La “literatura concentracionaria” que denunció los crímenes de los nazis, inaugurada por Primo Levi en 1947, tardó varias décadas en nutrirse de los testimonios necesarios para contar todo lo vivido. ¿Qué sucedía dentro de los campos de concentración y exterminio? ¿Qué se decía en ese entonces? ¿Qué se dijo después?.
Por infobae.com
Este 5 de marzo se cumplen 90 años de la victoria de Adolf Hitler en las elecciones parlamentarias de Alemania de 1933 que terminarían de consolidar el poder del Partido Nazi. Aunque el político, militar y dictador alemán ya había asumido en enero de ese año como Canciller de la mano del presidente Paul von Hindenburg, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán seguía representando una minoría en el gobierno, en el cual solo contaba con tres de los once ministerios.
Como los nazis necesitaban todavía su legitimidad estatal, Hitler decidió adelantar las elecciones, que serían las últimas en las que se utilizó el sistema de representación proporcional por listas, así como las últimas que se realizarían en una Alemania unida hasta 1990. Aunque permitieron la participación de las fuerzas opositoras (también por última vez), el Partido Nazi abusó de los recursos del Estado para financiar su campaña, recurrió a la intimidación directa y lucró con el temor hacia una guerra civil causada por los comunistas.
“Ahora será fácil llevar a cabo la lucha, porque podemos recurrir a todos los recursos del Estado. La prensa y la radio están a nuestra disposición”, escribió en su diario personal, días antes de las elecciones, Joseph Goebbels, uno de los colaboradores más cercanos de Hitler que terminaría por ocupar el cargo de Ministro de Propaganda. Así, cerca de 20 millones de alemanes mostraron su apoyo al Partido Nazi, que ganó con el 44 por ciento de los votos.
Hoy en día, lo que vino después es conocido por todos. Pero no siempre fue así. Como explica el italiano Primo Levi en su monumental Si esto es un hombre, una de las mayores preocupaciones de los prisioneros de los campos de concentración era que pensaban que, en el improbable caso de sobrevivir, nadie creería las atrocidades cometidas por los nazis. Muchos, sin embargo, vivieron para contarlo, y lo hicieron a través de libros que en la actualidad resultan fundamentales para comprender una de las épocas más oscuras de la historia de Europa.
A continuación, compartimos tres libros cuyos testimonios traen al presente un pasado que, por más lejano que parezca, nunca debe olvidarse.
“Si esto es un hombre”, de Primo Levi
Si del Holocausto se trata, no puede faltar Si esto es un hombre, el primer tomo de la Trilogía de Auschwitz del italiano Primo Levi. Publicado en 1947, solo dos años después de que el autor fuera liberado del más grande campo de exterminio nazi, este libro inaugura lo que luego se conocería como literatura concentracionaria.
Según explica Levi en este dramático libro testimonial, lo que mantuvo resguardados y “ocultos” por tanto tiempo a los campos de concentración no fueron tanto los alambrados y los guardias, sino su propia monstruosidad, que los volvía inconcebibles. Así, la necesidad por narrar esas atrocidades y mostrárselas al mundo se volvió urgente.
A esta desgarradora historia -que no solo incluye los padecimientos sufridos por los prisioneros del campo sino las dinámicas que se daban dentro de los mismos, las microeconomías que se formaban, los distintos “trabajos” a los que eran forzados y hasta la liberación gracias al ejército ruso- le siguieron, décadas después, dos tomos más que completan la trilogía, La tregua y Los hundidos y los salvados.
Dice Levi:
Häftling: me he enterado de que soy un Häftling. Me llamo 174517; nos han bautizado, llevaremos mientras vivamos esta lacra tatuada en el brazo izquierdo.
La operación ha sido ligeramente dolorosa y extraordinariamente rápida: nos han puesto en fila a todos y, uno por uno, siguiendo el orden alfabético de nuestros nombres, hemos ido pasando por delante de un hábil funcionario provisto de una especie de punzón de aguja muy corta. Parece que ésta ha sido la iniciación real y verdadera: sólo «si enseñas el número» te dan el pan y la sopa. Hemos necesitado varios días y no pocos bofetones y puñetazos para que nos acostumbrásemos a enseñar el número diligentemente, de manera que no entorpeciésemos las operaciones cotidianas de abastecimiento; hemos necesitado semanas y meses para aprender a entenderlo en alemán. Y durante muchos días, cuando la costumbre de mis días de libertad me ha hecho ir a mirar la hora en el reloj de pulsera he visto irónicamente mi nombre nuevo, el número punteado en signos azulosos bajo la epidermis.
“Los hombres del triángulo rosa”, de Heins Heger
Por décadas, a la hora de contar lo sucedido dentro de los centros de exterminio durante el nazismo, hubo una gran ausencia en las listas de sus víctimas: los homosexuales. Los hombres del triángulo rosa, del vienés Heins Heger, es el libro que, casi medio siglo después de terminada la Segunda Guerra Mundial, vino a suplir esa falta.
La historia que cuenta el autor, desde una perspectiva que nunca había sido contada todavía, es demoledora. Fue arrestado por primera vez en 1937 después de que descubrieran su relación con el hijo de un militar nazi de alto cargo. Lo liberaron después de diez meses de torturas, solo para volver a arrestarlo. Esta vez, las autoridades nazis lo obligaron a elegir entre la castración o el encarcelamiento en el campo de concentración de Sachsenhausen. Heger optó por la castración.
Pero su pesadilla estaba lejos de haber terminado. En 1943, el autor fue arrestado por tercera vez y luego trasladado al campo de Neuengamme, donde estuvo cautivo hasta el final de la guerra. Este libro narra las atrocidades y penurias allí vividas, no solo por él sino por toda clase de víctimas.
Lo más destacado de Los hombres del triángulo rosa es que arroja luz sobre el particular trato que los homosexuales y las personas LGBT+ tuvieron en los campos de exterminio, marcados con un temido retazo de tela rosa que, según afirma Heger, les valía un maltrato aun peor que el del resto de las víctimas. Sin embargo, gracias a la inusitada resiliencia del autor, sumada a un amorío que mantuvo con un militar nazi dentro del campo, permitieron que sobreviviera para, recién a fines del siglo XX, poder contar un tramo de la historia que había quedado estancado entre el silencio y el olvido.
Dice Heger:
Durante la tortura, los esbirros bebían licor de unas botellas que se pasaban de uno a otro. Estaban ya completamente embriagados cuando se les ocurrió un nuevo tormento, algo que sólo podía surgir del cerebro de un pervertido diabólico.
—Es un follaculos, ¿no? Pues vamos a darle lo que le gusta —masculló uno de los soldados.
Tomó una escoba que estaba en un rincón e introdujo una buena parte del mango en el ano del infeliz. Este ya no podía gritar más, las cuerdas vocales no le respondían por el dolor, pero su cuerpo se tensó violentamente una vez más, forcejeando con sus ataduras; el pobre chico debía de esconder una gran fuerza vital. Los SS se desternillaban de risa, mientras los labios del «sucio maricón» se abrían como para emitir un grito sin que un solo sonido saliera de ellos.
“Las costureras de Auschwitz”, de Lucy Adlington
En 2017, Lucy Adlington, historiadora y novelista británica con más de veinte años de experiencia en investigación histórica, publicó su libro La cinta roja, una novela ambientada en los talleres de costura de Auschwitz. Adlington se había topado al leer un escueto artículo con esta parte poco conocida del complejo de campos de concentración nazis en territorio polaco, pero la falta de información llevó a volcar su interés en la ficción: imaginó una historia y, con eso, escribió un libro para adolescentes que se transformaría en un best-seller mundial.
Lo que la autora no esperaba era que, a raíz de su novela, empezaran a llegarle mensajes de todas partes del mundo: “Mi madre era costurera en Auschwitz”, “mi abuela estuvo ahí”, “mi tía vivió todo eso”. En ese momento, su novela se volvió realidad.
Así fue como surgió la idea de Las costureras de Auschwitz, un libro que, como La cinta roja, gira en torno a la existencia de un taller de alta costura dentro del campo de concentración más letal del nazismo, pero sin novelar ni ficcionalizar nada. Esta vez, gracias al testimonio de una de las costureras, no hacía falta.
En 2019, Adlington viajó de Inglaterra a San Francisco, Estados Unidos, para entrevistar a Bracha Berkovic, que para entonces era la última costurera viva de las dos docenas que fueron obligadas a trabajar en Auschwitz por casi cinco años. Berkovic le contó a la autora la historia de los mil días que pasó en Auschwitz, su taller de costura y las mujeres con las que, entre puntos, ruedos y remiendos, planificaba su huida. “Estuve en Auschwitz mil días. Cada día podía haber muerto mil veces”, cuenta Berkovic.
Dice Adlington:
El taller de confección de Auschwitz lo creó nada menos que Hedwig Höss, esposa del comandante en jefe del campo. Y por si aquella combinación de salón de moda y lugar de exterminio no fuera ya lo bastante grotesca, la identidad de las mujeres que trabajaban en él resulta ya el colmo: la mayoría de las costureras del taller eran judías que habían sido desposeídas de todo y deportadas por los nazis, y cuyo destino último era la aniquilación como parte de la solución final. A ellas se les sumaban algunas comunistas no judías de la Francia ocupada a las que habían encarcelado y pretendían eliminar por su resistencia a los nazis.