Ni el conflicto ni el olvido estatal han impedido que los pueblos de palafitos de la Ciénaga Grande de Santa Marta conserven su autenticidad, una característica que los hace únicos en el Caribe colombiano y que ha servido de inspiración para artistas como Carlos Vives.
Las casas de madera de todos los colores y los botes dibujan el paisaje de Buenavista, uno de los caseríos que está ubicado en la albufera y en donde el tiempo parece no pasar pues la internet llegó apenas hace unos meses, las conexiones de celular son débiles y muy pocas familias tienen televisor.
“Nuestra figura aquí no es anfibia, porque anfibia se relaciona a agua y tierra. Solo somos agua, somos acuáticos”, cuenta a EFE Andrea Álvarez, profesora de la Institución Educativa Técnica Departamental San José, a la que asisten más de 150 niños.
Los habitantes de este pueblo flotante son entusiastas, sueñan con un mejor futuro y creen en que las cosas van a mejorar, a pesar de las adversidades que viven cuando la pesca no está buena o de que el tiempo allí pasa mucho más lento que en las grandes ciudades.
“Como se vive de la pesca (…) hoy hay, mañana no hay y así sucesivamente. Eso es lo que se hace acá: ir a pescar, vivir del día a día, el padre de familia manda a su niño al colegio”, añade Álvarez.
La rica cultura de los pueblos de palafitos también cautivó a Carlos Vives, quien compuso sus últimos dos álbumes, Cumbiana y Cumbiana II, inspirado en las costumbres de una región que conoce desde que era niño, cuando acompañaba a su padre, el médico Luis Aurelio Vives, a llevar servicios médicos a las comunidades.
COMUNIDAD RESILIENTE Y LUCHADORA
El 21 y 22 de noviembre de 2000 paramilitares del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) llegaron a las comunidades de Buenavista y Nueva Venecia y perpetraron una masacre en la que, según cifras oficiales, fueron asesinadas 39 personas, aunque la comunidad cree que fueron más de 70.
Eso provocó un desplazamiento masivo de unas 4.000 personas que huyeron de la violencia, muchas de las cuales no volvieron nunca por miedo, lo que, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, hizo que se perdieran una “serie de prácticas culturales características de las comunidades anfibias”.
Álvarez, con la voz entrecortada, recuerda con dolor esos hechos, pues ella es una de las miles de víctimas que dejó esa incursión paramilitar que cambió a su pueblo.
“Es un tema bastante difícil de tocar porque cayó (en la matanza) un hermano. En ese tiempo pensé: ‘me traslado, me voy’, pero aquí está otra familia, está mi otro hermano, y como por sangre, por enraizarse uno, volví, porque sabía que no lo podía dejar solo. En ese tiempo del desplazamiento, además, solo regresamos dos docentes”, afirma.
La profesora se propuso entonces mantener la educación de los niños y junto a la otra maestra trabajó a doble jornada “con tal de sacar a la comunidad adelante” y de que los pequeños tuvieran la mente distraída, no estuvieran pensando en eso que a lo mejor no vivieron directamente pero que sí causó zozobra entre los que tuvieron que huir.
LA MATRONA DEL PUEBLO
Entre los habitantes de Buenavista hay una mujer que sobresale: Manuela Guerrero, de 86 años, quien ha vivido toda su vida sobre las aguas de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
Ella es la matrona de la comunidad y aún sigue siendo partera, un trabajo al que se ha dedicado casi medio siglo. También continúa aplicando inyecciones y haciendo curaciones a quienes la buscan.
“Lo hago sin ningún interés porque no me pagan nada”, cuenta a EFE la mujer, que a pesar de su edad se mantiene muy vital y sigue haciendo las labores a las que se ha dedicado casi toda su vida.
Guerrero recuerda la época de la violencia, pero también se acuerda de cómo regresaron los desplazados y de cómo Buenavista cambió, de cómo era antes y cómo es ahora.
La mujer, que esboza una sonrisa mientras habla, carga en sus espaldas el bagaje cultural de la comunidad de Buenavista, que resiste y trata de mantener vivas las costumbres que la hacen única. EFE