Desde que escuché por primera vez esa respuesta de James Bond me hizo reflexionar sobre un tema clave, no sólo para un agente de fantasía de la Inteligencia británica, sino para todo aquel que tiene en sus manos la responsabilidad de tomar decisiones del más alto nivel y en momentos absolutamente críticos. Y es que detrás de cada decisión debe existir alguien no sólo preparado para la acción, sino para la contención.
En nuestra cultura occidental, y en particular en los valores relacionados al trabajo, uno de los rasgos que más se aprecia en gerentes y equipos es la capacidad de ejecutar. El logro es una función directa del accionar, de mantenerse activo y en movimiento; mientras que la contención y el self-restrain se considera en ocasiones como una debilidad.
En este sentido, vale aclarar que no me estoy refiriendo a la inacción como actitud común o usual de quien se espera un alto desempeño, es obvio que en el concepto mismo de trabajo está implícito el movimiento. Sin embargo, en situaciones complejas y altos niveles de incertidumbre no todo puede ser calibrado desde la acción, mientras que la inacción se infravalora como conducta esperada desde aquellos que toman decisiones.
En el campo de la seguridad sé por experiencia que en ocasiones resulta más conveniente y menos riesgoso no actuar, que hacerlo. Más aun cuando las decisiones implican vidas. En la visión de la Seguridad Positiva con sus atributos de previsión y resiliencia, la prudencia y las actitudes reflexivas frente a escenarios complejos son habilidades que deben incorporarse en el repertorio deseable de quienes dirigen. Aquí no se trata de prohibir todo aquello que implique correr riesgos, al contrario, la seguridad es el sistema para lograr los objetivos a pesar de los riesgos, pero es precisamente en esa delgada línea que separa el avanzar o contenerse donde el criterio y la experiencia pueden cambiar el destino de una organización.
Recientemente, leyendo a Byung- Chul Han en su interesante libro, La sociedad del cansancio, me conseguí con esta explicación:
“Hay dos formas de potencia. La positiva es la potencia de hacer algo. La negativa es, sin embargo, la potencia de no hacer, en términos de Nietzche, de decir <no>. Se diferencia, no obstante, de la mera impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La impotencia consiste únicamente en ser lo contrario de la potencia positiva, que a su vez es positiva en la medida en que está vinculada a algo, pues hay algo que no se logra hacer. La potencia negativa excede la positividad, que se halla sujeta a algo. Es una potencia del no hacer.”
Pudiésemos pensar entonces que en la seguridad existe la posibilidad del no hacer, pero que implica en sí misma la potencia de la contención, y que en determinadas circunstancias requiere tanto o más trabajo que el hacer.
No quisiera dejar a mis lectores con la sensación de que somos una especie de caballos sin frenos que, llevados por la acelerada y líquida dinámica de estos tiempos, estamos obligados a actuar de cualquier manera, porque siempre es mejor hacer que no hacer. Pero no, la buena noticia es que existe una tercera vía, que es la potencia negativa de la contención y que se diferencia radicalmente de la incapacidad de no hacer, pues implica, frente a determinadas realidades complejas el gran esfuerzo del self-restrain.
Mi buen amigo, Carlos Blanco, publicó el año pasado una novela llamada La gran marcha hacia el abismo. Un título sugestivo que contiene la historia del desquicio sobre el efecto del populismo en los países y la destrucción de las sociedades. Cuando vi el título de la novela, instantáneamente me vino a la mente este efecto que Chul Han describe en su obra, y es que hemos terminado siendo al mismo tiempo víctimas y verdugos del paradigma del lograr, sin importar el costo o el objetivo, y en ocasiones, como bien lo describe Carlos, por el afán de movernos, podemos terminar en una gran marcha hacia el abismo.