Ángel Rafael Lombardi Boscán: La Gran República de Colombia, 1819 – 1831

Ángel Rafael Lombardi Boscán: La Gran República de Colombia, 1819 – 1831

“La Gran República de Colombia, 1819-1831” es el título del más reciente aporte del historiador y Premio Nacional de Historia de Venezuela Gustavo Adolfo Vaamonde bajo los auspicios de la Fundación Empresas Polar del año 2020. El libro es de colección por su acabado de lujo. Además, que se lee de una forma subyugante porque nos revela la historia desconocida de un destino de grandeza de la nación que pudimos ser y no fuimos.

El título de un buen libro es revelador de la hipótesis de trabajo que condujo y motivó a su autor. Al mismo, Gustavo Adolfo Vaamonde, le agrega: “La estrategia para estructurar un Estado y consolidar una nueva nación”. A la Gran Colombia hay que agregar República, una “Colosal República”, porque de las cenizas de la Monarquía hispánica renace una potencia continental y mundial con una extensión de 2.680.637 kilómetros cuadrados con la confluencia de tres territorios: Nueva Granada, Venezuela y Ecuador, además del agregado de Panamá. Y su final no es 1830 con el fallecimiento de su principal arquitecto, el Libertador Simón Bolívar, sino 1831. Precisiones que el autor nos va revelando sobre un pasado en su mayor parte deformado y desconocido.

“La idea esencial, el significado de Colombia para sus creadores y promotores fue esta: una inmensa República con potencialidades también colosales en recursos económicos, además de ser “el centro” del continente, por su ubicación geográfica y por las facilidades comunicacionales reales que poseía al tener costas y puertos en ambos océanos, Atlántico y Pacífico, así como una red de ríos navegables que facilitarían a futuro las comunicaciones. Además de lo anterior, contaba la nueva República independiente con un potencial humano inmenso puesto que su población estaba cerca de los 2.600.000 habitantes; es decir, poseía todos los recursos necesarios e indispensables para ser reconocida y colocarse en un sitial de honor entre las naciones del orbe”.





Este inmenso país, una auténtica potencia mundial, es una de las realizaciones históricas más efímeras y portentosas de nuestra historia. Tanto Inglaterra como los mismos Estados Unidos, en teoría simpatizantes de la causa libertadora y apoyos esenciales en la guerra de independencia entre los años 1812 y 1824, de seguro que no vieron con buenos ojos el nacimiento del Estado colombiano. La balcanización que condujo su posterior disolución en el año 1831 creó países pigmeos y vulnerables a las nuevas apetencias imperialistas principalmente de nuestro socio mayor: Inglaterra.

El origen de la Gran República de Colombia es hispánico como casi todo lo que somos y no terminamos de asumir por los divorcios de memorias rotas y elaboradas desde los reductos nacionales estrechos. Fueron los borbones con Felipe V su primer gran diseñador al crear en 1739 el Virreinato de la Nueva Granada. Esta plantilla geográfica física y humana es el primer y fundamental precedente. Francisco de Miranda, artífice de una idea de unidad continental por razones históricas y culturales comunes entre los americanos, propuso por primera vez en homenaje a Cristóbal Colón, la creación de Colombia, una Colombia continental. Proyecto que Simón Bolívar concretaría en el año 1819 en plena guerra contra España y su Monarquía.

Un dato que me sorprendió es que la Gran República de Colombia nació antes de ser la Gran República de Colombia. Y sospecho que Simón Bolívar, luego de triunfar en Caracas en el año 1813, se hizo prisionero de la vanidad de grandeza histórica. El título de Libertador le gustó junto a todos los ditirambos y homenajes exaltados que conlleva el triunfo. Además, estaba la sombra de Napoleón Bonaparte, un indirecto y secreto inspirador de la Gran República de Colombia.

Cuando estudiamos estos procesos históricos, la alcabala patriótica como bastión nacionalista, nos impide reconocernos dentro de un origen común: la Independencia fue un esfuerzo colectivo entre regiones históricas afines con lazos forjados por la impronta colonial hispánica de tres siglos. Y esto que lo entendió claramente Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Juan Germán Roscio, Francisco Antonio Zea, José María Vargas, José María Restrepo y tantos otros hombres integrantes de ese inédito primer gobierno gran colombiano no fue secundado por José Antonio Páez y muchos más como él apegados a patriecitas como fundos y haciendas.

Para entender por qué la Gran República de Colombia se hizo en la guerra y se deshizo en la guerra hay que acudir a la geografía en primer lugar. Si bien las distancias y malos caminos fueron un reto formidable que vencer las interacciones en ese espacio, a través de ríos fundamentalmente, tuvieron su propia lógica de funcionamiento. Algunos estudiosos se refieren a esto como topografías de distintas Regiones Históricas. Bolívar gana en 1813 viniendo desde Cúcuta y con apoyo neogranadino. Y luego de consolidar una cabeza de playa en Guayana liberó la Nueva Granada en Boyacá en 1819. 1819 es el punto de partida de una República que quiso serlo y las circunstancias lo negaron. Carabobo en 1821 y la Batalla Naval del Lago de Maracaibo en 1823, eventos culminantes de la guerra de independencia en la Costa Firme, se hizo con ejércitos mixtos de neogranadinos y venezolanos.

Es controversial la idea del porqué el Libertador siguió haciendo la guerra contra España entre 1822 y 1824 dirigiéndose al Perú y no haber preferido consolidar la paz en su zona natural de influencia. Hay muchas explicaciones. La más al uso es que no se podía dejar un solo regimiento realista operando en el continente americano por la evidente amenaza de una reacción que echaría al traste con el logro político/militar obtenido con tanto sacrificio de vidas. Otra hipótesis que apenas se señala es que Bolívar quería sumar todo el sur del continente americano al proyecto de nueva nación iniciado en 1819. Y hay otra más que ofrece el testimonio del cónsul inglés en Venezuela en ese entonces, Robert Ker Porter, al señalar la aversión de Bolívar a todo lo que tenga que ver con las labores administrativas, gerenciales o burocráticas en el manejo de un gobierno.

Lo cierto del caso es que éste fecundo libro de Gustavo Adolfo Vaamonde, escrito con solvencia académica y con un acopio de fuentes de gran valía y autoridad, nos va ofreciendo desde la serenidad de quién domina el tema, todas las vicisitudes de la nueva potencia continental en América. Un capítulo relevante es aquel que aborda los Reconocimientos y relaciones exteriores, algo vital para un nuevo Estado, que requiere de una legitimidad internacional.

Los intentos para consolidar la nueva República son reveladores de una historia oculta y que el autor se encarga satisfactoriamente de presentarnos a lo largo de todo el libro. Reconocer a los indios, promover la agricultura y el comercio, el nacimiento de la libertad de expresión para ciudadanos apenas ciudadanos en su mayoría analfabetos; razón por la cual se quiso acabar con el control de la Iglesia católica sobre el sistema educativo encontrando no pocas y fuertes resistencias. Hasta se promovió la inmigración extranjera en el caso de unos colonos escoceses en el centro de Venezuela que sin el adecuado apoyo institucional terminó fracasando. La preocupación por los nuevos símbolos y representaciones del sistema republicano se procuró atender promoviendo días festivos y celebraciones de la nueva patria.

Hasta un “Manual para el ciudadano colombiano” apareció en el año 1825 para “inculcar y desarrollar la conciencia de los nuevos ciudadanos colombianos sobre los principios liberales que deberían en adelante regir los destinos de la nueva nación”.

El fin de la Gran República de Colombia estuvo unido al fin de su principal promotor, fundador y legislador: Simón Bolívar. A Bolívar, como a casi todos los humanos, le faltó tiempo o el tiempo que siempre tuvo no le fue suficiente. Además, otro hecho fundamental para entender todo éste proceso: es que los Padres Fundadores de una nueva América del Sur lanzada a la modernidad política con sueños de grandeza por el descomunal logro conseguido, se enfrascaron en una guerra civil entre ellos mismos que destrozó todas sus previsiones políticas luego de la victoria militar. Los revolucionarios tragados por la propia revolución e incapaces de convenir acuerdos razonables y subordinarse a las nuevas leyes liberales: prefirieron seguir guerreando.

La eclosión fue inevitable. Las rivalidades regionales; la pobreza del erario nacional y su aparato productivo destruido por la guerra; el gigantismo de los espacios vacíos; los conflictos entre centralistas y federalistas; y otro tanto entre militares y civiles; y básicamente: la ausencia de la inestimable paz. La Gran República de Colombia apenas tuvo el aliento de un recién nacido. Y fue una idea de nación formidable, incluso, imperial. De ella, hoy nos queda una evocación distorsionada y enclenque, que cedió a la mitología del héroe traicionado por sus apóstoles de miras más mezquinas y enanas.

Me atrevo asegurar que éste libro de Gustavo Adolfo Vaamonde llena todo un vacío historiográfico dentro de nuestro campo de saber ya que tuvo el atrevimiento de irrumpir contra los sesgos que imponen memorias castradas. Su aporte es un regalo cultural de alto vuelo para todos los americanistas especialistas en el tema, y también, para él ávido lector que busca nuevos conocimientos sobre nuestro pasado desde una perspectiva competente.