Pocos años atrás el país empobrecido y atragantado por el castromadurimo se enteró, con emoción, de que algo importante estremecía a una oposición que, hasta el momento, sólo acumulaba necedades, división y fracasos. Juan Guaidó era en ese lapso el recién electo presidente de una Asamblea Nacional que alardeaba de legitimidad pero carecía de poder ante un régimen que había montado su propio cuerpo legislativo una puerta más allá, y como tal fue electo Presidente interino de Venezuela, enfrentamiento directo y constitucional al régimen que tenía el poder real.
Juan Guaidó, militante de Voluntad Popular, entró al Palacio Legislativo por encima de la riesgosa reja con puntas, y después se montó un par de veces sobre el techo de camionetas para hablar a quienes lo rodeaban y vitoreaban. Su primer gran fracaso fue cuando se organizó el espectáculo fronterizo en el cual el régimen de Nicolás Maduro demostró su fuerza y voluntad de no ceder cerrando la frontera e impidiendo e incendiando las gandolas que desde Colombia trataron infructuosamente de entrar a Venezuela.
Pero la emoción se mantuvo, muchos pensaron –pensamos, debo confesarlo- que al castromadurismo policial y militar, en pleno ahogo económico, poco tiempo le quedaba en el poder, una sensación que se incrementó cuando Guaidó fue recibido en Washington y en el Congreso de Estados Unidos con aplausos y amplias sonrisas incluso de la amarga Nancy Pelosi y cariño obvio del entonces Presidente Donald Trump, y vítores de congresistas de ese país.
Con ese halo de gloria regresó Guaidó a Venezuela en cuyo aeropuerto pudo ser pero no lo fue arrestado, y todo pareció irle bien, nombrando incluso embajadores en países de importancia –como el Vecchio, que ahora lo abandona y como Pedro a Jesús, lo niega, en Estados Unidos, y a quien algunos periodistas reclaman que no ha movido un dedo por los angustiados migrantes venezolanos-, en la OEA donde trabaja con dignidad Gustavo Tarre, y en numerosos países.
Vino después el patético intento de golpe de Leopoldo López, solitario en la Autopista del Este frente a La Carlota y con Juan Guaidó unos pasos más atrás, comienzo de la caída. La verdad es que todo indica que Guaidó se mantiene por esfuerzo propio, y que los mismos cuatro partidos que se constituyeron en G4 para presentarlo como logro suyo, lo han dejado, hasta donde podemos saber, solo.
Desde el golpe de un Leopoldo López que corrió a esconderse en una embajada para de ahí salir del país porque el régimen no quiso casarse esa pelea, Juan Guaidó anda solo hablando aquí y allá, y encima entendemos que aún saliendo ganador en las primarias que el bosque sin flores de la oposición se ha inventado, Guaido no podría participar en las elecciones formales cuando a Nicolás Maduro le provoque -2023 ó 2024, todavía no nos aclaramos- porque, tenemos entendido, está inhabilitado.
El nuevo problema es quién sería ese nombre con mayor peso en la oposición que plantaría cara a Nicolás Maduro en unas nuevas elecciones presidenciales. Con excepción de María Corina Machado, que mantiene claridad y perseverancia en sus críticas pero no informa qué haría si resulta Presidente, no hay nombre que llame la atención en esas primarias.
Afirmaba Nehomar Hernández –periodista y analista a quien seguimos con interés los pasos y cuyo libro compraremos cuando eso sea posible- asegura que Estados Unidos se ha refugiado en sí mismo dejando a Venezuela fuera de sus intereses primarios, lo cual dejaría a Juan Guaidó y a la oposición venezolana sin base. Entiendo la conclusión de Hernández, pero interpreto que lo que ha sucedido ha sido un reacomodo de los intereses estadounidenses en su condición de líder mundial. Hoy es el primer productor de petróleo del mundo, lo cual le permite ver y analizar a los árabes desde una perspectiva más cómoda y fuerte sin perder su relación vital con Israel, y mantener el liderazgo del reto a la Rusia de Putin con particular tranquilidad, con el aval de una economía que si bien está relacionada con la crisis mundial, mantiene su fuerza. Estados Unidos sólo mantiene una inflación por encima de lo tradicional por la distribución de miles de millones de dólares a sus ciudadanos como ayuda durante la pandemia, inyección de dinero nuevo que genera inflación, pero sus porcentajes de desempleo y de menor productividad de sus empresas se defienden con solidez.
Venezuela no es, como llegamos a pensar, el principal problema de Washington, ese problema es el panorama mundial con una China reconvertida en dictadura con caída económica, una Rusia entrampada en su invasión a Ucrania, y una Europa que se consiguió de repente con la realidad de que la paz y la economía son realidades no plenamente conservables salvo que se tenga la energía y el poderío militar en plena vigencia.
Si el castromadurismo cae o no cae, si la oposición se recupera en algo de su enorme desprestigio, si Juan Guaidó logra competir en serio contra Nicolás Maduro, seguiremos teniendo los venezolanos la responsabilidad principal. Lo que Estados Unidos haga o deje de hacer es asunto nuestro, Washington actuará de acuerdo a su propio análisis de conveniencia en base al conocimiento detallado de lo que hagamos los de acá. El petróleo es interés, pero no tanto, ya Guyana con la Exxon crece imparablemente, mucho más allá de lo que pueda aspirar Chevron en la destartalada PDVSA que el chavismo ha dejado.