En los días que han precedido el país ha visitado el asombro, la perplejidad, la ira y el desencanto. Las noticias sobre el affaire Pdvsa, en medio de una vorágine de protestas sociales, como resultado del drama ya insoportable y que se hace rutina, por el grosero aumento del costo de la vida, el incremento del dólar y la mísera contraprestación por el trabajo, salario, que perciben los trabajadores, funcionarios y empleados públicos, pero que irradia radiactivamente al sector privado igualmente, adquiere una perniciosa significación en esta Venezuela hipóxica, que “oficialmente” se entera de lo que muchos sabían sin embargo y, me refiero a que en el gobierno y los poderes públicos, obra una organizada red, mafia de delincuentes, una camorra jefaturada por altísimos dignatarios nacionales.
El asunto es tanto más grave, cuanto pareciera que no hay ni cómo pagar esos mismos sueldos y salarios. Se nos informa que los elevados mandos militares han reunido a la oficialidad para hacerles saber que no puede haber satisfacción a sus requerimientos crematísticos, como tampoco a maestros, profesores, médicos, enfermeras, policías e incluso, se les conminó a buscarse su sustento como a bien tuvieran hacer, lo que llaman emprendimiento coloquialmente, aprovechamiento rebuscado o caza de tigres y otros felinos.
Ya era difícil de explicar la “generosidad” con la que el difunto presidente administró el FONDEN, sin prácticamente ningún control y muchísimo menos, rendición de cuentas; los regalos a la enfermera o uno de los guardaespaldas de más de un centenar de millones de dólares o acaso, a su panita Andrade, compañero del juego de chapitas, convertido en todopoderoso tesorero nacional que pudo sustraer para sí, mas de mil millones de dólares afirman medios y periódicos en el extranjero, para luego, negociar con los americanos, entregarles no se sabe cuánto y con lo que le queda, vivir como un auténtico sultán y así, cientos, tal vez miles de otros que aprovecharon Cadivi, unidos con boli chicos y tiernas damiselas, prestas las niñas a disfrutar el erario público con preferencia y, a ratos con exclusividad.
A los revolucionarios, digamos, evocando a ese filósofo criollo lamentablemente desaparecido el Hermano Cocó, “no les gusta el cochino dinero, no lo tocan porque apesta, pero, eso sí, lo gastan.” Ese es el legado del comandante Chávez y de sus compañeros de armas ahora liderados por su epígono más sentimental, de irrefragable comprobación y es lo que recién nos han mostrado, una vez más, los que ahora son llamados “descarados” por sus camaradas que, habría que ver si aguantan, ellos también, una investigación de renta presunta.
Empero; no es a ese aspecto de la tragicomedia venezolana que nos arruinó, vació, empobreció, malogró, desarraigó, a que me quiero referir, sino a un asunto llamado cosa pública como expresión cada día más en desuso y el trato asquerosamente inmoral que se le viene dando, en la Venezuela socialista, sin tapujo ni pudicia de ningún tipo, además. Vayamos primero, a convocar la memoria, hagamos un poco de historia del concepto.
Tanto en Grecia como en Roma, en el origen, la esfera de lo público comienza distinguiendo aquello que es de cada cual, de lo otro que, siendo o correspondiéndose con el colectivo, no es de nadie en particular. Platón escribe Politeia que da lugar a la traducción de Cicerón como Res publica, englobando lo político y lo institucional, el orden, la norma, el ciudadano, la república, los asuntos de todos, los valores y el tránsito dialéctico con los antivalores, en suma.
La locución, cosa pública, es polisémica. Vehicula desde la idea de bien común hasta la del mismo Estado. Reúne al objeto que cosifica y al espíritu que histriónico instrumenta con la pragmática, lo que quiere declarar como común. Eso que es de todos, invoca a todos, reclama a todos, obliga a todos. Sus bienes y sus ejecutorias, sus recursos, sus acciones, sus osadías pueden justificarse porque tienen como razón del por qué, el interés de todos. Esa es la cosa pública.
Así las cosas, solivianta al ciudadano constatar que, la empresa ética que sirve de asiento al cambio, al giro copernicano, como nos ilustró Hannah Arendt, ofrecido por la revolución que se propone y se impone, pero, solo puede consolidar, fraguar, desde una realización del actor y destinatario que la alienta y milita en ella porque quiere crear otro mundo y fracasa, no obstante, sideralmente, precisamente, por la anorexia moral que los ha caracterizado desde el debut, arroja en turbulento cinismo una conclusión; Ese liderazgo revolucionario no quería cambiar la situación; en realidad solo quería cambiarse por los que llenaba de denuestos, para emularlos en el defecto y en el asalto al botín de la cosa pública definitivamente superarlos. Son infinitamente peores que los que demonizaban.
Se ha escrito que la cosa pública es una invención de la política y como todo lo humano, confrontamos a menudo, cual dilema, la objetividad o aquella de la subjetividad. Tal vez en lo sencillo, obre la respuesta; la cosa pública es del pueblo y asumiéndolo, nos ubicamos ante la susodicha. (Dujardin, Philippe, La “chose publique” ou l invention de la politique,” Chronique Sociale, 2016.
Sin más preámbulos, vayamos entonces a lo otro de una vez. Es una fortuna piensa el malandro, que la ley no tenga efectos retroactivos, pero, la súbita pasión por legislar que reclaman e impulsan los que sabían e insisto en eso, pero nada hacían, para extinguir el dominio sobre los bienes cuya tradición exhiba falencias o ilegitimidad manifiesta de los capitales; parece, una muy tardía reacción frente a lo que ha sido, tal vez en la historia universal, el mayor desfalco conocido, hacia un estado premeditadamente indefenso.
El fraude contra la cosa pública fue y es, una acción regular y sistemática de consuno del chavismo y luego del madurismo. Empezó, deliberadamente, desde el arranque con el plan Bolívar 2000 y la puesta en practica de una administración y un ejercicio del poder, adulterando los mecanismos para tener más discrecionalidad y prescindir de los controles.
A la fecha se le han hecho, 17 reformas o algo así, a la Ley Orgánica de Administración financiera del Sector Público para no ceñirse a las pautas y procedimientos constitutivos de desarrollo e instrumentación de un elenco de reglas fiscales constitucionales para limitar y controlar los manejos financieros y en general, la gestión fiscal.
Lo hecho y lo omitido por el BCV y los que lo han dirigido, es evidencia irrefutable de todas las transgresiones imaginables y, algunas otras y los hace responsables no simplemente a ellos, sino al ejecutivo nacional orgánicamente completo. Es largo el memorial de agravios que se les puede leer a los chavo maduristas y lo saben bien. .
Asegurarse que el Contralor General de la República o el fiscal general de la República sea un amigo solidario y comprensivo, articula con un ariete temerario, además, contra la oposición que inhabilita a éstos y a los disidentes. Es un timo al sistema democrático y al estado constitucional de derecho y de justicia. Nunca fueron probos los funcionarios al servicio del régimen y tampoco los llamados a vigilarlos y/o fiscalizarlos, sino todo lo contrario. Tal vez haya más bien que revisar y atraer la competencia desde los parámetros de la Convención de Palermo, de la cual, Venezuela es suscriptora.
El Consejo Moral Republicano funcionaría como un auténtico mecanismo para limitar y reducir los delitos contra lo público, pero desde la primera designación fue anulado en cuanto a su digno propósito, al escoger camaradas y, no quienes cumplieran los deberes del cargo.
Lo que hace que las sociedades funcionen, no son las leyes sino la persona que encarna la institucionalidad y, cabe otro añadido, la cultura de la organización, la axiología, la deontología que la inspiran y, el paradigma que suele cimentarse en el comportamiento de la jerarquía.
Recuerdo cuando se denunció el maletín en Buenos Aires que conteniendo unos ochocientos mil dólares le mandaba Chávez a la angelical, a la tierna y sensual Cristina y cuya investigación se negó a hacer la Asamblea Nacional, paladinamente.
Dicho de otra forma; no cambiará nada con esa ley, llena de gazapos e inconsistencias le agrego, sino se respeta y acata la Constitución que se desconoce a capricho, se usurpa, viola a placer y se permite erigir una dirección que se pretende, de “ prínceps legibus solutus est,” hasta que caiga alguien en la mira del bajo psiquismo del pináculo del poder o, sea útil y conveniente purgar la tubería para complacer o manipular al Fiscal de la Corte Penal Internacional y convencerlo de que ahora si hay justicia en el aquelarre venezolano. Vaya usted a saber y, hago reminiscencia de aquel disputado anónimo, “El que busca la verdad, corre el riesgo de encontrarla.”
Lo afirmado no obsta que, se pueda dar un marco de actuación a la lucha contra la corrupción y la malversación, aunque se podría haber hecho y aún se puede hacer bastante con lo que hay, pero, quienes echaron a andar la ley antibloqueo o han tolerado los usos y abusos con los bienes públicos por años, chatarreros y facilitadores del extractivismo más acentuado que recuerde nuestra historia son acaso, ¿los que ahora enderezarán el entuerto?
Señores del chavismo, madurismo, pretorianos que los mantienen en la cima del poder fáctico, obviando la normación y desechando la soberanía del pueblo, en medio de todo este cataclismo descrito, cabe una interrogante: ¿Serán esos compatriotas que se robaron el presupuesto nacional, léase bien, nada más que el presupuesto de la república, desviando y trasvasando centenares de cargueros llenos de petróleo, burlándose a la vista de todos, millones de barriles de nuestro único producto de exportación, serán, realmente juzgados, condenados, confiscados? ¿Por qué no está detenido el capo de todo ese grupo, cuyo nombre, todo el mundo sabe? ¿Será que tienen miedo de que Tareck Zaidan El Aissami Maddah, el enchufado por excelencia, prenda el ventilador?
Lo más grave transversaliza el desempeño público desde hace ya 23 años; estamos ante un déficit de responsabilidad y responsabilización que irrita y encorajina que nos digan que hace falta otra ley, cuando deberíamos saber que hay todo un instrumental disponible y si Dios lo permite, ese será el tema de nuestro próximo trabajo, la semana que ha de venir.
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