo más fuerte y más consciente de sí mismo para defenderse contra los ataques que amenazan su autonomía y capacidad de aprehenderse como individuo integrado, o al menos luchando por serlo, para reconocerse y ser reconocido como tal y así romper con la estructura de dominación del régimen. Pues tenemos que formar un individuo y hacerlo consciente de que el individuo no es únicamente el que dice yo, sino aquel que tiene conciencia a su derecho a decir yo, pues el autoritarismo, la ignorancia, el aislamiento se convierten en obstáculos para la producción de uno mismo como individuo.
El momento nos conmina a una manera particular atípica e intensiva de hacer política, dirigida a liberar a Venezuela, esto exige la construcción de una acción colectiva, política y social, la única que puede protegernos de ese poder diseminado y de esas dominaciones que, si no son detenidas en su fuerza, destruyen la individuación cuando esta olvida las condiciones que hacen posible su existencia, es nuestro deber no permitirlo.
Hay que romper con la narrativa de los regímenes autoritarios que afirman que el individualismo extremo es peligroso para las sociedades, ese nuevo liderazgo tiene que defender la idea, necesaria para combatir el totalitarismo, de que el individualismo y el vínculo social, lejos de oponerse son complementarios e indispensable el uno al otro para construir sociedades democráticas, pues la idea de individuo supone necesariamente el reconocimiento del otro.
Yo entiendo, al contrario de otros, una situación atípica que nos obliga a pensar fuera de la caja para poder enfrentarla, es lo que hago. Estos problemas que confronta la política venezolana deben plantearse en términos de orden o desorden, de paz o de guerra, de jerarquía o de confusión, de libertad y autonomía o de dominación, de democracia y DD.HH. o de totalitarismo. Querer analizar la situación “política” venezolana dentro del manual tradicional de la ciencia política, en condiciones normales, a mi modo de ver, como tratan de hacer algunos políticos e intelectuales, es propiamente un error.