Nadie podría decir cómo sería ella hoy. Es imposible. Pasó demasiado tiempo y ella, cuando fue asesinada, era demasiado joven. ¿Se hubiera consagrado como una gran actriz? ¿Su pareja con el director de cine hubiera perdurado? ¿Cómo hubieran sido sus películas posteriores (las de él y las de ella)? ¿A él lo perseguiría la justicia norteamericana? ¿Cómo sería la mujer o el hombre que hoy tendría 54 años, hija o hijo del célebre matrimonio?
Por infobae.com
Hoy Sharon Tate hubiera cumplido 80 años. Fue modelo, actriz y se casó con Roman Polanski, un célebre director de cine. Pero su nombre quedó fijado no por su obra ni por su belleza, sino por su final trágico. Por la manera cruel y salvaje en la que el Clan Manson acabó con su vida en la casa de Rodeo Drive.
Sharon Tate, ícono de los 60
A la distancia, a más de medio siglo de la masacre alucinada, podemos ver como ella, su figura, representa la época y el lugar en el que vivió. Su vida breve, su apogeo, ilustra la efervescencia de los años sesenta. Libertad, drogas, amplitud sexual, ritmo veloz, tiempos –al menos visualmente- luminosos. Su muerte marcó el fin de esa era. Joan Didion lo percibió y lo describió mejor que nadie: “Mucha gente que conozco en Los Ángeles cree que los sesenta se terminaron de golpe el 9 de agosto de 1969, en el momento exacto en que la noticia de los asesinatos de Cielo Drive se propagó como un incendio por toda la comunidad, y en este sentido tienen razón. Aquel día estalló por fin la tensión. La paranoia se cumplió”.
La muerte de Sharon Tate provocó el despertar abrupto y cruel de un largo sueño. El Verano del Amor se transformaba en un invierno largo y penoso.
Sharon Tate fue la primera de las tres hijas de un militar norteamericano y un ama de casa. En su infancia la familia Tate se mudó muchas veces: todos iban detrás de los destinos a los que era enviado el padre, el Coronel Tate. Al terminar el secundario había vivido en seis lugares diferentes y había concurrido a seis colegios distintos. Terminó el secundario en Verona. A principios de la década del sesenta, Sharon ganó varios concursos de belleza (el primero lo había ganado cuando tenía seis meses de edad).
En Italia se acercó, atraída por las grandes luces, la parafernalia y el posible encuentro con estrellas a una filmación de una película de Hollywood. Era Hemingway’s Adventures Of A Young Man. Consiguió junto a sus amigos un papel como extra. El protagonista era Paul Newman. El otro actor principal era Richard Beymer, que luego se consagraría en Amor sin Barreras. Beymer descubrió a Sharon entre los extras. Su belleza la distinguía. Después del encuentro en el set comenzaron un noviazgo que no duró demasiado. Ella siguió participando en las producciones hollywoodenses que se filmaban en Italia. En Barrabás se relacionó con Jack Palance, quien le consiguió una prueba de cámara en un estudio grande.
Sharon Tate llega a Hollywood
Cuando en 1962 su familia regresó a Estados Unidos, ella se dedicó a forjar una carrera como actriz. Llamó al agente de Beymer y comenzó a ir a castings. Obtuvo algunos papeles menores, bolos, en series de éxito como Mr.Ed, El Agente de CIPOL y algunas apariciones fugaces en películas. Su representante le pedía paciencia. Le insistía en que debía aprender, mejorar, adquirir confianza y que su carrera despegaría sola, ya que era una mujer deslumbrante que conseguía que siempre posaran los ojos en ella.
Después de un romance con el galán francés Phillipe Forquet, Sharon conoció a Jay Sebring, un personaje que merece su propia historia y otra de las víctimas de los crímenes de Rodeo Drive.
Sebring estuvo alistado en la marina durante cuatro años y participó de la Guerra de Corea. Al volver a Estados Unidos estudió peluquería. Puso un pequeño local dedicado exclusivamente a cortar el pelo a hombres. Trabajaba durante quince horas diarias y dormía ahí mismo, en una pequeña habitación, para ahorrar. Sebring utilizaba técnicas novedosas para la época. Cortaba con tijera –hasta ese momento sólo se usaban máquinas rasuradoras y navajas-, usaba secadores de pelo, buscaba darle un estilo propio a cada cliente y utilizaba spray y gel para darle volumen al cabello, en un tiempo en que los hombres aceptaban como único producto a la gomina.
Alguien le habló de él a Vic Damone, el crooner que no aceptó el papel de Johnny Fontane en El Padrino. Damone lo recomendó con entusiasmo a otros miembros de la colonia artística. Su nombre se fue haciendo cada vez más conocido. Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. le pagaban el viaje cada tres semanas a Las Vegas para que les cortara el pelo. Warren Beatty y Steve McQueen también eran clientes suyos. Fue, también, quien moldeó el peinado de Jim Morrison. Si un corte de pelo en cualquier peluquería de Los Ángles podía costar entre uno y dos dólares, Sebring cobraba cincuenta. Abrió franquicias y lanzó una línea de productos para el pelo. En muy poco tiempo se convirtió en el estilista de Hollywood. En 1964, se pudo de novio con Sharon Tate.
Sharon intentaba abrirse paso pero los grandes papeles le eran negados. Fracasó en el casting de La Novicia Rebelde y también en el de The Cincinnatti Kid.
Su primer papel de relevancia en el cine lo consiguió en 1966 con El Ojo del Diablo, película encabezada por David Niven y Deborah Kerr.
Sharon Tate conoce a Polanski
En ese tiempo conoció en una fiesta a Roman Polanski, el director polaco que era una sensación después de El Cuchillo Bajo el Agua y Repulsión. Hablaron, comentaron sus experiencias con las drogas, se sedujeron y tuvieron una noche de sexo. Pero no se volvieron a ver durante un buen tiempo. Cuando el director preparaba La Danza de los Vampiros alguien le sugirió que la contratara. Polanski no estaba demasiado convencido pero al final lo hizo. Durante los primeros días había tensión en el set. El director era un perfeccionista que hacía repetir las tomas decenas de veces y nunca quedaba satisfecho con lo que Sharon daba delante de cámara, cada vez que podía le enrostraba su inexperiencia. En medio del rodaje, la actriz y el director se enamoraron. Jay Serling cuando se enteró, viajó a Londres para hablar con ellos, para intentar reconquistar a Sharon. Pero nada pudo hacer. Con el corazón roto, siguió siendo el mejor amigo de ello hasta el momento en que fueron asesinados juntos.
El romance, la nueva pareja, atrajo al periodismo. Salían en las páginas de las revistas del corazón y en los chimentos de los diarios. La Danza de los Vampiros fue cercenada por MGM provocando un gran disgusto en Polanski y la ruptura del contrato que los unía. El siguiente proyecto fue en Paramount. El director del estudio, Bob Evans, le propuso adaptar El Bebé de Rosemary. Pero con el proyecto venía impuesta la actriz, Mia Farrow, la esposa de Frank Sinatra. Polanski propuso a Sharon pero fue rechazada. Es posible que Sinatra haya presionado para que se eligiera a Mia, pero El Bebé de Rosemary produjo su divorcio de la actriz, porque debido al retraso en la filmación, Sinatra obligó a Mia a abandonar la filmación para que se sumara a la de él que debía empezar esa semana. Mia al principio aceptó alegando que el retraso no había sido culpa suya y que quería estar con Sinatra, pero Polanski y Evans la convencieron de que sería nominada al Oscar (cosa que sucedió) y permaneció en el proyecto. A la semana siguiente, en medio de un día de filmación, irrumpió el abogado de Sinatra con los papeles del divorcio.
Sharon consiguió un gran rol en La Casa de las Muñecas, la adaptación cinematográfica del best seller de Jacqueline Susann. La película iba a ser encabezada por Judy Garland pero fue despedida por sus incumplimientos a las pocas semanas. Fue reemplazada por Susan Hayward. Para Sharon era una gran oportunidad. Un tanque de su época detrás del libro más vendido de la década. Pero la película tuvo pésimas críticas y un bajo rendimiento en la taquilla. Sin embargo, Sharon Tate ya comenzaba a tener un nombre. Y una imagen. Todos quedaban deslumbrados con su armonía corporal y su desparpajo. El desnudo en ambas películas la hizo resaltar aún más.
Después realizó una comedia con Tony Curtis en la que aparece casi todo el tiempo en bikini, una película de playa con música de los Beach Boys. También fue la coprotagonista de una de las películas de Matt Helm, el agente secreto encarnado por Dean Martin que era un James Bond clase C, espionaje paródico que anticipó en varia décadas a Austin Power. Su carrera parecía despegar y ganar en popularidad aunque todavía el prestigio le fuera ajeno.
Sharon y el amor libre
La relación con Polanski se profundizó. Ella que no había aceptado la propuesta de casamiento de Serling, quiso casarse con el director polaco. Pero, más allá de la ceremonia y los papeles, acordaron una relación libre. “Cualquier hombre que deja que su mujer le ate o que le obligue a renunciar a sus instintos naturales es un hombre débil. No sería un hombre para mí”, dijo Sharon en una entrevista. Aunque con la relación avanzada se quejara en sordina de la vida desordenada de Polanski, de su voracidad con las mujeres. “Con Roman tenemos un acuerdo que podría resumirse así: el cree que me engaña y yo hago como que no me doy cuenta de las cosas que hace”.
El casamiento en enero de 1968 fue un gran evento social. Ambos vestidos pomposamente convocaron a gran parte del mundo del espectáculo y a toda la prensa. La noche anterior Polanski participó de una despedida de soltero organizada por el gerente del Club playboy de Londres que terminó en una enorme orgía de la que participaron Michael Caine y Terence Stamp, entre muchos otros.
La pareja se convirtió en un foco social importante. En sus casas (se mudaban con mucha frecuencia) se organizaban fiestas cada semana. Esos encuentros eran un cúmulo de celebridades. Actores, actrices, periodistas, músicos: todos los grandes nombres de ese mundo exclusivo.
Al poco tiempo Sharon quedó embarazada. Le ocultó la noticia a su marido porque temía que él quisiera abortar.
El 8 de agosto de 1969, Polanski estaba en Londres cerrando su próximo proyecto. Sharon había estado con él hasta hacía unos días. Antes de irse al aeropuerto le dejó sobre la mesa de luz del hotel la novel Tess, la d’Uberville de Thomas Hardy. En la primera página pegó una esquela: “Es una gran novela para llevar al cine”. Diez años después, Polanski filmó Tess. La película comienza con una placa que dice “Para Sharon”.
Ese noche, Sharon salió a comer con su antigua pareja y actual amigo Jay Serling y otro matrimonio. Después volvieron a la casa de Rodeo Drive. Hablaron del retraso en el regreso de Roman, del embarazo de ocho meses, de los últimos chimentos de la farándula.
La masacre del Clan Manson
En medio de la noche irrumpió la banda desquiciada de Charles Manson.
Los policías entraron a la propiedad de Cielo Drive 10050 sin saber lo que les esperaba. Cruzaron el portón y se acercaron a un auto estacionado en medio del parque. Por la ventanilla vieron a un joven tirado, desparramado en la parte de adelante, con un brazo colgado del volante. Le habían disparado varias veces. Era tanta la sangre que se hacía difícil determinar de qué color era el tapizado.
Los policías siguieron avanzando hacia la casa. Antes, algo les llamó la atención y se desviaron unos pasos. En el césped refulgía una camisa de colores chillones. Pertenecía a un hombre que también estaba muerto. El pasto en ese sector ya no era verde. Las puñaladas que había recibido, decenas, habían hecho que la sangre formara una pequeña laguna roja debajo del cuerpo.
A unos pocos metros, boca abajo, otro cuerpo sin vida. En este caso de una mujer. Todos, además de los disparos y las cuchilladas, presentaban muchos golpes. Ninguno intentó comprobar si aún respiraban. Era inútil. Nadie hubiera podido sobrevivir a tamaña violencia.
Los hombres se detuvieron ante la puerta de entrada a la casa. Sus manos temblaban y apenas podían sostener las armas reglamentarias. Pigs. Cerdos. Eso estaba escrito en la puerta de entrada. Las letras chorreantes. La tinta había sido sangre. No sabían qué podían encontrar en esas habitaciones. Les costaba imaginar algo peor de lo que ya habían visto.
En el living una mujer de costado, en posición fetal, cubierta apenas con una biquini floreada. Las flores del estampado y los colores alegres hacían más macabra la escena. Cuando giraron para verla desde el otro lado, percibieron que la mujer con una cuerda alrededor de su cuello y repleta de heridas producto de múltiples puñaladas tenía un embarazo muy avanzado.
La panza enorme les terminó de quitar el aire a los investigadores que siguieron avanzando sin pensar, casi sin voluntad, ya sin estar alertas a un posible ataque. Eran zombis paseando por un paisaje de muerte. Al llegar a la habitación principal encontraron otro cadáver, el último. Varios balazos y puñaladas. La sangre en el piso, los acolchados, en vastas manchas en las paredes. Otras vez las náuseas. Nadie se acostumbra a tanto horror.
Los dos hombres, los únicos vivos en medio de ese festival del horror, salieron de la vivienda. Para llegar a su auto y dar aviso para que enviaran refuerzos, uno de ellos, el agente De Roza apretó el botón cubierto de sangre que permitía abrir el portón automático de entrada. Allí, obnubilado por lo visto, embriagado por el hedor de la muerte, dejó sus huellas digitales.
Cuando un superior le cuestionó la actitud, le enrostró que había inutilizado una prueba muy importante, le preguntó por qué lo había hecho.
De Rozas sólo atinó a responder: “Tenía que salir de ahí”.
Joan Didion recuerda en su largo artículo El Álbum Blanco cómo se enteró de la noticia y en un párrafo resume el clima de época: “El 9 de agosto de 1969 yo estaba sentada en la parte menos profunda de la piscina de mi cuñada en Beverly Hills cuando a ella la llamó una amiga que se acababa de enterar de los asesinatos en la casa de Sharon Tate Polanski en Cielo Drive. Durante la hora siguiente el teléfono sonó muchas veces. Aquellas primeras informaciones resultaron embrolladas y contradictorias. Una persona de las que llamaban hablaba de capuchas y la siguiente de cadenas. Había veinte muertos, no, doce, diez, dieciocho. La gente imaginaba misas negras y lo atribuía a malos viajes de ácido. Recuerdo con mucha claridad todas las informaciones erróneas de aquel día, y también recuerdo otra cosa, y ojalá no la recordara: recuerdo que nadie estaba sorprendido”.
La autopsia determinó que Sharon Tate había recibido 16 puñaladas y que cinco de ellas, por sí solas, eran mortales. Tenía 25 años. En dos semanas iba a dar a luz.