Yo no voté por él, ni votaré en nuevas oportunidades, tal como nunca voté por Hugo Chávez. Pero la mayoría opositora, por cuyos candidatos he votado por alguno o nada, acaba de asegurarme que lo de Juan Guaidó, aquél Gobierno interino que se decidió según nos dijeron en 2019 constitucionalmente, así también nos aseguraron a los venezolanos de uno y otro afecto de los gobiernos de Estados Unidos, Colombia, el Reino Unido, Francia y otras decenas de países, los cuales aceptaron la decisión y asumieron una doble posición, pues por una parte reconocían a Juan Guaidó como Presidente interino mientras desconocían a Nicolás Maduro, pero sus respectivos embajadores siguieron conversando con el Canciller de Maduro, no con Julio Borges, y manteniendo sus embajadas y oficinas consulares en Caracas y otras ciudades, igual que antes de la Presidencia de Juan Guaidó.
Asunto complicado, sin duda, con varias montadas de Guaido en techos de camionetas –cosa que Maduro, cada día más excedido de peso obviamente no podía hacer-, lo cual no necesitó hacer cuando fue invitado (¿o autoinvidtado?, no lo sabemos) para ser entusiastamente recibido en el Congreso de Estados Unidos y no con tanta alegría por el Gobierno español que, como sabemos, es psoecialistamente solidario con el castrocomunismo.
También estuvo de su lado –ése que los dirigentes y cabeceras de Voluntad Popular, Primero Justicia, Acción Democrática (al menos la que presuntamente maneja Henry Ramos Allup) y el Nuevo Tiempo del ex adeco Manuel Rosales han propuesto como “el lado correcto de la historia”, o sea, el de ellos al menos hasta finales de 2022- la Colombia aquella anticastromadurista de Iván Duque, hoy flotando entre lo que Gustavo Petro piensa y ofrece y lo que analiza y hace.
Y unos cuantos militares que creyeron el cuento de Leopoldo López cuando, todavía oliendo a fresco el interinato, intentó un golpe de estado sin sentido y sin gente. López terminó protegido por la Embajada de España –después de todo su padre es diputado español en el Parlamento Europeo- y su madre, según se dijo en algún programa de You Tube, ofreciendo determinados servicios que desconocemos al Gobierno Interino.
El mismo Gobierno al cual los jefes de los partidos que lo han integrado ofrecieron –dicen- servicios y respaldo que cobraron fuertemente en dólares cedidos por Washington, y exigiendo posiciones y en consecuencia sueldos en empresas que a Estados Unidos y otros países les dio la gana de reconocer al Gobierno de Juan Guaidó con un Canciller que, hasta donde podemos saber, nada hizo, un embajador en Colombia que, según él mismo, no se enteró de nada y un embajador en Estados Unidos que mucho declaró a periodistas exiliados pero poco hizo por los migrantes voluntarios venezolanos –además de embajadores en otros países que poco más hicieron aparte de algunas gestiones irrelevantes y posiblemente cobrar a tiempo sus sueldos y cuentas de gastos. Pero, hasta donde podemos saber, aparte de lo que el propio Juan Guaido haya hecho por si mismo, no tuvo el Gobierno Interino una diplomacia eficaz ni un respaldo partidista opositor plenamente cumplidor de sus compromisos.
Y ahora ya no hay tampoco Gobierno interino. El Gobierno de Venezuela sigue siendo el de Nicolás Maduro hasta las próximas elecciones cuya fecha y procedimientos él mismo acordará con los países importantes –lo del diálogo mexicano parece sólo un tentempié.
Pero sobran los precandidatos presidenciales de la oposición, tanto grandes derrotados históricos llenos de palabrería como los que sabemos no tienen la menor oportunidad. Y sólo dos esperanzas de cierta respetabilidad ciudadana: María Corina Machado y Juan Guaídó.