Ahora tiene noventa y tres años. La visión cercana del horizonte definitivo tiñó su cuerpo, sus gestos, su andar y en algunos casos su mirada, de cierto brillo humano, de un atisbo de misericordia, de una mezcla indefinida de benevolencia y altruismo, que fueron sus armas de pelea para enriquecerse durante los años en los que ella y su marido fueron dueños de Filipinas. Esa nobleza tardía es falsa, es apenas un vestigio que da su organismo golpeado por las décadas. Su ambición, su descaro, su apetito de poder siguen intactos y luminosos: como antes, como siempre, la apoya gran parte de su pueblo.
Por infobae.com
Así trascurre sus días Imelda Marcos, ex primera dama de Filipinas en los años en los que su marido, Ferdinand Marcos, tomó el poder y se sentó en el trono dorado de una república a la que disfrazó de monarquía para reinar sobre ella durante veintiún años, entre 1965 y 1986. En ese lapso, Ferdinand e Imelda acumularon más de diez mil millones de dólares y una fortuna incalculable en propiedades, empresas, activos y bienes en Filipinas y en Estados Unidos, a través de una intrincada red de testaferros, accionistas, delegados y “amigos de negocios” que blanquearon la fortuna, la legalizaron y la derivaron al patrimonio personal de la pareja. Nada fue gratis. La dictadura de Marcos estuvo acusada de asesinar al menos a tres mil doscientas personas, torturar a treinta y cinco mil y encarcelar a setenta mil ciudadanos opositores.
Imelda Marcos, ante la Justicia
La justicia, la de su país y la de Estados Unidos, nunca pudo probar nada. O no supo. O no quiso. Si Imelda Marcos vuelve hoy del pasado es porque hace treinta y tres años, el 18 de marzo de 1990, la ya entonces ex primera dama filipina fue juzgada en New York por defraudación y estafa. Su marido, también entonces ex dictador, había muerto el año anterior, el 28 de septiembre de 1989, en un exilio paradisíaco: Hawái. Imelda viajó al año siguiente a Estados Unidos, como había hecho tantas veces, y la fiscalía de New York reactivó aquel juicio del año anterior iniciado cuando todavía vivía el ex dictador. Entre otros delitos, a los Marcos se los había acusado en 1989 de corrupción, malversación, evasión impositiva por más de doscientos millones de dólares y lavado de capitales. La idea de la fiscalía neoyorquina era recuperar parte de ese capital, que suponía depositado en bancos extranjeros.
En 1989, Imelda viajó sola para enfrentar los cargos: Ferdinand Marcos adujo un precario estado de salud. Lo padecía. El juez prohibió a Imelda abandonar la ciudad y le fijó una fianza de cinco millones de dólares. La ex primera dama denunció entonces un complot judicial contra ella y su marido, negó la posesión del dinero que buscaba la fiscalía y acusó a las autoridades de crueldad porque no le permitían regresar a Honolulu al lado de su esposo enfermo. Además, argumentó que los tribunales americanos no tenían jurisdicción para intervenir en el caso, que debía seguirse en los estrados filipinos. “Si esto pasa en los Estados Unidos –dijo entonces Imelda en un tono dramático al que adhería con entusiasmo- no queda ninguna esperanza para nadie que viva en un país comunista”.
La idea de mezclar sus acusaciones por corrupción con premisas políticas, y la de victimizarse como una perseguida por los tribunales, también eran dos postulados a los que Imelda era, y es si le dan chance, muy afecta. Y tenía muchas y buenas amistades. En plena crisis con los fiscales de New York, una de sus amigas, Doris Duke, una millonaria de setenta y seis años depositó los cinco millones de dólares de la fianza y colaboró con los gastos diarios de mil dólares que costaba la suite de Imelda en el Waldorf Astoria, el legendario hotel de Manhattan que, además, había hecho un descuento especial a su huésped, tan buena cliente en el pasado.
Ahora, en 1990, con Ferdinand Marcos muerto, el juicio a Imelda volvía a reabrirse. No estaba sola. Compartía la acusación con Adnan Kashoggi, un multimillonario saudí que ya había estado preso en Estados Unidos, mezclado en el escándalo Irán Contras de los años 80, un financiamiento de compra de armas destinado a los contras nicaragüenses, que Estados Unidos triangulaba con capitales iraníes y que involucró al entonces gobierno de Ronald Reagan.
Kashoggi, uno de los hombres más ricos del mundo, murió en 2017, también había estado preso, siempre por poco tiempo, por sus negocios ilegales con Ferdinand Marcos. Era tío, además, de Dodi Al-Fayed, que siete años después de este juicio, en 1997, moriría al estrellar su coche en el túnel del Pont D’Alma, en París, junto a su pareja, la princesa Diana de Inglaterra. Con esos antecedentes, Kashoggi enfrentaba cargos leves: haber ayudado al matrimonio Marcos, a Imelda en especial, a blanquear su enorme fortuna con la falsificación de documentos públicos y con la obstrucción del accionar de la justicia americana.
El show del juicio
El juicio fue un circo. Frente a las puertas del juzgado se concentraron grupos pro y contra Imelda; a la entrada de una de las audiencias, un veterano de Vietnam al que ella había ayudado, Filipinas había enviado tropas a combatir contra el Vietcong durante la Guerra de Vietnam, le entregó a la acusada un enorme ramo de flores que ella aceptó, teatral y conmovida: un gesto que la prensa retrató para todo el mundo. La fervorosa polémica que desató el juicio fue usada por Imelda con la astucia de una conocedora de los efectos de la propaganda. Aunque sea un poco kitsch, la propaganda siempre da resultados. Se mostró al mundo como una viuda indefensa y agraviada; una víctima del poder de la Justicia que mancillaba su honra y ofendía sus principios; fue a las sesiones vestida de negro de la cabeza a los pies: se mostró dolida y sombría; en varias ocasiones rompió a llorar y hasta se desmayó un par de veces en la sala de audiencias.
Su abogado, un tipo que aparecía ante los medios con un sombrero vaquero, intentó recusar a cada uno de los doce miembros del jurado porque, afirmó, no podían ser objetivos porque la prensa estadounidense había dado una imagen mala del dictador filipino. Además, sugirió la posibilidad de llamar al estrado al ex presidente Reagan y a su mujer, Nancy, amigos ambos del matrimonio Marcos. Ese fue el clima verbenero y ruidoso que rodeó el proceso: cuatro meses después de iniciado, estuvo todo listo para que el jurado dijera si Imelda era inocente o culpable.
¿Quién había sido Imelda Marcos? Un pantallazo breve sobre su vida alimenta dos vertientes sobre su infancia. La primera, la real acaso, habla de una familia ligada a la aristocracia de Leyte, que estudió en los mejores colegios del país, estudió magisterio, historia, o las dos cosas, tomó lecciones de canto y estudió varios idiomas: el currículum de una modelo exitosa. La otra versión habla de la hija de una familia pobre, que conoció miseria y privaciones y que, gracias a su belleza y a un golpe de la fortuna, se topó con otro destino en un concurso de belleza. Este último fragmento de la historia, verdadero o falso, fue esgrimido por Imelda según las dificultades, los enemigos y las cuerdas flojas a sortear.
El concurso de belleza sí existió. Imelda, que había nacido en 1929 como Imelda Remedios Visitación Romuáldez y Trinidad, perdió el cetro de Miss Manila al que aspiraba como Reina de la Belleza Rosa de Tacloban, en 1953. Como la palabra derrota no figuraba en su diccionario, Imelda presionó al alcalde de Manila para que le entregaran el título perdido u otro que significara tanto como ese. Le otorgaron ese premio consuelo que ella hizo valer como un trofeo real.
El encuentro con el dictador
En 1954 conoció a Ferdinand Marcos, que tenía una historia de vida tan o más llena de intriga, de caminos bifurcados y de falsedades como la de Imelda. Sólo un ejemplo: Ferdinand lucía unas medallas al valor en combate ganadas en la Segunda Guerra y contra los japoneses que habían ocupado Manila que, se probó luego, ni habían sido otorgadas, ni había existido tal valor, ni se había librado tal combate. El de la pareja fue un amor a primera vista, si es que eso es posible, y se casaron once días después de conocerse. Fue Imelda el alma inspiradora de Ferdinand y quien lo llevó, lo impulsó, lo empujó hacia la presidencia y hacia su destino de salvador de la patria al que es tan afecto el populismo. Marcos fue elegido en 1965, fue reelecto en 1969 y, en 1972, con el apoyo total de los filipinos, reformó la Constitución, instauró la Ley Marcial, se perpetuó en el cargo, instaló una dictadura, y a otra cosa.
Imelda estuvo a su lado en esos años en los que ambos saquearon las riquezas filipinas, cimentaron su fortuna personal, diseñaron un régimen de terror que asesinaba a opositores, encarcelaba a los descontentos y desarrollaba una política social que paliaba el brutal estado de pobreza de los filipinos. A Imelda le endilgaron dos sobrenombres. Uno, la “Madre de la Nación”, le caía perfecto en especial cuando ocurrían grandes desastres naturales, tifones, terremotos, erupciones volcánicas y la mujer del presidente corría contrita a socorrer a los desvalidos. Incluso en alguno de sus discursos admitió alguna vez sentirse “la madre de todos”, que ya es decir. El otro apodo la definía mejor: “Mariposa de Hierro”. A los dos hizo honor.
Era incansable en el trabajo, que era el de acumular poder: dramatizaba sus mensajes públicos, lloraba, gritaba, se encendía en ellos como una actriz consumada: no tenía horarios y se encargaba de hacer saber que era insomne, que el sueño no la vencía; cambiaba de vestimenta hasta ocho veces por día y tenía un ejército de secretarias que respondían un promedio de dos mil quinientas cartas diarias. Mientras acumulaba poder, amontonaba una fortuna que exprimía de los recursos filipinos, esos que por extraña razón suelen ser magros pero inagotables. En esa extraña alquimia que el populismo despliega sobre sí mismo, lo que para la ley era corrupción, para Imelda eran sueños a cumplir. Enarboló frases acordes con esa alquimia: “Yo nací ostentosa”. O: “Tenía que vestirme y embellecerme, porque los pobres siempre buscan una estrella a la que mirar”.
La fortuna de Imelda
Ese sentimentalismo ramplón, esa simplificación grosera, no le impidió comprar edificios enteros en New York, arrasar con el stock de moda de las grandes firmas europeas, o enviar a Australia un avión encargado de regresar a Filipinas con arena blanca para un resort de playa que era su último antojo. Mientras, el régimen de Marcos entraba en su fase de deterioro final. Cercado por la oposición, sin el apoyo de las potencias occidentales que antes lo habían acunado, después de más de dos décadas de poder absoluto, cierto rumor de antagonismo se hizo cada vez más fuerte en Filipinas. En 1983, Benigno Aquino, ex senador y una de las figuras que habían enfrentado con mayor fiereza a Marcos y había ido a parar al exilio, regresó a Manila. Había sido novio de Imelda en los fogosos años de juventud de ambos. El 21 de agosto, ni bien Aquino pisó la pista del aeropuerto de Manila, fue asesinado a balazos ante decenas de personas y en medio de un tremendo tiroteo en el que nadie tuvo claro a quién enfrentaba. El crimen nunca fue aclarado del todo porque sus dedos ensangrentados señalaban al cuasi eterno Ferdinand Marcos.
Fue el principio del fin del régimen. Ferdinand e Imelda Marcos huyeron de Filipinas en 1986 luego de que intentaran fraguar los resultados electorales del 7 de febrero que consagraron presidente a Corazón Aquino, viuda de aquel ex senador asesinado en 1983. Un movimiento militar, “Reforma de las Fuerzas Armadas” intentó tomar el palacio de gobierno y arrestar a la pareja presidencial, mientras otras unidades militares controlaban aeropuertos y emisoras de radio y televisión. Junto a los golpistas estaba Fidel Ramos, director de la Policía Nacional y primo de Marcos, que respaldó el movimiento después de renunciar a su cargo. También se unió al golpe Juan Ponce Enrile, ex ministro de Defensa del régimen y hasta la Iglesia Católica filipina llamó a los ciudadanos a reclamar por sus derechos y colaborar con los rebeldes.
Con la familia Marcos en el exilio, Filipinas siguió su agitada vida política con las presidencias de Corazón Aquino (1986-1992), Fidel Ramos (1992-1998), Joseph Estrada (1998-2001), Gloria Macapagal Arroyo, (2001-2010), Benigno Aquino III, (2010-2016) y Rodrigo Ruterte, (2016-2022), un hombre ligado a la familia Marcos que desató una cuestionada campaña contra los traficantes de drogas.
En 1991, Corazón Aquino permitió el retorno de Imelda Marcos a Filipinas para que enfrentara ante los tribunales todos los cargos en su contra. Lo hizo. La procesaron, junto a sus tres hijos, Imelda, Ferdinand e Irene, una cuarta hija fue adoptada por la pareja en 1979, y los hallaron a todos culpables por veintinueve delitos de evasión fiscal. Los condenaron a varias penas de prisión. Imelda recibió la más alta: cuarenta y ocho años de cárcel. Pero el Tribunal Supremo anuló la sentencia en 1998. Lo mismo sucedió con procesos judiciales iniciados en 2001, 2009 y 2018: en algunos, los fallos fueron condenatorios, pero la ex primera dama nunca entró en prisión ni fue inhabilitada para ejercer cargos públicos. Imelda volvió a la política y fue candidata a la presidencia en 1992 y 1995, fue diputada entre 1995 y 1998 y, de nuevo, en 2010.
¿Qué ocurrió con aquel juicio en New York que hoy cumple treinta y tres años de iniciado? Imelda Marcos y Adnan Kashoggi fueron absueltos de todas las acusaciones por un jurado integrado por siete mujeres y cinco hombres. Según el jurado, la fiscalía de New York no pudo probar que la viuda de Marcos hubiera robado del tesoro filipino los doscientos millones de dólares, motivo del juicio, y tampoco había podido probar que Kashoggi hubiera colaborado con ella para desviarlos y habilitar así la compra de cuatro inmuebles en Manhattan, joyas y obras de arte. Ni bien conoció la sentencia, Imelda hizo otra de las suyas: fue a una iglesia católica neoyorquina y transitó sobre sus rodillas el tramo de la entrada hasta el altar mayor. Kashoggi prometió un peregrinaje a La Meca, pero más tarde. Ambos decidieron en cambio dar una gran fiesta que celebrara la victoria judicial en uno de los departamentos de Manhattan propiedad de Imelda Marcos.
La leyenda cuenta que el 17 de julio de 1990, Imelda y Adnan abrieron sus puertas a más de medio centenar de invitados entre quienes estaban, además de personalidades de la alta sociedad neoyorquina y famosos de todo pelo y color, diez de los doce miembros del jurado que los había absuelto días antes. Entrada la madrugada, y a medida que dejaban la fiesta, todos los invitados, incluidos los ex miembros del jurado, se llevaron un regalito, un souvenir, una nadería de parte de Imelda, que los entregaba sonriente en mano. Nunca se supo el valor de aquellas chucherías.
Las últimas noticias sobre Filipinas dicen que el pasado 30 de junio, fruto de elecciones libres, asumió un nuevo presidente de sesenta y cinco años, nació el 13 de septiembre de 1957, que es también cabeza del Partido Federal. Es Ferdinand Marcos y Romuáldes, conocido como Ferdinand Marcos Jr. y también como “Bongbong”.
Es hijo de Ferdinand Marcos. Y de Imelda.