La vida de Christiaan Barnard: del primer trasplante de corazón a las acusaciones de agresión sexual

La vida de Christiaan Barnard: del primer trasplante de corazón a las acusaciones de agresión sexual

Christiaan Barnard nació hace 100 años. El cardiocirujano sudafricano fue el primero en realizar un trasplante de corazón. Su figura alcanzó relevancia global. Y cambió la manera de ver a los hombres de ciencia: fue un playboy y sus romances durante los años setenta fueron estruendosos (Photo by Wolfgang Kuhn/United Archives via Getty Images)

 

Hace cien años nació Christiaan Barnard, el cardiocirujano que realizó el primer trasplante de corazón. Fue un revolucionario. Alguien que se animó a correr los límites, a pasar de la teoría a la práctica. Su osadía (que en su momento fue vista por muchos como temeridad) logró salvar muchas vidas. Su imagen no fue la tradicional del científico, la del hombre encorvado sobre libros, encerrado en un laboratorio o en la asepsia del quirófano. Con su avance alcanzó las tapas de revistas. Y le gustó. Se convirtió en un playboy, en un miembro estable del jet set, con romances con grandes estrellas, giras mediáticas, invitado exclusivo en importantes shows televisivos, presentaciones de sus best-sellers. En él, en su vida, convivieron los avances médicos sensacionales, el riesgo, la frivolidad y los escándalos.

Por infobae.com





La tarde del 2 de diciembre de 1967, un auto levantó por el aire a Denisse Darvall y a su madre mientras cruzaban una calle comercial de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Denisse era una chica jovial y decidida, tenía 25 años. Las consecuencias del choque fueron definitivas. Su cabeza rebotó contra el pavimento. Doble fractura de cráneo y muerte cerebral. La madre murió en el acto. Una tragedia. Pero alguien se puso contento: ese era el momento que había esperado tantos meses.

El paciente del primer trasplante de corazón

En una sala del hospital tenía a Louis Washkansky, un comerciante de 58 años gravemente enfermo. Padecía de diabetes avanzada y un corazón que apenas latía. Washkansky se estaba muriendo. Un cardiocirujano del lugar, Christiaan Barnard, le dijo a él y a su familia que sólo había una manera de evitar la muerte segura e inmediata: el trasplante de corazón.

Al principio pensaron que el doctor había enloquecido. Parecía imposible que algo así pudiera hacerse. Pero él insistió. Les explicó que ya se hacía con riñones, que la técnica sería similar. ¿Este sudafricano audaz estaba desesperado por salvarle la vida a su paciente o quería probar el método que había estado estudiando y desarrollando? Cometió una imprudencia: o se dejó llevar por el entusiasmo o le mintió al paciente. Cuando le preguntaron cuáles eran las posibilidades de éxito del trasplante, respondió, muy seguro, que eran del 80%. Con esa seguridad, con las probabilidades a su favor y casi desahuciados, Washkansky y su esposa aceptaron la intervención. Barnard escribió: “El paciente y su esposa me autorizaron de inmediato. No fue para ellos una decisión difícil. Él sabía que estaba cerca del final. Si un hombre es perseguido por un león en la selva cuando llega hasta el borde de un río lleno de cocodrilos se tira al agua convencido de que tiene alguna chance de llegar nadando hasta la otra orilla”.

Faltaba un paso más. La familia de la joven atropellada debía dar su consentimiento. Barnard sabía que lo conseguiría. Confiaba en su poder de seducción y en su plena convicción de que el método era revolucionario, que sus consecuencias podían cambiar el rumbo de la medicina.

El 3 de diciembre de 1967 a la madrugada, tras 6 horas de intervención, Barnard, su hermano Marius y un equipo de treinta profesionales consiguieron realizar el primer trasplante de corazón entre humanos de la historia. Louis Washkansky se despertó, habló con su esposa y con los médicos pero a los pocos días comenzó a decaer. En su pecho latía otro corazón. Murió 18 días después de una neumonía como consecuencia de los inmunosupresores que le administraron para evitar el rechazo del órgano. Pero eso poco importó, Christiaan Barnard ya se había convertido en una eminencia científica y, también, en una celebridad.

Disparen contra Barnard

Mientras el periodismo lo alababa y lo buscaba por todas partes, varios colegas de Barnard lo criticaron furibundamente. Las acusaciones eran múltiples y bien variadas. Algunos decían que sólo buscaba notoriedad, que el llamado de la fama era demasiado fuerte para él; estuvieron lo acusaron de robar el método que otros habían desarrollado: lo habría aprendido en uno de sus viajes de estudio a Estados Unidos; también estaban los que afirmaron que el doctor era un irresponsable y que cuando menos su actuar había sido temerario: desde la promesa desmesurada de éxito al paciente hasta el asunto de la inmunodepresión irresuelto que hacía que la intervención estuviera condenada al fracaso.

Sin embargo, otros especialistas le reconocen su condición de pionero. Más allá de la técnica quirúrgica utilizada, dicen, el gran aporte de Barnard fue haber dado el salto de la experimentación a la práctica; haberse animado a pasar de eso que probaban con los animales y aplicarlo con un corazón humano. Su otro logro, la otra frontera que cruzó, fue la de actuar ante la muerte cerebralEn esos años, principalmente en Estados Unidos, había un gran debate sobre la cuestión que llevó a varios médicos a ser acusados ante los tribunales. Barnard y su trasplante terminaron esa discusión.

Pero Barnard volvió a intentar. Y el siguiente paciente, Philip Blaiberg, trasplantado el 2 de enero de 1968 vivió más de un año y medio. Su porcentaje de trasplantes exitosos fue alto. Varios de sus pacientes tuvieron sobrevida superior al año y medio y dos de ellos superaron los 18 años. Durante unos años, médicos de todo el mundo copiaron el método de Barnard pero la altísima tasa de muertes hizo que, por un tiempo, los trasplantes de corazón fueran suspendidos en muchos hospitales. Barnard también utilizó la técnica de incorporar otro corazón junto al enfermo. Ese doble corazón salvó muchas vidas. Tuvo que retirarse de la cirugía en 1983. Una artritis reumatoidea convirtió sus dedos en garras dobladas inaptas para operar.

Antes de continuar con la vida de Barnard habría que detenerse en un personaje central en esta historia pero muchas veces olvidado: Edward Darvallel hombre de 66 años, que habiendo perdido a su esposa y a su hija de 25 años, autorizó que el corazón de ésta fuera utilizado en el trasplante, una técnica que se utilizaba por primera vez. Darwall esquivó a la prensa todo lo que pudo y no quiso exposición pública. Cuando algún periodista lo encontraba, él sólo pedía donaciones para la unidad de cardiología del hospital de Ciudad del Cabo en el que trabajaba Barnard. Pero Edward Darwall tuvo una última participación pública. Se presentó en el juicio en el que era juzgado el conductor que borracho atropelló y mató a su esposa y su hija. Darwall le pidió la palabra al juez y pidió la “mayor piedad posible” con el acusado. “La trágica muerte de mi hija no careció de sentido. Benefició a la humanidad”. El juez del caso escuchó a Darwall y fue indulgente con el acusado.

Barnard, estrella de la medicina

Después del trasplante y su publicidad, Christiaan Barnard se convirtió en el hombre más buscado del momento. Un Beatle de la ciencia. Pero por unos días desapareció. Nadie podía dar con él. Héctor Ricardo García, dueño de Crónica, un diario popular argentino que dominaba la franja de los vespertinos, le ordenó a Alfredo Serra, en ese entonces un joven cronista, que lo encontrara y consiguiera algo que era muy usual en la época y que ahora ha perdido vigencia: una foto del protagonista leyendo ese medio. Serra le preguntó a su patrón qué enfoque prefería para la entrevista: “Si querés hacer la entrevista, hacela. Pero no vuelvas sin la foto”. Serra, según contó en sus entrañable memorias El Solitario No Baila la Rumba, viajó al día siguiente a España sin tener idea dónde se podría encontrar el médico. Hizo múltiples llamados hasta que alguien le sugirió que buscase en Portugal, un sitio al que Barnard iba de vacaciones habitualmente. Serra viajó a Portugal y le pidió al taxista que lo llevase al mejor hotel de Lisboa. Ya en el Ritz y mientras pensaba cómo encontrar al personaje más buscado del momento, se lo cruzó en un pasillo del hotel. Barnard estaba de paso camino a Estoril. El periodista se atolondró para pedirle una foto leyendo Crónica. Barnard aceptó entre intrigado y divertido. La simpatía del periodista lo hizo aceptar una entrevista para el día siguiente, eso sí con un intérprete de por medio para que la conversación no se convirtiera en un cúmulo de tropiezos y malos entendidos. La foto de Barnard leyendo el diario ocupó la portada de Crónica que esa tarde, tanto con la quinta edición como con la sexta, logró un récord de ventas.

Barnard al momento de su salto a la fama estaba casado desde hacía casi dos décadas con Aletta Gertruida Louw, una enfermera con la que había tenido dos hijos. Pero los honores, las tapas de revistas, las recepciones sólo reservadas a primeros mandatarios hicieron que su fama de seductor serial se pusiera en marcha a escala industrial. El cardiólogo más conocido del mundo se convirtió en un rompecorazones. Después de 22 años dejó a su esposa. En uno de sus muchos libros contó haber protagonizado un romance fugaz con Gina Lollobrigida y haber vivido aventuras con otras celebridades. Dijo que en una tarde parisina llegó a estar en un lapso de seis horas con tres mujeres distintas y una de ellas fue Francoise Hardy. Barnard se casó al poco tiempo de su primer divorcio con una chica de 19 años y tras divorciarse de ella con una joven modelo a la que doblaba en edad. Con cada una de ellas tuvo dos hijos.

Se convirtió en un playboy con conocimientos científicos. En un personaje del Jet Set que bailaba con Grace Kelly, pisaba la alfombra roja de Cannes o participaba en una boda real. Sus conquistas se hicieron célebres.

En el 2016, quince años después de la muerte de Barnard, Anne MacLane Cluster lo acusó de haber abusado de ella. La mujer denunció que Barnard metió la mano debajo de su pollera, por un largo tiempo y tocó sus genitales mientras estaban reunidos con un senador.

En su última visita a la Argentina (cada vez que venía se reunía con el Doctor Favaloro al que reconocía como una eminencia y afirmaba que el by pass técnica inventada por Favaloro había salvado muchas más vidas que los trasplantes), Barnard recordaba haber almorzado en televisión con Mirtha Legrand. Contó que ella le preguntó la edad, pero que él se negó a darla. Sólo le respondió: “Tengo una hija de 3 años y es la tía de mi nieto que tiene 21?.

Disfrutaba de la atención. “Cualquier hombre que diga que no le gustan los aplausos o el reconocimiento es un tonto o un mentiroso”, dijo.

Era elegante, cuidaba la manera de vestirse y estaba cómodo bajo los flashes y las luces de los estudios. Su velocidad de respuesta y un sarcasmo siempre presente lo convertían en un entrevistado interesante. “¿Qué fue lo primero que pensó cuando terminó con el primer trasplante?”, le preguntaron. “Que tenía muchas ganas de ir al baño”, respondió. Cuando todos lo alababan por sus aportes al mundo de la ciencia, por haber salvado muchas vidas gracias a los trasplantes y por haber animado a otros médicos a mirar más allá, él decía con una convicción que hacía que su interlocutor le creyese: “Mi mayor contribución fue mostrar que los cirujanos también somos seres humanos y que podemos cantar, bailar, reírnos, amar”.

Murió el 2 de septiembre de 2001, mientras descansaba en un balneario de Chipre. Algunos publicaron que lo venció, casi como una paradoja, un ataque al corazón.

Pero parece que se trató de un ataque de asma.