Según el presidente colombiano, Gustavo Petro, solo una vez tuvo la oportunidad de hablar “amplio y tendido” con el “presidente eterno” venezolano, Hugo Chávez, no se acuerda si a comienzos o mediados de su gobierno, pero recibiendo un impacto ideológico de tal naturaleza que desde aquel momento decidió alejarse de las tesis radicales de la insurgencia neogranadina para adscribirse a un híbrido más pacífico que violento, más electoral que guerrillero y más comprometido con las soluciones que se buscaban en el Congreso que en las montañas.
Pero el Chávez que conocía antes de la conversación ya le había dejado claro que la política tenía que ser tanto nacional como internacional y que no pocas veces había que dedicarle más tiempo al mundo que a la “patriecita”, de modo que, no solo fueran unos pocos los que se beneficiaran con los logros de la revolución, sino la humanidad toda.
Chávez, en efecto, no se alejaba en sus discursos de su pasión por el regreso de la unión Gran Colombiana, que tuvo por padres a Bolívar y a Santander y en el enfrentamiento más largo y tormentoso que tuvo en sus períodos de gobierno, la guerra contra su par colombiano, Álvaro Uribe Vélez, más de una vez le sugirió que algún día sería el “Comandante en Jefe” de una Colombia y Venezuela unidas
Y no hablaba por hablar, pues empezó su gobierno en febrero de 1998 “declarándose neutral” en la guerra que desde hacía 45 años sostenían las fuerzas subversivas de las FARC y los gobiernos democráticos colombianos, sostuvo que en su frontera occidental Venezuela no limitaba con un país llamado Colombia “sino con las FARC” y en la oportunidad que Uribe lo nombró “facilitador” para un primer encuentro para empezar a discutir un acuerdo de paz entre su administración y las FARC, oficiales uribistas del Alto Mando del Ejército denunciaron que Chávez los había llamado para “parcializarlos”.
Pero hoy Chávez es ya un recuerdo cuyos restos mortarles yacen bajo la lápida de un pintoresco mausoleo que sus herederos en el gobierno le han construido no lejos del palacio de Miraflores donde su heredero, el presidente, Nicolás Maduro Moros, rige los destinos del país desde hace 10 años (“el Comandante Eterno” murió el 5 de marzo del 2013 y su sucesor asumió la Primera Magistratura un mes y días después) y Uribe al final de su segundo período el 2009, promovió la presidencia de su ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, quien traicionó su legado al firmar un “Acuerdo de Paz” con las FARC para que reconocieran su derrota y no para declararlas coganadoras de la guerra (como en efecto sucedió) y su partido, el “Centro Democrático”, volvió al poder en las elecciones del 2018 con Iván Duque como ganador, pero perdió las elecciones del 2023 con una coalición de partidos armada por Santos y cuyo candidato y hoy presidente, es el admirador y seguidor de Chávez, Gustavo Petro.
No puede decirse que en el tono, talante y color de aquellos años en que siendo un político que buscaba trazarse un camino realista para “asaltar” la presidencia de Colombia, oyó a Chávez aconsejarle que el camino “no eran las armas”, sino fundar un partido “democrático, constitucionalista y electoralista” que usara la parafernalia cominicial para que, “a punta de votos, se lograra lo que no se había logrado con las armas”.
En otros temas de igual e inescapable trascendencia, Petro no se ha olvidado de las recetas del “maestro” y en cuestiones tales como gobernar más para “el exterior” que para el “interior”, lleva siete meses (asumió la presidencia en octubre pasado) enfocado en sacarle “las castañas del fuego” al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien, luego de malgastar una década en el palacio de Miraflores, tiene al país vecino y hermano en ruinas, con la economía peor administrada del mundo, industria como la petrolera hecha añicos, el pueblo al borde de la hambruna, con índices como el hundimiento del precio del bolívar y el de la inflación batiendo récords mundiales.
Cree Petro, como buen castrochavista, populista y “bolivariano” que esta catástrofe no es obra del socialismo que heredó Maduro de Chávez y ha continuado aplicando tozuda y consecuentemente, ni de su incompetencia que alcanza límites inenarrables, ni de la corrupción que corroe las entrañas de Venezuela hasta dejarla sin reservas internacionales, sino de una conspiración internacional enviadas desde los países democráticos y capitalistas como EEUU, la UE y los países excomunistas del centro de Europa.
Pero muy en especial, Petro repite la cantaleta madurista de que él y los venezolanos son víctimas de las “sanciones económicas” que los países democráticos de la comunidad internacional le han aplicado como represalia por sus violaciones de los DDHH y los crímenes de Lesa Humanidad por los que es procesado en la Corte Penal Internacional de La Haya.
Necesitaba Maduro, en consecuencia, para paliar, exorcisar o quitarse de encima estas “sanciones” , un gestor, operador o mediador, una suerte de compadre, compinche o hermanazo que le hiciera “por ahora” el trabajo en Washington de tranquilizar al presidente Biden y para ello nadie más adecuado que el cofrade Petro que, aparte de considerarse el auténtico heredero de Chávez, moría por un pretexto para darse una semana de vacaciones por el Norte, sugiriéndole a “los amos” de allá a quien tenían que buscar cuando allá que resolver problemas.
Y en esas anda desde el miércoles, paricipando en reuniones de la ONU sobre los problemas de las etnias índigenas, dando conferencias en universidades sobre el cambio climático, en clubes sobre los combustibles fósiles, ah, y sobre todo, su reunión el jueves en la Casa Blanca con el propio presidente Joe Biden y en la cual, uno de los puntos centrales fue pedirle -por el bien de la democracia en el continente-el fin de las “sanciones económicas” al homónimo y colega Maduro.
Cuentan que Biden carraspeó, miró el reloj y con su habla farfullante le contestó: “Ah, pero si es muy sencillo, no hay problemas: dígale a Maduro que hagas elecciones limpias y transparentes, elecciones honestas y al otro día de elegir el nuevo presidente, le levantamos las sanciones”.
También rueda el rumor o chisme que Petro aplaudió, le dio las gracias a Biden, le planteó la idea que también agradó a Biden de que los países ricos le cambiaran a los pobres “deudas por medidas para avanzar en el cambio climático, y así Petro salió de la Casa Blanca informando que “había salvado al mundo”.
En Caracas, sin embargo, y rodeado de los comandantes del ELN y las Disidencias de las FARC que mantiene operando en Venezuela contra el Ejército colombiano y las FARC de Petro, Maduro escuchaba las declaración del compadre no tan animado y quizá pensando desde sus adentros: “Para heredero de Chávez YO”.
Frases que de ser dichas en público podrían llegarle a “Hugo Petro Frías”, de quien se dice ya tiene preparado al arribar de paso por Colombia una gira de igual longura por Europa y otra, después de pasar una semana descansando en el palacio de Nariño, para Asia.