Nicolás Maduro ha sobrevivido a 10 años de tormentoso gobierno, con una presidencia que ha sido cuestionada y rechazada desde que asumió el poder como resultado de unas elecciones fraudulentas, el 14 de abril de 2013, que nunca han sido aclaradas.
Por LUDMILA VINOGRADOFF / abc.es
El origen dudoso de su primer triunfo electoral, con el 50,61% de los votos, frente al 49,12% obtenido por el opositor Henrique Capriles; y luego el segundo –de su no reconocida reelección presidencial internacional en 2018– han marcado su desempeño a lo largo de su Gobierno, calificado como el peor que ha tenido Venezuela en toda su historia contemporánea.
A sus cuestionados triunfos electorales se le suman las dudas sobre su legitimidad como presidente ante la opacidad sobre el lugar de su propio nacimiento –Colombia o Venezuela–, lo que para muchos ha supuesto el dilema de si la presidencia del país está en manos de un ambicioso usurpador o un gran farsante que ha logrado engañar a medio mundo. Lo cierto es que el autobusero y sindicalista del Metro de Caracas nunca ha presentado un certificado de origen electoral limpio y transparente para ser presidente de Venezuela en sus dos comicios, como tampoco su partida de nacimiento.
Entre los deméritos de Maduro a lo largo de esta década ocupando el Palacio de Miraflores, destaca el de ser una de las personas más buscada por la Justicia de EE.UU. –hay una recompensa de 15 millones de dólares–, debido a sus nexos con el narcotráfico y la banda de su mujer, Cilia Flores; a esto se suma que está siendo investigado por la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de lesa humanidad. Esto ha impedido al mandatario acudir a tomas de posesión y cumbre internacional, ante el temor de una posible detención.
‘El hombre de La Habana’
Bautizado como el ‘hombre de La Habana’ por los hermanos Castro –se convirtió en el puente y portavoz de estos ante el comandante Hugo Chávez–, antes de ser presidente Maduro fue canciller durante seis años, tiempo durante el que cultivó y profundizó las relaciones con sus pares izquierdistas –radicales y terroristas– del foro Sao Paulo, de Oriente Próximo (Hizbolá y Hamás) y Asia. Era la época del boom petrolero, cuando se pagaban cien dólares por un barril de petróleo.
Antes de morir de un cáncer fulminante, Hugo Chávez lo presentó como su heredero. Fue su testamento político: «Voten por Maduro», dijo agonizando en su lecho de muerte en diciembre del 2012 antes de partir a Cuba por última vez.
Protestas y represión
Un año después de asumir el poder, el rechazo al presidente por parte de la oposición y de la calle era patente. El líder opositor Leopoldo López impulsó unas protestas que fueron fuertemente reprimidas durante los cuatro meses que se prolongaron en todo el país. El saldo fueron 43 manifestantes muertos y más de 200 encarcelados. A pesar del encarcelamiento de López, en un juicio con graves irregularidades, las protestas se siguieron produciendo y en 2017 dejaron un saldo de más de 100 manifestantes asesinados. Si bien las manifestaciones en las calles han bajado de intensidad, continúan elevando la voz los grupos gremiales pequeños de trabajadores y pensionistas que apenas ganan 5 dólares al mes.
El intento del régimen por acallar el rechazo político y social a la gestión de Maduro se ha traducido durante estos años en la existencia de más de 300 presos políticos, entre civiles y militares. Es el saldo de una década de represión y torturas contra los disidentes.
En el triste balance del Gobierno de Maduro hay que incluir su capacidad para comprar y dividir a los partidos de la oposición, evitando así que exista, hasta la fecha, una alternativa real que lo descabalgue del poder; también el silenciamiento de los medios de comunicación independientes. Solo el año pasado, el régimen clausuró casi 100 emisoras de radio y más de 50 medios digitales, que no pueden abrir localmente por la censura oficial y el control que el régimen impone en internet.
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