La joven de 15 años, hija de un funcionario de la Santa Sede, se esfumó sin dejar rastros hace más de 40 años. El papa Francisco acaba de reabrir el caso donde se mezclan hipótesis de abusos sexuales, negocios mafiosos, organizaciones detrás de la apertura de tumbas y la existencia de una misteriosa mujer a la que El Vaticano mantuvo oculta durante años. La docuserie de Netflix que revivió el caso
La distancia entre la Plaza Navona, en Roma, y la Plaza San Pedro, en Ciudad del Vaticano, suma apenas 4 kilómetros y es uno de los trayectos más seguros del mundo, con policías, carabineros y guardias suizos de mirada atenta a cualquier hecho extraño.
Por Infobae
A pesar de eso, el 22 de junio de 1983 ese espacio se convirtió en un agujero negro dentro del cual desapareció, para nunca volver a aparecer, una adolescente de 15 años, hija de un funcionario del Vaticano, en lo que todavía hoy es uno de los casos policiales más oscuros de la Santa Sede.
La chica del Vaticano, trailer oficial de Netflix
Emanuela Orlandi, hija del empleado del Palacio Apostólico nacida el 14 de enero de 1968, cumpliría hoy 55 años. O quizás -como dicen ciertos rumores- los cumpla en algún lugar del planeta donde designios venidos desde muy alto le dieron una nueva vida, con otra identidad y el impedimento de volver a comunicarse siquiera con sus padres y sus cuatro hermanos.
Aquel miércoles 22 de junio, a las siete y veinte de la tarde, después de su clase de música en el Instituto Tommaso Ludovico da Victoria, muy cerca de plaza Navona, Emanuela despidió de su amiga Raffaella Monzi en una parada de colectivos. Raffaella volvía a su casa, Emanuela se quedó a esperar a su hermana Cristina para que la acompañara a una cita donde alguien la contrataría para que vendiera productos Avon.
Rafaella fue la última en verla. A partir de ese momento, el paradero de Emanuela se volvió un misterio aún irresuelto que con el correr de los meses y los años se relacionó con la mafia romana, abusos sexuales en las más altas esferas de la Santa Sede, el terrorista turco Alí Agca, que por entonces estaba preso luego de atentar contra el papa Karol Wojtyla, y el escándalo del Banco Ambrosiano, que había estallado apenas cuatro días antes de la desaparición de Emanuela con la muerte del banquero Roberto Calvi.
En los casi cuarenta años transcurridos desde la desaparición, también se sumaron otros elementos de corte siniestro: desde tumbas vacías y supuestos restos encontrados, hasta la revelación de un documento del Vaticano que daba cuenta de fondos girados a Inglaterra durante años para las necesidades de una enigmática mujer escondida allí que podría ser o haber sido Emanuela.
Hubo además decenas de denuncias policiales y judiciales, pistas que no llevaron a ninguna parte, requerimientos a las autoridades vaticanas nunca respondidos y hasta una miniserie documental de Netflix, La chica del Vaticano, que el año pasado volvió a poner en primer plano el caso.
Esta semana, luego de décadas de hermético silencio en la Santa Sede, el papa Francisco ordenó al promotor de justicia del Vaticano, Alessandro Diddi, reabrir la investigación de la suerte corrida por Emanuela “sobre la base de los pedidos hechos por la familia en varias sedes”.
“Un pueblo pequeño”
Emanuela era la cuarta hija del matrimonio de Ercole Orlandi y Maria Pezzano, quienes vivían dentro de las murallas del Vaticano debido a que Ercole trabajaba como funcionario del Palacio Apostólico.
Ella y sus hermanos -Natalina, Pietro, Federica y Cristina- crecieron en un antiguo departamento que estaba ubicado dentro de la ciudad estado lo que, según definió alguna vez su hermana Natalina, era como “vivir en un pueblo pequeño, con la única diferencia que a las 9 de la noche se cerraban las puertas”.
Además de asistir a la escuela, Emanuela quiso aprender música. A los 15 años, tocaba el piano, integraba un coro y había empezado a dedicarse a la flauta.
Asistir a las clases del Instituto Tommaso Ludovico da Victoria era para ella una rutina que rara vez rompía. Y menos en junio de 1983, cuando había empezado a ensayar un espectáculo donde por primera vez tocaría en público su nueva pasión, la flauta traversa.
La tarde del 22 de junio discutió con su hermano Pietro antes de salir. Emanuela le pidió que la acercara en el auto hasta el Instituto. Pietro se negó porque tenía otros planes.
“Tuvimos una pelea, porque ella tenía esa lección de música. Hacía mucho calor y me negué a ir con ella porque tenía algo más. Así que cerró la puerta y se fue, ese es el recuerdo final que tengo”, contó el hermano varón en el documental de Netflix.
Desaparecida
Poco después de las siete de la tarde, cuando terminó la clase, Emanuela acompañó a su amiga Raffaella a la parada del colectivo. Antes, había llamado por teléfono a su hermana Cristina para contarle que, cuando iba hacia el Instituto, se le había acercado un auto cuyo conductor le ofreció vender productos Avon. Le pidió que la acompañara a la cita.
En el trayecto hasta la parada, le contó de la oferta a Raffaella. “Me dijo que le habían ofrecido distribuir productos para una casa de cosméticos en un desfile de moda. Le habían prometido 375.000 liras por repartir unos folletos”, contaría después la chica a la familia de Emanuela y a la policía.
A pocas cuadras de allí, Cristina esperaba a su hermana menor para ir juntas a la cita, pero Emanuela nunca llegó. Durante casi una hora la buscó por la zona, sin suerte y, creyendo que se habían desencontrado, a las ocho y media de la noche volvió a su casa.
Cuando les contó a sus padres, se preocuparon, porque Emanuela demoraba en volver y a las nueve de la noche se cerrarían las puertas de la ciudad. Ercole salió a buscarla con el auto, pero tampoco pudo encontrarla. Desesperado, fue hasta la comisaría de Trevi –que correspondía al área donde estaba el instituto de música– para denunciar que su hija había desaparecido.
No le quisieron tomar la denuncia. Esgrimieron dos razones: había pasado poco tiempo y, además, no les correspondía porque Emanuela era una ciudadana vaticana y no italiana.
A la mañana siguiente, Ercole y su hija Natalina presentaron la denuncia por la desaparición en la Inspección General de Seguridad Pública del Vaticano. Poco después surgió una posible pista: el guardia de tránsito Alfredo Sambuco y el agente de policía Bruno Bosco habían visto el día anterior a una muchacha que podía ser Emanuela con un hombre que llevaba “una bolsa publicitaria de Avon”, y que estaban junto a un coche BMW verde antiguo.
La pista, sin embargo, se quedó ahí: en BMW verde no aparecía por ningún lado y los policías no recordaban la patente.
La familia decidió dar un paso por sí misma y publicó la foto de Emanuela en el periódico Il Tempo. Pedían que quien tuviera información sobre su paradero los llamara a su teléfono particular.
Durante los siguientes diez días recibieron cientos de llamadas, pero ninguna aportó nada, ni a la familia ni a la investigación policial.
El Papa, Alí Agca y las demandas
El Vaticano demoró diez días en referirse al asunto. Recién el domingo 3 de julio, en el Ángelus, Juan Pablo II dijo que no perdía “la esperanza en el sentido de humanidad de los responsables de este caso”.
La declaración llamó la atención, porque si algo cuidan las altas jerarquías del Vaticano es el uso de las palabras y Wojtyla insinuaba que podía tratarse de un secuestro. Resultó extraño, porque nadie se había comunicado todavía con a familia ni con la policía para exigir un rescate o hacer alguna otra demanda por la liberación de Emanuela.
Las palabras del pontífice parecieron desatar una reacción. El 5 de julio, un hombre con acento inglés que se identificó como “El Americano” y dijo ser parte de una organización hizo una demanda concreta a cambio de la liberación de la adolescente, a la que supuestamente su grupo tenía secuestrada: “El Papa Wojtyla debe intervenir para lograr la liberación de Alí Agca antes del 20 de julio”.
Agca llevaba dos años preso por intentar asesinar –alcanzó a herirlo- a Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981.
A partir de ahí, se precipitaron los acontecimientos. El 7 de julio el Papa recibió a la familia Orlandi en una audiencia, pero lo único que hizo fue intentar consolarlos y al día siguiente Agca anunció que se negaba a ser intercambiado por Emanuela y que los secuestradores debían liberarla sin condiciones.
En los meses sucesivos, las intervenciones de Juan Pablo II y de Agca en el caso siguieron generando interrogantes.
El 24 de diciembre, Karol Wojtyla visitó a la familia Orlandi en su casa, donde volvió a intentar darle consuelo, pero antes de irse pronunció una frase enigmática: “El de Emanuela es un caso de terrorismo internacional”. No les explicó por qué, y ninguno de los Orlandi se atrevió a preguntarle.
Por su parte, en una audiencia del juicio por el ataque al Papa, Agca volvió a negarse a ser intercambiado por Emanuela y dijo que la adolescente era rehén de la logia masónica Propaganda Due. Poco después se contradijo y culpó del presunto secuestro a ka organización turca Lobos Grises.
Más que aclarar, tanto el Papa como Agca, parecían dispuestos a aportar a la ya bastante oscura confusión que había en la investigación del caso.
A todos esto, desde hacía meses, la familia Orlandi había dejado las comunicaciones telefónicas con los presuntos secuestradores en manos de Gennaro Egidio, un abogado recomendado por los servicios secretos italianos.
“El Americano” se comunicó con él 16 veces y en dos ocasiones le hizo escuchar grabaciones en las que una chica que según él era Emanuela, gritaba mientras era torturada. Fue durante una de las últimas llamadas y después “El Americano” desapareció como Emanuela, para no volver a aparecer.
La mafia y el Banco vaticano
Durante casi veinte años no hubo novedades sobre el caso y Ercole Orlandi murió el 4 de marzo de 2004 sin saber nada sobre la suerte corrida por su hija.
Poco después se produjo una verdadera explosión de nuevas pistas, a partir de testimonios diversos. Fue como si alguien hubiera querido poner el tema nuevamente en el tapete, pero no para aclararlo sino para confundir aún más, y también para cobrarse viejas deudas.
La primera en hablar fue una mujer llamada Sabrina Minardi, que se presentó en 2006 en el programa de la televisión italiana Chi l’ha visto, dedicado a la búsqueda de personas desaparecidas. Allí dijo que había sido amante de Enrico de Pedis, alias Renatino, jefe de la “Banda de la Magliana”, como se conocía a la mafia de Roma.
Frente a las cámaras, Minardi dijo que De Pedis había sido el organizador del secuestro de Emanuela y que ella tuvo secuestrada a la adolescente en su casa hasta que Renatino se la llevó para matarla y tirar su cuerpo en una mezcladora de cemento.
Dijo también que el mafioso no había actuado por iniciativa propia sino bajo las órdenes de “El Americano” a quien identificó como el arzobispo Paul Marcinkus, involucrado en el escándalo del Banco vaticano que le había costado la vida a Roberto Calvi.
Al mismo tiempo, se conoció un informe de los servicios secretos italianos donde se sugería –en coincidencia con los dichos de la mujer– que Marcinkus podía ser “El Americano”
Citada por la justicia, tres años después, su testimonio permitió encontrar un sótano donde presuntamente estuvo secuestrada Emanuela y también el BMW gris presuntamente utilizado en el secuestro.
Para entonces, tanto de Pedis como Marcinkus estaban muertos y no podían declarar.
Investigaciones independientes no relacionadas con la desaparición de Emanuela, demostraron que una de las maniobras delictivas del Banco vaticano consistía en lavar dinero de la mafia que le daba en efectivo Enrico de Pedis. También comprobaron que parte de ese dinero de la mafia fue utilizado por El Vaticano en los años ‘80 para financiar el grupo Solidaridad, liderado por Lech Walesa, en Polonia.
En su declaración, Minardi también había dicho que una vez vio a Renatino entregarle mil millones de liras al arzobispo.
Según el hermano de Emanuela, Pietro, durante la investigación de la desaparición de Emanuela, la policía manejó la hipótesis de que cuando la mafia le reclamó a Marcinkus el dinero que le había dado para lavar, el arzobispo no pudo devolverlo y que el secuestro de la adolescente, hija de un funcionario de El Vaticano, era una represalia mafiosa.
Abuso, tumbas vacías y una mujer
Al rompecabezas de la desaparición de Emanuela se siguieron sumando piezas imposibles de encastrar con las anteriores.
Tres años después de las declaraciones de Minardi ante la justicia italiana, el exorcista del Vaticano Gabriele Amorth afirmó que “se trató de un caso de explotación sexual con el consiguiente homicidio poco después de la desaparición y ocultamiento del cadáver”. Para sostener esa teoría, dijo que en El Vaticano “se organizaban fiestas en las cuales estaba involucrado como reclutador de muchachas también un gendarme de la Santa Sede. Creo que Emanuela fue víctima de esto”.
No pudo aportar pruebas, pero en 2022, en el documental de Netflix, una amiga de Emanuela contó que poco antes de desaparecer la chica le había contado que estaba siendo “molestada” con intenciones sexuales por “alguien cercano al Papa” Wojtyla.
Para entonces se habían sumado pistas que apuntaban hacia otra parte y que hacían presumir que Emanuela podía estar viva, con otra identidad, oculta por El Vaticano. Las aportó el periodista italiano Emiliano Fittipaldi, que en su libro Los impostores, de 2017, asegura que tuvo acceso a un documento de la Santa Sede donde se revela que se pagaron 483 millones de liras para “mantener alejada de su domicilio a la ciudadana Emanuela Orlandi”, a la que habrían llevado a Londres, donde seguía residiendo.
Según Fittipaldi, recibió el documento de seis páginas escrito a máquina de un contacto de la Santa Sede, con todos los gastos que habría acarreado Emanuela entre 1983 y 1989.
El periodista le adjudicó la autoría al jefe de la Administración del Patrimonio del Vaticano, Lorenzo Antonelli, que inmediatamente lo negó: “Las noticias contenidas en el texto son falsas y sin fundamento alguno”, aseguró.
Para complicar más las cosas, en 2019, Pietro Orlandi recibió una carta anónima que contenía las fotos de una estatua y de una tumba del Cementerio Teutónico del Vaticano. Se trataba de la “Tumba del Ángel”, donde había sido enterrada la princesa alemana Sofía de Hohenlohe-Waldenburg-Bartenstein, y de la lápida del lugar donde reposaban los restos de Carlota Federica de Mecklemburgo-Schwerin.
El Vaticano autorizó que se abrieran las tumbas para comprobar si allí se encontraba el cadáver de Emanuela y la sorpresa fue doble: no solo no había vestigios de los restos de la adolescente desaparecida, sino que también faltaban los huesos de las dos princesas que supuestamente estaban enterradas en ellas.
Esa fue la última pista falsa.
“En el cielo”
El lunes pasado, el papa Francisco ordenó reabrir la investigación sobre la desaparición de Emanuela Orlandi, luego de reiterados pedidos de la abogada de la familia, Laura Sgrò, que viene insistiendo ante El Vaticano desde hace años.
Según la agencia de noticias Adnkronos, el fiscal del Vaticano, Alessandro Diddi, dijo que “todos los archivos, documentos, informes, información y testimonios” relacionados con el caso serán reexaminados para “no dejar piedra sin remover”.
Esto abre nuevas esperanzas para la familia de Emanuela, que nunca abandonó su búsqueda. Tal vez, en el marco de esa investigación, el papa Francisco también explique las razones que, en 2013, en la parroquia Sant’Anna, lo llevaron a decirle a Pietro Orlandi una frase que el hermano de Emanuela recibió como un cachetazo:
“Emanuela está en el cielo”, le aseguró Francisco.