Me siento junto a Tovar en un café de la colonia Condesa en la antigua Tenochtitlán, lo que en la actualidad llaman Ciudad de México. Lo noto más preocupado que de costumbre, lee frenéticamente todas las noticias que encuentra sobre Venezuela. Trato de interrumpirlo para distraerlo, pero me es imposible. Las aterradoras noticias de los venezolanos cruzando la selva de Darién lo agobian. Uno tras otro, los relatos, imágenes y testimonios de los venezolanos cruzando ese infierno lo paralizan: “¿En qué momento perdimos al país?”, me pregunta.
No tengo respuesta. Siete millones de venezolanos desparramados por el mundo son prueba ineludible de un inexcusable fracaso histórico.
“El país no está perdido, hay esperanza”, le respondo.
La selva y la vergüenza
Tovar me muestra el reportaje del New York Times sobre la inclemencia que viven miles de venezolanos que huyen a pie desde Venezuela en su rumbo a los Estados Unidos. Sí, a pie, cruzando Centroamérica y México en búsqueda del sueño americano. “Debimos pelear”, me increpa Tovar. Le comento que lo hicimos, que luchamos de todas las formas posibles contra la tiranía y con mirada iracunda me replica: “No peleamos, somos mayoría. Cien, en todo caso, quinientos hijos de puta chavistas nos desterraron. Somos una vergüenza”.
“No nos han derrotado, mientras haya aliento lucharemos por nuestra libertad”, respondo; pero no sé si creo realmente lo que digo.
¿La esperanza venezolana es lunática?
El buen Biden nos expulsa
Tovar entierra sus manos en su entrecana cabellera. Cuándo comenzó su lucha personal contra Hugo Chávez no tenía ni una. Han pasado muchos años y Venezuela permanece secuestrada por la mediocridad y la crueldad. “¿Qué pasó ahora?”, le pregunto luego de notar su espantado rostro. “Biden decidió expulsar a los venezolanos que después de cruzar la selva de Darien y sufrir las inclemencias de la mafia centroamericana y mexicana, que los extorsionan y chantajean para poder seguir su paso hasta Estados Unidos, ahora no tienen dónde ir”.
“Somos la escoria universal, ni el cinismo demócrata norteamericano se apiadó de nosotros”, me dice. Leo incrédulo la noticia. Es una desgracia apocalíptica. ¡Increíble!
La esperanza es lunática.
La heroína y el ejemplo
Le comento a Tovar que tengo atiborrado el teléfono con mensajes de venezolanos náufragos en la ciudad de México que necesitan ayuda: agua, ropa, zapatos, comida. Venezuela —su drama— se mudó a la antigua Tenochtitlán. Hay niños que desde que los botaron inclementemente de Estados Unidos llevan dos, hasta tres días sin comer. Tovar me reprocha que mis amigos negociaron por los venezolanos en Noruega y nos hundieron en este suplicio. Le respondo que mis amigos son también los suyos.
No es tiempo de reproches. Sigamos el ejemplo de la directora de la Fundación Humano y Libre, Farida Acevedo, está dedicada a ayudar a nuestros náufragos. Es una heroína.
Así la esperanza sea lunática no podemos rendirnos.
Apuñalar al chavismo
Tovar me comenta que su último esfuerzo por apuñalar históricamente al chavismo está por ser publicado, se trata de una serie capitulada de documentales cortos que será exclusiva para redes sociales y que mostrará crudamente todo el horror causado por la peste roja, desde su llegada hasta el infierno actual. Le solicito que se apure, que queremos verla, urge. “Falta poco —me dice—, eso sí necesitaremos del concurso de cada venezolano para que la serie sea vista en el mundo entero. La humanidad debe sentir asco por el chavismo y sus chavistas”.
El llamado a la conciencia —de Tovar— me genera cierta esperanza (que no es lunática), no todo se pierde si se muestra y sensibiliza al mundo sobre el horror chavista.
Yo seguiré luchando. Espero que Tovar haga otro tanto.
Y tú…