Algunos sobrevivientes dijeron que el día de los asesinatos Jeffrey James Weise parecía un zombie sonriente mientras disparaba a mansalva dentro de la escuela. Que no hablaba ni gritaba, pero que su cara parecía cortada por la sonrisa la mañana del 22 de marzo de 2005, cuando perpetró en Minnesota la peor masacre escolar de los Estados Unidos después de la tragedia de Colombine.
Por infobae.com
El saldo final fue de nueve muertos y trece heridos, a los que Weise, de 16 años, sumo una muerte más con su propio suicidio.
Ese martes se despertó temprano en su casa en la reserva india chipeua de Red Lake, una localidad habitada por unas cinco mil personas, casi todos indígenas. En lugar de desayunar, fue hasta el armario donde su abuelo, un ex sargento de la policía de la reserva, guardaba sus armas y las tomó.
Caminó sin decir palabra hasta el dormitorio principal y allí disparó para cobrarse primera víctima, el abuelo Daryl Lusser Sr., de 58 años.
La pareja del hombre, Michelle Sigana, de 32 años, estaba en el sótano recogiendo unas sábanas del lavarropas cuando escuchó los disparos, que fueron dos, y subió corriendo la escalera sin soltar la ropa húmeda que tenía entre sus manos. Jeffrey la interceptó cuando estaba a mitad de camino y las balas perforaron las sábanas antes de impactar en su cuerpo. Rodó por la escalera y cuando llegó al piso ya estaba muerta.
Volvió hasta el armario, sacó el viejo chaleco antibalas de su abuelo y se lo puso debajo de la camisa. Recargó la pistola, tomó otra que encontró cargada y una escopeta de caza. Salió a la calle con las dos armas cortas en la cintura y la escopeta oculta debajo de la campera.
Recorrió a paso constante -casi marchando- los doscientos metros que separaban la casa de la secundaria Red Lake Senior High School, donde estudiaba.
El guardia de seguridad de la escuela, Derrick Brun, de 28 años, lo vio venir y le hizo señas de que se apurara, que ya habían comenzado las clases. Jeffrey le respondió con dos disparos que lo hicieron caer redondo, justo debajo del detector de metales de la entrada.
Ya sumaba tres muertos en su haber.
Dentro de la escuela
Entró a la escuela y avanzó por un pasillo hasta la puerta de un aula, donde daba clase la profesora Neva Rogers, de 52 años. Nunca se supo si eligió esa clase por alguna razón o simplemente al azar.
La primera en caer fue la profesora y después siguió disparando al montón contra los alumnos que estaban en la clase. Sin mirar el resultado, volvió a salir al pasillo, donde se topó con Sondra Hegstrom, una compañera de su propia clase. Jeffrey levantó el arma pero la chica fue más rápida.
“Cuando lo vi, corrí y sentí que me disparaba. Por suerte no me dio. Me escondí dentro de una clase y llamé a la policía desde mi teléfono móvil. Me dijeron que esperara allí mientras llegaban. Me escondí debajo de un banco, rezando para que no me descubriera. Nunca me voy a olvidar cómo sonreía”, le contó esa misma mañana a un periodista del diario local, The Pioneer.
También contó cómo escuchó una muerte. “Desde ahí pude escuchar a una chica gritando: ‘¡No Jeff! ¡Fuera, fuera, dejame tranquila! ¿Por qué estás haciendo esto?’. Y después escuché ¡pum-pum-pum!, y no hubo más gritos”, relató.
Jeffrey Weise siguió caminando por los pasillos y disparando a cuanto cuerpo se le pusiera al alcance. También tiraba contra las puertas, sin abrirlas, por si había otros estudiantes o profesores escondidos detrás de ellas.
Parecía obrar al azar, pero después la directora de la escuela dijo que no estaba tan segura de que fuera así.
“Uno de los estudiantes me dijo que Weise apuntó le con su arma a un chico y después cambió de opinión, sonrió y le disparó a otra persona”, contó Molly Miron esa misma mañana, todavía conmocionada.
Todo ocurrió en media hora, hasta que varios policías entraron a la escuela y Jeffrey les disparó. Contestaron el fuego y lo hirieron tres veces: en una nalga, en la pierna derecha y en el brazo derecho.
Logró arrastrarse hasta un aula, donde se disparó en la cabeza con la escopeta y quedó desparramado sobre un charco de sangre.
En su raid había dejado muertos a su abuelo, a la pareja de éste, a un guardia de seguridad, a una profesora y a cinco alumnos de 15 años: Dewayne Lewis, Chase Lussier, Chanelle Rosebear, Thurlene Stillday y Alicia White. Los heridos sumaban trece.
Un chico problemático
Quienes conocían a Jeffrey Weise sabían que no era un chico feliz y, si bien la masacre sorprendió a todos, lo cierto es que no habían faltado señales de que algo podía ocurrir. Inclusive la policía lo sabía.
Jeffrey Weise llegó a la adolescencia transitando un cúmulo de desgracias. Sus padres se separaron antes de su nacimiento y su madre, alcohólica, formó otra pareja con un hombre que abusó del chico desde antes de que pudiera caminar.
Manejando borracha, la madre tuvo un accidente que la dejó incapacitada y el hombre desapareció sin dejar rastros. Entonces Jeffrey vivió primero con una abuela y después con dos tías, con las que tampoco -según él mismo contaba- la había pasado bien.
Finalmente recaló en la casa de su abuelo ex policía y de su pareja. Ahí las cosas parecieron mejorar, pero a Jeffrey la procesión le iba por dentro.
Cuando comenzó la secundaria en la Red Lake Senior High School se sintió discriminado. Sus compañeros se burlaban de su estilo gótico para vestir y de sus ideas estrafalarias. En una reserva donde todos estaban orgullosos de ser indígenas chipeua, Jeffrey no rechazaba esa pertenencia, pero también decía que tenía sangre alemana, irlandesa y franco-canadiense.
Por esa y otras razones, la mayoría de sus compañeros le hicieron un vacío que se le volvió intolerable, tanto que en 2004 -un año antes de la masacre- intentó suicidarse cortándose las venas de una de sus muñecas en su dormitorio. A último momento de arrepintió y corrió a la sala de primeros auxilios de la reserva para que lo curaran.
“Había pasado por muchas cosas en mi vida que me habían llevado a un camino más oscuro de lo que la mayoría elige tomar. Corté la carne de mi muñeca con un abrelatas, regando el piso de mi habitación con sangre que no debería haber derramado. Después de sentarme allí durante lo que parecieron horas (que aparentemente fueron solo minutos), tuve la revelación de que este no era el camino. Tomé la decisión buscar tratamiento médico, ya que, por otro lado, podría haber elegido sentarme allí hasta que se drenara suficiente sangre de mis laceraciones y morir”, escribió después en el sitio web Above Top Secret.
Avisos de un admirador de Hitler
Después de eso empezó a escribir extraños textos en la web, al punto que llegó a llamar la atención de la policía y del FBI.
“Creo que siento una admiración natural por Hitler, sus ideas y su coraje para ir a la conquista de naciones más grandes”, escribió en marzo de 2004.
Se definía como nazi-indígena y usaba un sugestivo alias: “Ángel de la muerte”.
El 19 de abril de ese mismo año dejó un mensaje celebrando que al día siguiente sería el aniversario del nacimiento de Hitler y acto seguido subió otro donde aseguraba que algo iba a pasar en su colegio.
Un profesor de la escuela leyó el mensaje y se preocupó al punto de llamar a la policía de la reserva. Cuando lo citaron a la comisaría, Jeffrey les dijo que no había querido decir nada, que lo había escrito por escribir.
Al volver a su casa, subió un nuevo mensaje al sitio web: “Por otra parte estoy siendo acusado por la amenaza al colegio donde estudio porque alguien dijo que iba a dispararle el 20 de abril, fecha del cumpleaños de Hitler, sólo por haber dicho que soy un Nacional-Socialista”, se podía leer.
Cinco semanas después, escribió que “el tema del colegio pasó y quedé limpio como sospechoso, cosa que me alegra. No me preocupa mucho la cárcel, nunca estuve allí y no tengo planes de hacerlo”.
La cuestión parecía terminada, hasta que la mañana del 22 de marzo de 2005, Jeffrey Weisse se despertó dispuesto a actuar.
“En la computadora de Weise y en sus intervenciones en Internet había algunas pistas de que algo podía suceder, pero no tanto como esto”, dijo después a la prensa el agente del FBI Michael Tabman, designado a cargo de la investigación de la masacre.
Ya era demasiado tarde.