Recientemente, el meritorísimo Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) ha reportado la comisión de 25.222 delitos para el primer semestre del presente año (https://mnwey.awslvpni.com/2022/11/14/venezuela-registra-casi-11-mil-casos-de-hurto-en-primer-semestre-segun-ovv/). El mayor porcentaje corresponde al hurto, seguido por robos y lesiones personales, ubicándose el homicidio entre los más bajos.
El esfuerzo de detección de la criminalidad en nuestro país, lograda una metodología muy estricta por los cientistas sociales comprometidos en esta tarea, luce admirable. Consabido, las cifras oficiales en materia delictiva, al igual que las macroeconómicas o educativas, las desea el régimen por siempre secretas, postergadas y olvidadas.
Viejos textos de criminología, disciplina ahora tan confidencial como nunca antes se había visto, nos imponían de autores que apuntaban a los delitos contra la propiedad, como propios de los países del norte, más fríos, mientras que los de sangre eran el dato constante de los del sur, más calientes. El solo vistazo del boletín del Observatorio desmiente el enfoque clásico y llama a reordenar la disciplina de cara al Estado Criminal en curso, seguramente de una profusa y tardíamente detectable delincuencia de cuello blanco, sobre todo respecto a los más complejos productos y operaciones financieras de un magnífico detergente en uso que contrasta con el país inmensamente miserable. Agreguemos, hasta el productor que trajo a Fito Páez a Caracas, ha quedado sorprendido en torno a la dolarización de los espectáculos que cuelan algunas presunciones y también indicios razonables. Empero, deseamos volver a un sencillo caso ocurrido aproximadamente más de un año atrás.
En efecto, asaltada la camioneta por-puestos en la que se transportaba, al amigo y el resto de pasajeros les quitaron sus pertenencias personales, incluyendo el codiciado celular. El conductor aseguró que había transcurrido cerca de dos años, sin saber de incidentes similares, permitiéndonos especular en torno a hechos, como los consabidos de la Cota 905 de Caracas que supuso una disminución de los secuestros y homicidios, y un aumento de lo que los venezolanos entendemos por “raterismo”.
Es nuestra convicción, lo acontecido en la 905, no constituyó solución definitiva alguna para el drama de la delincuencia común, sino un reacomodo en el que el elemento político cuenta, asomándose apenas los delitos menores contra la propiedad, en directo contraste con los mayores: extorsión, manipulación del mercado inmobiliario, invasiones, encarecimiento de los impuestos registrales, y otras operaciones aun estrictamente no financieras que permiten multiplicar las conjeturas. No puede vanagloriarse el régimen, por ejemplo, respecto a la disminución del número de homicidios, sin interrogarnos sobre la calidad y la prestación misma de la administración de justicia, incrementándose sustancialmente las “cifras negras de la delincuencia”, reinante la impunidad, y considerando que un elevadísimo porcentaje de la población se ha marchado al exterior, añadidas sendas bandas hamponiles que desprestigian inmensamente al país y contribuyen decisivamente a la xenofobia que tanto daño ha hecho a la mayoría inequívocamente honesta de nuestros paisanos.
Invalorable el aporte que realiza el Observatorio, debemos resaltar dos circunstancias: la una, a duras penas la opinión pública lo conoce al lograr vencer la censura y el bloqueo informativo, a través de medios como La Patilla. Y, la otra, a diferencia de un pasado en el normalmente exponían sus ideas, escasean los académicos que se atrevan a un planteamiento público especializado y, faltando poco, habría que indagar en relación al descenso de los cursos de post-grado en materia penal, criminalística y criminológica.
Valga la coletilla, creemos que la afición y adicción por las noticias y el cine de acción entre nosotros, no guarda correspondencia con el interés y la reflexión generalizada respecto al delito. Peor, hay niños que juegan al uso abusivo de la fuerza y al malandraje ante la indiferencia y también complacencia de los padres.