Abrazada a los juguetes favoritos de su sobrino de tres años, Vimol Sootfanpitak recuerda al pequeño asesinado durante el violento asalto perpetrado el jueves por un expolicía en una guardería del noreste de Tailandia, que acabó con la vida de 22 niños y una quincena de adultos.
“A él le gustaba la comida que yo cocinaba y de vez en cuando le daba regalos”, señala sumida en la tristeza la tailandesa de 40 años, quien, mientras habla con la prensa, cierra de vez en cuando los ojos y estrecha su cuerpo contra el peluche que tiene en sus brazos.
Las escenas de dolor se repiten delante de la guardería, una casa sencilla con techo de tejas, donde se acercaron durante toda la mañana familiares de las víctimas y vecinos de la tranquila localidad de Uthai Sawat para rezar y depositar flores en recuerdo de los fallecidos.
“Era educado, inteligente y sonriente … Tenía mucha imaginación y le gustaba pintar”, añade la abuela del pequeño de tres años, enseñando un libro con un arcoiris coloreado hace poco por el niño.
El pequeño, cuya abuela, Puangpan Pattapotanang, muestra fotografías de él que lleva consigo, “ayudaba a su abuelo ciego y le llevaba al baño por las noches”, apostilla su tía, admirada por la temprana madurez de su sobrino.
El autor de la masacre que ha segado la vida de los preescolares ha sido identificado como Panya Kamrab, un expolicía de 34 años que fue expulsado del cuerpo de seguridad por posesión de drogas.
Alrededor del mediodía del jueves, acudió al centro infantil, cuando muchos de los niños dormían la siesta, y mató con una pistola y un cuchillo a una veintena de ellos, además de a una quincena de adultos.
Entre las víctimas mortales de la guardería, que acogía a niños desde los dos años, hay una maestra que estaba embarazada, mientras que 15 personas resultaron heridas, 8 de ellas de gravedad.
Tras la matanza, el autor se dirigió a su casa, donde asesinó a su mujer e hijo antes de suicidarse.
DONACIONES Y LLANTOS
Solo 24 horas después de la tragedia, un grupo de desolados familiares de victimas esperaban estoicamente sentados en sillas de plástico, a escasos metros de la guardería, a que los representantes del Ministerio de Justicia los llamaran uno a uno para recoger sus datos.
Los funcionarios, algunos enterrados bajo una pila de documentos, recogían “evidencias” de que los familiares de los presentes habían fallecido durante el trágico asalto con el propósito de proveerles de un fondo de compensación de 110.000 bat (unos 2.940 dólares o 3.000 euros) por víctima.
“No sé cómo el gobierno le pone precio a la vida de una persona”, comenta a EFE una de las familiares.
DOLOR EN UN PUEBLO TRANQUILO
“No esperábamos que algo así sucediera aquí. Me siento deprimida y triste por (la muerte) de los niños”, comenta a EFE Tu Despok, vecina de Uthai Sawat que colabora como voluntaria en el equipo de asistencia sanitaria.
Uthai Sawan es una localidad de 80.000 habitantes, tranquila y somnolienta, de la empobrecida región nororiental de Tailandia, donde la mayoría de los vecinos se dedican a la agricultura.
Se trata de una población que no se encuentra cerca de la carretera principal que vertebra la provincia de Nong Bua Lampu, uno de esos lugares donde se antoja que nada sucede nunca.
Una paz rota en pedazos desde ayer. “Es un día triste para todos” dice a EFE una familiar lejana de un fallecido de 35 años, trabajador de la construcción, que vino a la localidad para dar “apoyo” a los familiares directos .
Para ayudar a las familias y testigos de la matanza a asimilar el trágico suceso, el Ministerio de Salud tailandés ha desplazado hasta allí a un equipo de psicólogos, que primero realizará una exploración sobre la profunda herida que ha dejado en los afectados.
“Los familiares y testigos son considerados (pacientes) de alto riesgo. En este primer paso les estamos ofreciendo consulta para hablar con ellos de lo sucedido. Han sido impactados brutalmente por el suceso”, asegura un responsable del equipo, que no quiere dar su nombre.
En el caso de que las secuelas psicológicas se perpetúen o empeoren, los especialistas derivarán a los pacientes al departamento de psiquiatría.
FUNERALES EN LOS TEMPLOS
A primera hora de la tarde, los familiares se dividieron para acudir a alguno de los tres templos del pueblo adonde fueron trasladados los féretros para iniciar los ritos funerarios.
En el templo Ratsamakkee, donde se alojaron alrededor de una decena de ataúdes, se vivieron las escenas más duras del día, cuando los allegados de los fallecidos rompían en llantos desconsolados y eran sacados en volandas al desmayarse en el recinto religioso.
Los equipos de emergencia, que desplegaron varias ambulancias en la zona, atendían a los afectados tumbados en el suelo sobre una suerte de esterilla, mientras abanicaban y echaban agua en el cuello y frente de los desvanecidos, rotos por un dolor inconmensurable.
EFE