Los adornos de Navidad del porche de la casa en el 30 de Ellie Drive, en este pueblo de Merrimack, a los pies de las montañas de New Hampshire, terminan de dar un marco perfecto a la suburbia americana. Apenas unas ramas artificiales con bolas de cristal blanco, un Santa Claus pequeño a un costado y luces blancas y celestes. Por supuesto, el parque inmaculado, el driveway que sale del garaje a la calle y la camioneta 4×4 esperando allí cualquier salida rápida hasta el supermercado o para recoger a los chicos en la escuela. Apenas si desentona ese montón de cajas entregadas por los conductores de Amazon y Fedex que aún están en la parte interior del porche, al lado de la puerta principal adornada con una corona de muérdago. Todo exuda esa perfección tan de New England en la casa de la familia Brayman, una pareja de inmigrantes ucranianos-israelíes que llegaron en 2019 a Merrimack y que tan bien se acoplaron a esta sociedad con sus dos hijos y su próspera empresa de adornos luminosos.
Por Infobae
De acuerdo al Boston Globe, ninguno de los vecinos pensó en otra cosa cuando vieron a la policía frente a la casa de Alexey y Daria Brayman esta semana: un accidente, un asalto. Nadie pudo imaginar que allí, en esa residencia de dos pisos que tan bien contribuye a la armonía estética del lugar, se desarrollaba lo que ahora parece un nuevo episodio de la serie “The Americans”, la familia de agentes soviéticos infiltrados en los suburbios de Washington. Esta vez, una pareja que utilizaba la pantalla de su empresa de iluminación para comprar chips y otras partes digitales sensibles para la fabricación de los misiles que está utilizando Rusia para bombardear la tierra que los vio nacer. Pero el martes por la mañana, esa imagen perfecta se hizo añicos cuando Alexey Brayman, de 35 años, y otras seis personas fueron procesados por la justicia federal estadounidense que los acusa de dirigir una red internacional de contrabando que canalizaba ilegalmente tecnología militar sensible a Moscú.
Brayman fue detenido poco después y compareció el martes por la tarde ante el tribunal federal de Concord. Al día siguiente fue puesto en libertad bajo fianza de 150.000 dólares, se le ordenó entregar su pasaporte y está sujeto a restricciones de viaje y a un arresto domiciliario. También detuvieron a otros dos cómplices, uno en Nueva Jersey, Vadim Yermolenko, que cumplía sus mismas funciones de triangular las compras y otro, Vadim Konoshchenok, en la República de Estonia que pasaba la mercancía por la frontera rusa. Su esposa, Daria, nacida en Ucrania y residente por varios años en Rusia, está siendo investigada, pero por ahora no fue arrestada. De acuerdo al fiscal del Distrito Este de Nueva York, ambos compraban y enviaban a la red rusa “electrónica avanzada y sofisticados equipos de prueba utilizados en informática cuántica, desarrollo de armas hipersónicas y nucleares y otras aplicaciones militares y espaciales”. Esos artículos, según los investigadores, “podrían contribuir significativamente al potencial militar o a la proliferación nuclear de otras naciones o ir en detrimento de la seguridad nacional de Estados Unidos”.
“Necesitas estas cosas para atacar objetivos muy específicos, como una central eléctrica o un hospital”, explicó James Byrne, director del Royal United Services Institute, en una entrevista con el Boston Globe. “Son una parte muy importante de cómo Rusia libra una guerra”. A pesar de las sanciones generalizadas –y a pesar de la insistencia de los funcionarios estadounidenses de que las sanciones económicas han tenido un efecto paralizante en los esfuerzos bélicos rusos- no cabe duda de que los materiales de fabricación estadounidense siguen fluyendo hacia Moscú. Los investigadores identificaron cientos de componentes electrónicos producidos por empresas con sede en Estados Unidos en sistemas de armas rusos recuperados por Ucrania, según un informe publicado recientemente por la agencia Reuters y el Royal United Services Institute (RUSI). “Rusia tiene mucha experiencia en la obtención de esos componentes, tienen una larga experiencia en hacerlo, y es algo que se toman muy en serio”, dijo Nick Reynolds, coautor del informe y analista de investigación en el instituto. “Las personas que hacen eso son activos valiosos, tan importante como un agente infiltrado en una estructura militar”.
En los diez meses de guerra en Ucrania, tras la invasión rusa del 24 de febrero, las fuerzas del Kremlin lanzaron unos 10.000 misiles contra objetivos civiles y la infraestructura de energía ucraniana, matando a miles de personas. Y todos esos aparatos letales funcionaron gracias a las partes inteligentes fabricadas por Texas Instruments Inc; Altera, propiedad de Intel Corp; Xilinx, propiedad de Advanced Micro Devices Inc (AMD); Maxim Integrated Products Inc, adquirida el año pasado por Analog Devices Inc. y chips fabricados por Cypress Semiconductor, ahora propiedad de la alemana Infineon AG. Todos estos componentes fueron encontrados en las partes recuperadas de los misiles arrojados por los rusos. Componentes de estas empresas también fueron utilizados en los drones kamikazes que el régimen iraní entregó a Rusia. Algunos de estos pasaron por la casa de los Braymans en New Hampshire y terminaron en manos de los que ensamblan misiles y drones en las fábricas rusas.
De acuerdo a los fiscales que investigan el caso, los Braymans forman parte de una organización conocida como Serniya, una red mundial de agentes rusos y empresas de tapadera con clientes como el Ministerio de Defensa ruso y el Servicio Federal de Seguridad, o FSB. Los funcionarios estadounidenses aseguran que Serniya es “instrumental e imprescindible” para la maquinaria bélica rusa. Otro de los implicados, Boris Livshits, también de nacionalidad rusa y residente en Brooklyn, compró artículos sancionados a empresas electrónicas estadounidenses por cientos de miles de dólares. Utilizando el alias de “David Wetzky”, Livshits enviaba los artículos a la casa de los Brayman en Merrimack. En marzo de 2022, 18 días después de que Rusia invadiera Ucrania, Brayman y Livshits tuvieron una conversación telefónica en la que acordaron enviar los chips a Rusia a través de Alemania “por las buenas o por las malas”, según la acusación.
Brayman enviaba regularmente los cargamentos a Vadim Konoshchenok, un ciudadano ruso y presunto agente del FSB en Estonia, quien, según las autoridades, luego pasaba las mercancías de contrabando a través de la frontera con Rusia. En uno de esos viajes, a finales de octubre, Konoshchenok fue detenido y se le encontraron 35 tipos diferentes de semiconductores y componentes electrónicos, según los documentos judiciales. También se le encontraron decenas de miles de cartuchos de munición estadounidense, incluidas balas muy especiales de francotirador fabricadas en Nebraska.
Aparentemente, el FBI y la CIA estuvieron detrás de la organización durante al menos seis meses y descubrieron que mantenían una sofisticada red para dividir los envíos y fabricar facturas falsas a nombre de decenas de personas. Lo mismo sucedía con los pagos que se transferían a decenas de bancos antes de que el dinero llegara “blanqueado” a Estados Unidos. En octubre, un juez de Nevada firmó una orden para colocar un dispositivo de seguimiento en un “generador de señales” comprado por Livshits a una empresa de Illinois. Con la cooperación de la empresa, los investigadores siguieron el rastro del artículo desde un punto de envío en Nevada hasta Merrimack, antes de interceptarlo en el aeropuerto internacional John F. Kennedy de Nueva York, donde había sido reembalado y se dirigía a Alemania. Fue cuando los agentes federales comenzaron a vigilar los cargamentos que llegaban al número 30 de Ellie Drive, en el Merrimack de película de Navidad, a la casa perfectamente manicurada de los Braymans.