Infobae entrevistó al cardiólogo argentino Oscar Cingolani, desde el Hospital Johns Hopkins, de EE.UU. Por qué las desigualdades sociales cambian el paradigma de la medicina actual. El pasaporte a la medicina de precisión
Las desigualdades sociales no son inocuas, dejan marcas en las generaciones actuales y en las venideras y tienen un impacto directo en la salud pública de las sociedades. Tampoco lo son la desnutrición, la automedicación, el exceso de alcohol o el consumo de estupefacientes.
Por Infobae
Todas estas condiciones se meten “debajo de la piel” de las personas vulnerables, quienes se convertirán de manera inexorable en futuros pacientes, con sus organismos cargados de déficits nutricionales, de las consecuencias del sedentarismo y de enfermedades asociadas, que conformarán la genética de esas poblaciones pobres y vulnerables. Este combo impulsa el cambio del paradigma en torno de la mirada de la medicina.
El paper publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos (PNAS) —una de las más prestigiosas del mundo por su restrictivo criterio para seleccionar estudios de máximo nivel científico— planteó que las personas que viven o crecen en condiciones de vulnerabilidad expresan una cierta genética que las predispone a enfermedades transmisibles, no transmisibles y crónicas, en lo que se conoce como epigenética o se podría interpretar como una suerte de genética de la pobreza.
En el estudio se hizo el seguimiento de un grupo de más de 4.500 de niños y adolescentes por 20 años, hasta que llegaron a una edad adulta de entre 30 y 35 años. Entonces, se les extrajo sangre y vieron que muchos tenían genes que en la actualidad los científicos saben que están relacionados con enfermedades autoinmunes, distintos tipos de cáncer, hipertensión arterial, diabetes y con organismos que poseen escasas posibilidades de respuesta para combatir enfermedades virales.
El cardiólogo argentino Oscar Cingolani puso en contexto este tema en un diálogo exclusivo que mantuvo con Infobae. El experto es profesor de medicina y director del Centro de Hipertensión Arterial y de la Unidad de Cuidados Críticos (UCC) Cardiovasculares del Hospital Johns Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos, uno de los hospitales universitarios más reconocidos del mundo y que ocupó un rol protagónico durante la pandemia.
El planteo de Cingolani sirve para tirar de un hilo en una vasta trama: ¿Se modifica el ADN de las personas por vivir en clases más vulnerables y pobres? Si es así, ¿por qué ocurre y qué significa? Este abordaje se está convirtiendo en una suerte de boom en el debate en torno del acceso a la salud y la investigación científica.
Los expertos están comenzando a analizar de qué manera vivir en la pobreza predispone a cambios en la genética de cada individuo y deja expuestas a las personas a desarrollar enfermedades crónicas en la adultez. ¿Qué harán la ciencia y los estados con esas sociedades enfermas y, a la vez, más añosas? ¿Cómo la medicina moderna enfrenta esa “tormenta perfecta” en los barrios más vulnerables donde las personas con una carga genética desfavorable se enferman más porque entre otras variables existen altos índices de obesidad y más hacinamiento?
La genética de la pobreza: qué dice el estudio
El paper publicado en PNAS y que rescató Cingolani se basó en un estudio poblacional que analizó la expresión génica en la sangre periférica de adultos jóvenes de Estados Unidos, con un promedio de edad de 30 a 35 años. El resultado reveló desigualdades basadas en el estatus socioeconómico y en los fundamentos moleculares de las afecciones crónicas más comunes del envejecimiento. Las asociaciones involucraron vías inmunitarias, inflamatorias, ribosómicas y metabólicas, y señalización extracelular e intracelular. El índice de masa corporal fue un mediador plausible y considerable de muchas asociaciones.
“Los resultados apuntan a nuevas formas de pensar sobre cómo las desigualdades sociales ‘se meten debajo de la piel’ y también exigen esfuerzos renovados para prevenir las condiciones crónicas del envejecimiento décadas antes del diagnóstico”, dijeron los autores del estudio, pertenecientes al Centro Jacobs para el Desarrollo Productivo de la Juventud de la Universidad de Zúrich, Suiza; la Escuela de Medicina d la Universidad de California, Los Ángeles; el Centro de Población de Carolina de la Universidad de Carolina del Norte y el Departamento de Sociología de la Universidad de Texas.
Entre otras conclusiones, los expertos señalaron que muchas enfermedades crónicas comunes del envejecimiento se asocian negativamente con el nivel socioeconómico (SES, por sus siglas en inglés). El estudio examinó si ya se pueden observar desigualdades en los fundamentos moleculares de tales enfermedades en la década de los 30 años, antes de que muchas de ellas se vuelvan prevalentes.
Los datos tomados por los especialistas provienen del Estudio Longitudinal Nacional de Salud de Adolescentes a Adultos (Add Health) de Estados Unidos y surgen de una muestra grande de más de 4.500 personas, y representativa a nivel nacional de estadounidenses indoamericanos que fueron seguidos durante más de dos décadas a partir de la adolescencia.
Los análisis destacan las desigualdades basadas en el SES que se expresan en las vías inmunitarias, inflamatorias, ribosómicas y metabólicas, varias de las cuales desempeñan un papel central en la senescencia. Muchos genes también están involucrados en la transcripción, traducción y diversos mecanismos de señalización. Según los autores, “los modelos de efectos medios causales promedio sugieren que el índice de masa corporal juega un papel clave en la explicación de estas relaciones”. agregaron.
De esta forma, “los resultados revelan desigualdades en los factores de riesgo moleculares para enfermedades crónicas, a menudo décadas antes de los diagnósticos, y sugieren direcciones futuras para los modelos de transducción de señales sociales que rastrean cómo las circunstancias sociales regulan el genoma humano”, dijeron.
Cingolani atendió de forma exclusiva a Infobae a través de una videoconferencia desde su consultorio en Baltimore y explicó la relevancia del tema para la medicina actual.
—Segun el paper de PNAS y el estudio poblacional que lo avala existe una interrelación entre la pobreza y el desarrollo de futuras enfermedades crónicas, transmisibles y no transmisibles. Si la medicina pudiera trabajar sobre la pista genética, ¿el paciente podrá prevenir el desarrollo de esas enfermedades? ¿Me puede poner en el contexto actual las ideas de este estudio revelador?
—Este paper da un vuelco realmente importante en el tema de la epigenética, que se analiza desde la década del ‘80. Es decir, la unión de la epidemiología con la genética. El pensamiento tradicional dice que nosotros heredamos grupos de genes de nuestros padres y que esos genes son estáticos, nosotros venimos con esa carga genética, crecemos con esa carga genética y morimos con esa carga genética. Y si tuvimos mala suerte de haber recibido una carga genética mala, bueno, vamos a tener enfermedades inflamatorias, hipertensión, diabetes, enfermedades coronarias, Alzheimer, cáncer.
Ya desde el año ‘80 se empieza a vislumbrar que, si bien cada uno de nosotros nacemos con una carga genética predispuesta, que puede ser buena, intermedia o mala, esos genes se pueden modificar a lo largo de la vida, y sobre todo en la infancia.
En este trabajo publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos (PNAS) hace pocos días, siguieron a un grupo de más de 4.500 adolescentes, niños adolescentes por 20 años y les sacaron sangre cuando ya tenían 30, 35 años. Así vieron que tenían genes en la sangre, porque hoy por hoy podemos medir cierta carga genética en una muestra de sangre y vieron que algunos tenían genes que actualmente sabemos que están relacionados con enfermedades autoinmunes, con cánceres, con hipertensión arterial, con diabetes, y con escasa respuesta para combatir enfermedades virales.
Cuando se fue hacia atrás en ese grupo de personas jóvenes que tenían esos genes particularmente relacionados con enfermedades crónicas se vio que habían crecido en un entorno sociocultural bajo, con pobreza, con bajos sueldos, con estrés, con ansiedad, con no poder pagar cuentas, o sea esto para mí fue algo como ¡guau!: Esto es la genética de la pobreza.
Según este artículo, haber crecido en un ambiente pobre, ya provoca cambios en la genética que lo predispondrán a tener enfermedades crónicas, con lo cual esto es lo que hoy llamamos “medicina personalizada” o “medicina de precisión”. Esta pista genética nos va a permitir en el futuro determinar en un joven qué genes tiene, de acuerdo a su background y también trabajar en darle más recursos a esa población desde pequeños y prevenir esas enfermedades potenciales.
—Para la medicina moderna será muy importante modificar estas variables a partir del cambio de hábitos, aunque el tema es llegar a tiempo para quien creció en condiciones de pobreza entre los 3 y los 15 años, según ese patrón va a desarrollar diabetes, hipertensión, riesgo cardiaco y todo esto ya se habrá disparado. ¿Cómo se repara y/o mejorar la carga genética en estos grupos vulnerables?
—Totalmente, porque estamos cansados de escuchar o de ver la misma película, que los pobres tienen menor acceso a salud, que a los pobres les va mal. Lo vivimos durante la pandemia, nosotros nos preguntábamos por qué los más pobres es a los que peor les va, y es cierto que tienen peor acceso al sistema de salud, pero ahora hay otro problema nuevo, según este artículo, hay otra perspectiva, y es que están genéticamente predispuestos por la pobreza en la niñez a tener fallas que después lo condiciona a sufrir peores enfermedades.
Entonces esto abre los ojos para ver que el trabajo debe ser mucho más amplio y no solamente solucionar a nivel sistema de salud en los hospitales, en la salud del adulto, sino saber que esos adultos pobres están criando hijos pobres y ante condiciones de estrés por distintas circunstancias —y va a haber más trabajos que van a seguir esto—, y por distintas circunstancias están cambiando la carga genética de esos chicos.
Hay trabajos en animales. Se sabe que si a los animales se los coloca dentro de situaciones de estrés, por ejemplo ratones rodeados de gatos, viven con miedo. Hay una técnica que se llama “metilación del DNA” que hace que el DNA tenga defectos y ese DNA es el que después va a formar ese ARN que va a hacer a nuestras células producir las proteínas para reparar el corazón, el riñón, la piel o lo que sea.
Entonces, crecer de chicos en un entorno socioeconómico con estrés, con violencia, con mala educación, con falta de insumos hace que nos cambie el mapa genético que después se va a ver por más inflamación, peor respuesta ante las infecciones. En este artículo en particular lo han unido con genes que se ven en el Alzheimer, en la obesidad, en la artritis reumatoidea, en la diabetes, en la presión arterial. Esto es una de las cosas que a mí me interesa, nosotros estamos pensando en hacer una búsqueda en los barrios pobres de Baltimore y ver qué pasa con esos hipertensos que crecieron en un entorno pobre, porque eso es importante.
—También se suman las condiciones ambientales y se vio con creces en la Argentina con los barrios vulnerables que eran zona target para que el coronavirus atacara con más virulencia, a pesar de los cuidados sociales de la gente. Ese mismo fue el fundamento de muchos contra las cuarentenas estrictas y obligatorias.
—Me acuerdo del caso de la Villa 31 y ahí se juntan distintos factores, por eso es lo que yo llamo una tormenta perfecta, porque en esos barrios viven en una salita, en una habitación muy chica duermen cuatro, cinco personas, por lo cual la transmisión viral y la carga viral era mayor. Y si aparte se aplica lo que dice este estudio que tienen una predisposición genética para no combatir infecciones, bueno, es lo que llamamos una tormenta perfecta, del entorno más la genética que produce el mismo entorno.
—Usted ya dijo que este no es un tema de una sola disciplina, no es sólo de la medicina, hay que llevarlo a las escuelas, es un tema de salud pública, pero en concreto ¿cómo se repara la carga genética en estos grupos poblacionales vulnerables? ¿Cómo se lleva eso a la acción?
—Muy buena pregunta. Claramente la nutrición es clave, se vio que varios de los genes que se encontraron en estos pacientes pobres son genes que se ve en obesos, y se sabe que en los barrios más carenciados tienen peor acceso a la dieta sana y tienden a comer mayor cantidad de grasas, hidratos de carbono y pocas proteínas y comidas sanas, con lo cual eso es algo importante: la educación desde la escuela, la comida que consumen en la escuela. Pero también el estrés y la violencia que esos chicos que están consumiendo de ver a sus padres no llegar a fin de mes, pelearse entre ellos, tener violencia porque no pueden pagar las cuentas de electricidad o de gas de la casa.
Entonces, esto es algo muy grande que por supuesto debe sectorizarse y atacar todos los problemas, pero es un circulo vicioso porque hoy por hoy vemos que la gente pobre es la que menos recursos tiene, menos acceso a salud. Los médicos que trabajan en los hospitales públicos, los sueldos que tienen y las condiciones en las que trabajan son terribles, y son los que están recibiendo a los pacientes más enfermos, son los que reciben la mayor parte de complejidad. Entonces eso hay que solucionarlo en varios escalones, tratar a la casa, al hogar en donde ésta gente crece pero también darles más recursos a la gente que está tratando a esta población, sino es un nunca acabar.
En Estados Unidos es un problema porque la obesidad es una pandemia, está aumentando. Nosotros acá, en un trabajo que publicamos en The Lancet en 2020, fuimos los primeros en determinar que a los obesos les iba peor con el COVID-19, y eso lo estamos viendo ahora en insuficiencia cardiaca. Si bien ahora hay nuevas medicaciones para bajar de peso, hay inyecciones que hacen bajar de peso, por más que tengamos esa vacuna para modificar el ARN y que los pacientes no sean obesos, vemos que no hay nada como el ejercicio natural, como la dieta natural, no solamente por el efecto que tiene en el físico, sino por el efecto que tiene en la mente. Es terrible porque la gente cada vez tiene que trabajar más, cada vez tiene dos empleos en lugar de uno, cuando yo a mis pacientes les digo tienen que hacer más ejercicios, me miran como diciendo: “Yo trabajo 14 horas por día, tengo tres hijos, llego a casa, tengo que cocinar ¿cómo hago?”. Entonces es un problema que no tengo la respuesta pero que sé qué hay que hacer.