En el cine norteamericano, por ejemplo, los cineastas ya no son libres de concebir personajes y guiones, sin el imperativo de insertar a como dé lugar y sin ambigüedad, diversidad racial, étnica o las variantes que establece la ideología de género tanto en actores como en la propia trama.
Es la interpretación ultra que se da al propósito de recientes e importantes movimientos sociales que abanderan justos reclamos y derechos para una convivencia humana no discriminatoria y equitativa, entre los que destacan #me too, Woke, LGBTQ, Blak live matters y otros.
Cada vez más, en la práctica, un nuevo orden moral, social y político vigila el canon cultural de Occidente, una suerte de lupa inquisitorial cuida lo considerado políticamente correcto en la sociedad actual.
Por supuesto que condenar y legislar contra el abuso, la segregación o la exclusión que han ensombrecido la vida de la mujer, de gente no blanca, o de cualquier minoría étnica o de orientación sexual o creencia, y erradicar la impunidad de tales actos, constituyen invalorables reivindicaciones históricas.
Pero si no priva la mesura necesaria, la aplicación de un exacerbado inclusivismo está generando un nuevo modo de exclusión cuyas víctimas son la creatividad y la cultura en general, vigiladas y sometidas a linderos tan estrechos que, de profundizarse, vaticinan una próspera institucionalización de la idiotez.