El cine también puede servirnos de ayuda. La película “13 minutos para matar a Hitler” del 2015 del director alemán Oliver Hirschbiegel “fantasea” con lo que pudo haber sido y no fue ahorrándonos el apocalipsis de más de 50 millones de personas fallecidas. Otra bomba que debía matar al desequilibrado de Hitler también volvió a fallar en el desarrollo de la Operación Valkiria en el año 1944. Sobre esto también hay toda una película del año 2008 esta vez Tom Cruise haciendo del coronel alemán Claus von Stauffenberg.
Todas estas reminiscencias pertenecen al dictamen de una Historia Contrafactual más propia de la poesía que de la historia. Dos reflexiones: el azar es contrario a la racionalidad de las decisiones: vivir implica una capacidad racional incompleta. Y la muerte es un arma política de la más vieja data. “El espectáculo del mundo nos lleva, en cada momento, a constatar nuestra propia destrucción. Pero no lo creemos. No es que la naturaleza se esconda a nuestros ojos: son nuestros ojos los que se cierran ante la naturaleza. Somos nosotros los que nos ocultamos, puerilmente”; nos apunta Josep Pla (1897-1981) en “El cuaderno gris” (1966).
El Tercer Reich fue Adolf Hitler (1889-1945). Basta con ver el documento fílmico de Leni Riefenstahl (1902-2003) en “El triunfo de la voluntad” de casi dos horas y del año 1935 para comprobar que el pueblo alemán se le rindió a sus pies. El ascenso de Hitler al poder fue democráticamente violento. En 1933 fue investido como Canciller y desde entonces el Partido Nazi colonizó al Estado alemán y lo sometió a sus designios.
¿Cómo logró conectar Hitler con los alemanes? Estas cifras pienso que ofrecen una respuesta de las tantas otras posibles. 1930: 3 millones de parados; 1931: 4.350.000 parados. 1932: 6.000.000 de parados. Los coletazos de la gran Crisis económica de 1929 en Wall Street se aparcaron en Europa. Y Hitler, con un gran despliegue de demagogia y propaganda, se hizo pasar por un redentor o mesías. Prometió un destino de grandeza exclusivo para los alemanes derrotados en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) inflamados de enojo e ira por un resentimiento secular.
Un Reich es un Imperio y un Imperio son sus conquistas. Así que Hitler se preparó para ir a la guerra y tomar por la fuerza lo que eran sus aspiraciones. Para ello lo primero que hizo fue asumir el control totalitario de la sociedad alemana y vigilar a todos los alemanes bajo control policial. La propaganda Nazi también hizo un fundamental aporte y las mentiras repetidas mil veces terminaron siendo asumidas como verdades.
Luego había que controlar al medio esencial para construir el Tercer Reich: la Wehrmacht. Un cuerpo profesional muy prestigioso y con una segura confianza en sus propios talentos y competencias pero que fue socavado también con apenas resistencias internas. “La Wehrmacht no quedó tampoco exenta del rasero unificador que el afán absorbente del Partido pasaba sobre cuanto descollara en la vida pública alemana”, nos apunta el mariscal Kesselring en sus “Reflexiones sobre la Segunda Guerra Mundial” en una edición en español del año 1965.
Hitler se hizo fatalmente prisionero del éxito. En 1941 si hubiera pactado la paz ese Tercer Reich efímero pudo haber tenido una más larga existencia. Sólo que el desquicio y la ambición fuera de control pudieron más. Rusia fue su perdición a partir del año 1942. Bismarck (1815-1898), otro gran conquistador, siempre se negó a luchar en dos frentes a la vez. Y el mismo Hitler en “Mi Lucha” del año 1925 se lamentaba que el fracaso alemán en la Primera Guerra Mundial se debió al desgaste suscitado por luchar tanto en el frente Oeste como el Este.
¿Fueron los alemanes esa maquinaria de guerra casi perfecta e impecablemente eficaz que una matriz de opinión de expertos militares ha impuesto a pesar de la estrepitosa derrota en el año 1945? Como todo hay que matizar éste tipo de opiniones y sostener que la Wehrmacht fue un competente ejército desbordado por la desmesura de sus objetivos estratégicos. El impacto de la Blitzkrieg o Guerra Relámpago sobre Polonia y Francia entre los años 1939 y 1940 grabó en la memoria de muchos una idea de invencibilidad que posteriormente rusos y estadounidenses borraron inapelablemente.
El Tercer Reich o imperio de los mil años sólo duró 12 años y puso en el debate de la historia contemporánea la necesidad de atajar a los gobiernos y gobernantes delincuentes. El tema es tan espinoso que nos lanza a los territorios de una historia de los imperios y la incapacidad por la paz. Y que el poder poderoso termina dañando a otros y tendrá siempre la tentación de conquistar y dominar. El costo humano que se paga por éste destino indomable y recurrente es siempre muy trágico.
DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
@LOMBARDIBOSCAN
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia