Hemos visto cómo el pasado jueves 16 de febrero, otra representación del sarcasmo más descarado, cuando el presidente Gustavo Petro y el dictador Maduro prometen “remediar el drama” que ellos mismos han creado. Son ellos los que colocaron las barreras para transformar en un desconcierto la franja fronteriza, trastornando, de todas las formas habidas y por haber, el comercio en esas zonas y convirtiendo la existencia de millones de seres humanos en un verdadero infierno. Son los grupos del terrorismo y del narcotráfico, así como las bandas que se dedican a cometer todo tipo de actos delincuenciales, propios del hampa común, los que no permiten que las familias que habitan en esos ejes vivan en paz, sino que están permanentemente aterrorizados.
La información que se publicó el pasado viernes 17 de febrero ratifica que “el Ejército de Liberación Nacional (ELN), grupo armado colombiano, es una de las organizaciones criminales ‘más grandes’ y con mayor presencia en Venezuela, según un estudio del centro de investigación del crimen organizado InSight Crime”. El informe indica que el ELN cuenta “con más de 1.000 combatientes apostados en el país, según estimaciones del Ejército colombiano; además de redes de apoyo de tipo miliciano muy extendidas entre la población civil”. Así afirma la organización en la publicación titulada InSight Crime, de la cual se desprende la verdad que ya todos sabíamos y que no es otra que “la presencia permanente del ELN en 40 municipios de ocho estados”.
Tal como lo ha denunciado la ONGs Fundaredes, esa agrupación guerrillera viene cometiendo todo tipo de desmanes dentro del territorio venezolano, actúan bajo el amparo del mismísimo régimen madurista que le abrió nuestras fronteras, convirtiendo nuestro espacio soberano en la guarida preferida por esos malhechores. Esas advertencias, bien fundamentadas, le han costado la libertad a Javier Tarazona que lleva varios meses privado injustamente de sus derechos ciudadanos.
En medio de ese circo reprochable, los venezolanos continúan tratando de ponerse a salvo de las garras de la dictadura. Miles porfían en la idea de emigrar con sus muchachos a cuestas. Se sigue rompiendo el núcleo familiar cuando los padres se separan de sus hijos o los abuelos de sus nietos. Esa es la tragedia humanitaria que le resulta imposible de ocultar, entre sus nubarrones fantasiosos, al déspota que usurpa los poderes en Venezuela. Cada día los abnegados educadores de nuestro país desvelan con sus marchas y protestas la verdad que desmiente ese estribillo de que “todo se arregló”. ¡Mentira! Estamos en medio de un espantoso cuadro que solo se podrá modificar una vez pongamos punto final a ese régimen destructor.