“¡Hacete el muerto! ¡Hacete el muerto!”. Los alaridos de Amie Huguenard (37) se mezclan con el ruido suave de la lluvia golpeando sobre la lona de la carpa y los aterradores gruñidos de un oso que está arrastrando a su novio desde la puerta de la tienda hacia la espesa vegetación. Es una noche brumosa y cerrada. Timothy Treadwell (46) también grita desesperado. Sabe que el enorme animal se lo lleva para alimentarse. El oso tiene atrapada su cabeza entre sus mandíbulas. Timothy siente su aliento y su jadeo. En breve lo va a devorar. Amie se da cuenta de que su consejo para que Timothy se haga el muerto, no ha funcionado. Ahora le grita que pelee con fuerza por su vida. Ella, valiente, golpea al oso con una sartén, pero no consigue nada. El animal, enseguida, regresa por ella.
Por infobae.com
En 360 segundos todo ha terminado y el silencio vuelve a reinar en el Parque Nacional Katmai, en el sureste de Alaska, Estados Unidos.
El gran oso está comiendo. Se prepara para pasar el crudo invierno.
Crónica de un fanatismo
El ecologista autodidacta y documentalista norteamericano Timothy Treadwell llevaba trece temporadas acampando en el mismo parque nacional. Sentía que ya dominaba por completo la zona. Conocía a los feroces osos grizzly (osos grises, una subespecie de los osos pardos que pueden superar los 500 kilos de peso y que erguidos llegan a medir casi 3 metros) y se sentía “amigo” de ellos. Con el tiempo, los empezó a identificar y hasta les puso nombres como Cupcake, Mr Chocolate o Goodbear. Año a año había comenzado a confiar más en sus habilidades dentro de la naturaleza y en la relación con estos animales salvajes. Cada vez obtenía mejores filmaciones. Jugando con sus crías, alimentándose y cazando salmones en el río. Timothy se acercaba más y más. Durante las tres últimas temporadas, compartir esto con su novia Amie Huguenard había empezado a ser otra costumbre en su vida. Ella tuvo que vencer antes los miedos que le inspiraban esas criaturas. Cuando lo logró, comenzó a acompañarlo. Jamás pensó que ese maravilloso verano del 2003 terminaría con ellos despedazados dentro del estómago de uno de esos osos gigantes.
La imprudencia puede ser una pésima consejera.
Amie y Timothy llegaron en junio de 2003 en un hidroavión taxi y se pasaron el verano boreal recorriendo y filmando estos animales en el parque. Los primeros días estuvieron en Hallo Bay. Luego de unas semanas, Amie volvió a California por su trabajo y retornó en septiembre al Parque Katmai para acampar con su novio en la zona de la Bahía Kaflia. La idea era volver a California juntos el 26 de septiembre, pero cuando llegaron al aeropuerto Timothy descubrió que los tickets estaban carísimos. Discutió con su agente de viajes. “No puedo creer que nos vayamos”, le dijo triste a Amie. Conversaron y decidieron volver al parque y quedarse siete días más. El 29 se subieron una vez más al hidroavión y acuatizaron en Kaflia Bay. Timothy siempre se saltaba las reglas y ahora estaba desafiando la que sostenía que el otoño es la estación más crítica y peligrosa con los osos. Los animales están justo alimentándose para generar todas sus reservas para el duro invierno. Dos años antes dos cazadores habían sido atacados y uno había muerto. Timothy no temía a sus animales. Llegaron y armaron las dos carpas azules: una para ellos, otra para las provisiones.
¿Dónde están los pasajeros?
Cuando Willy Fulton, el piloto que debía buscarlos con su hidroavión para la primera etapa de su viaje de regreso, llegó a Bahía Kaflia el 6 de octubre de 2003, se encontró con la peor escena posible. Timothy le había pedido que los buscara a las 14 horas. Willy llegó antes, cerca de las 13.
Es una tarde lluviosa y con neblina cuando la máquina naranja se posa en el agua gris. Willy abre la puerta y llama a Timothy a los gritos. Como no hay respuesta, baja del avión y empieza a caminar entre la vegetación hacia el campamento. De pronto escucha moverse algo entre los árboles. Lo recorre un escalofrío. Percibe que algo no está bien. “Tuve una sensación muy extraña”, diría más tarde. Con resquemor vuelve sobre sus pasos, salta dentro de su avión y cierra la puerta. Desde allí se sorprende cuando ve a un enorme oso yendo por el camino por donde acaba de pasar él. Estuvo al borde, piensa. Todo huele mal. Despega y sobrevuela el área, lo más bajo que puede… De golpe lo ve. Ahí está el gran oso comiendo algo que parece un costillar, saca pedazos de lo que podría ser un torso humano. Asqueado vuela unas quince veces sobre el área para intentar espantar al animal, pero solo logra que este coma más rápido.
A las 13.35 llama desde su teléfono satelital a los guardaparques. Contesta el ranger Joel Ellis quien le pide que se aterrice en un lugar donde no corra riesgos, y los espere.
Ellis y dos guardaparques más se suben de inmediato a un avión Cessna 206 y se dirigen hacia el lugar.
Aterrizan a las 16.26. Junto con Willy se acercan al campamento situado a unos 300 metros.
El sonido de la muerte
Van gritando los nombres de la pareja. Si el que está muerto es Timothy, puede ser que Amie aún esté viva. La visibilidad es pobre y la vegetación muy alta. Cuando ya están cerca, advierten que de una pila de restos y ramas sobresalen unos dedos. Un gran oso está sentado encima y engullendo.
El animal los ve, pero no se espanta con los gritos. En otro rincón, como escondido para ser comido más tarde, encuentran a Amie. Su rostro parece dormido, pero es todo lo que hay de ella. La cara. El oso está visiblemente agresivo. Los rangers disparan. Ellis aprieta el gatillo once veces; los otros dos, cinco veces cada uno.
El oso furioso y erguido llega casi a los tres metros de altura, pero la lluvia de balas consigue tumbarlo. Aparece otro oso más pequeño y también le disparan.
Disipado el peligro inmediato, avanzan unos metros más y llegan al campamento. Las dos carpas están destrozadas. Hay cosas tiradas por todos lados. Comida sin tocar, los zapatos prolijamente alineados en lo que había sido la entrada de la tienda. Unos metros más allá está la cabeza de Timothy todavía unida a un pedazo de su columna vertebral. Al lado, su brazo derecho tiene en su muñeca el reloj imperturbable que sigue marcando la hora.
Los pocos restos humanos son puestos en bolsas de plástico y enviados a los peritos. También los del oso van a ser estudiados bajo la dirección del biólogo Larry Van Daele. La necropsia del llamado “oso 141? es clara: en su estómago hallan retazos humanos y ropa desgarrada. Calculan que el animal habría tenido unos 28 años.
Los médicos forenses quedaron impactados por lo poco que recobraron de los cuerpos y por el video con el que compaginaron los hechos. Uno reconoció, en un documental, que escucharlo le puso los pelos de punta. Entre las cosas que las autoridades recogieron en el campamento atacado encontraron los diarios de las víctimas y una cámara de video con la tapa puesta sobre su lente.
Ahí había un testimonio auditivo, sin imágenes, del horror. Eran los seis minutos de audio finales.
La banda sonora de una muerte brutal.
Una pareja aventurera
Timothy Treadwell nació el 29 de abril de 1957 en Long Island, Nueva York, Estados Unidos, como Timothy Dexter. Era el tercero de cinco hermanos y el que más problemas daba a sus padres Carol y Val. No estudiaba, tomaba alcohol sin medida y hasta llegó a chocar el auto de la familia. A duras penas consiguió terminar el secundario y a los 19 se marchó a vivir a Long Beach, en California, donde comenzó a trabajar en restaurantes. Descubrió que quería ser actor y buscó la manera de presentarse en los castings. Fue ahí donde adoptó el apellido Treadwell. Así llegó al casting de la exitosa serie Cheers, pero quedó segundo. El fracaso lo terminó de hundir. Fue promediando los años ‘80 que cayó en la cocaína y la heroína. Dos veces fue arrestado: por un asalto y por disparar un arma. Estaba tan mal que dormía abrazado a un M16. En un viaje alucinógeno con LSD, saltó desde un tercer piso. Tuvo suerte porque cayó en el barro. Dicen que después de una sobredosis fue rescatado por un veterano de Vietnam llamado Terry quien le habría aconsejado irse lejos de todo eso y dedicarse a la naturaleza. Le hizo caso y al ser dado de alta, comenzó a interesarse por la vida animal, los osos y la ecología.
Fue en 1989, con 32 años, mientras hacía un viaje en moto por Alaska, que tuvo su epifanía: un encuentro con un oso grizzly. Se miraron a los ojos (el animal ve mirada directa como una agresión). Sin embargo, el oso caminó a su alrededor sin hacerle nada y se marchó.
Luego de esa experiencia extrema se prometió que no tocaría nunca más las drogas ni el alcohol en su vida. Comenzaría una nueva etapa. Así empezó su camino como activista, defensor de esos animales y de su medioambiente. Era un autodidacta que quería defenderlos de los cazadores furtivos.
Los medios de prensa se acercaron. Estaban intrigados por este hombre demasiado “amigo” de los peligrosos grizzly. Discovery Channel se interesó por lo que hacía y dieron sus Diarios Grizzly. En 1994 la revista People también publicó sobre él.
Timothy tuvo varias novias, pero fue con Jewel Palovak, a quien conoció trabajando en un restaurante en Santa Mónica, con quien escribió su libro en 1997: Entre grizzlys: viviendo con osos salvajes en Alaska.
Al mismo tiempo comenzó a viajar por los Estados Unidos hablando de sus experiencias con los osos a los niños, en charlas gratuitas. Y fundó con Jewel una asociación, Gente Grizzly, para defender a estos osos y preservar su hábitat.
Timothy se enfocó en filmar la mayor concentración de osos grizzly en el parque Katmai donde se calcula que hay unos 3000. Pero la imprudencia regía siempre su conducta rupturista de las normas y despertaba resquemores entre los guardaparques. El activista jugaba con los animales, los tocaba… Era muy fácil enterarse de lo que hacía porque todo lo filmaba: tenía más de cien horas grabadas con sus interacciones.
Les había ido perdiendo el miedo y sentía que, por fin, estaba haciendo algo que valía la pena.
Novia deportista y conducta disruptiva
Por su parte, Amie Lynn Huguenard era de Buffalo, una ciudad norteamericana en el límite con Canadá, donde había llegado al mundo el 23 de octubre de 1965. Con su familia vivió en Indiana y desde joven demostró tener interés por la ciencia y la vida al aire libre. Estudió en la universidad de Alabama. Su trabajo como asistente médica en Aurora, en el estado de Colorado, lo completaba con su amor por el deporte: escalar y el ciclismo eran sus pasiones.
Fue en 1996 que conoció a Timothy en un consultorio en Boulder, Colorado. Tiempo después asistió a una charla que él dió. En enero del año 2000 le escribió una carta y lo que empezó como una amistad terminó en una relación que duró seis años, hasta sus muertes.
En febrero del año 2001 Timothy fue invitado al show de David Letterman en la CBS.
A quien le preguntara él le explicaba: “Los grizzly son mal comprendidos. Ellos pueden matarte con un zarpazo. Pero, en realidad, son muy tímidos con la gente”.
El mismísimo Leonardo DiCaprio contribuyó con la fundación sin fines de lucro Gente Grizzly con 25 mil dólares y, entre los fans de Timothy, estaba también Pierce Brosnan. Varias compañías lo sponsoreaban y se estaba convirtiendo en un personaje. Pero su actitud desafiante de las reglas generaba polémicas. Muchos se quejaban de él. Los guardaparques del Katmai referían que no respetaba las normas mínimas de seguridad. De hecho, entre 1994 y 2003, había violado no menos de seis. Entre otras: guiar a turistas sin tener licencia apropiada; acampar durante más de cinco días en el mismo lugar; almacenar de manera incorrecta los alimentos; tener un generador portátil, algo que está prohibido; acampar demasiado cerca de los animales, entre otras. Por otro lado, se mostraba tan confiado que ni siquiera llevaba un spray de pimienta para su defensa personal como estaba recomendado. Timothy decía convencido que no le parecía bien rociar a los osos con eso. Tampoco usaba el cerco eléctrico que otros estudiosos de osos ponen alrededor de sus campamentos para evitar ser atacados.
Él jugaba con la muerte y ¡hasta había dicho que terminar muerto en sus manos sería un honor!
La superintendenta del Parque Katmai, Deb Liggett, le había dicho que si no respetaba las reglas iba a pedir que le prohibieran la entrada. Pero Timothy no se inmutó.
Amie se acostumbró a su novio aventurero y, si bien al principio le tenía pavor a esas enormes criaturas de 500 kilos, en las últimas temporadas se había convertido en una buena compañera para Timothy. Se terminó adaptando y empezó a verlos menos amenazantes y más dóciles.
El 31 de enero del año 2003, Amie renunció a su trabajo en Colorado. Había conseguido un puesto de asistente médica en el Cedars-Sinai Medical Center de Los Ángeles. Estaba feliz porque ahora podía mudarse a Malibú, en California, para vivir con Timothy. Así lo hizo. Era una nueva etapa.
La pequeña casa estaba cerca de Zuma Beach y era una de las pocas posesiones de Timothy, quien no tenía auto porque era claustrofóbico. Prefería andar en su moto Honda Magna a la que llamaba “la gran máquina roja”.
Se acercaba el verano del 2003 y Amie, a pesar de su fobia a las arañas que había en el parque y que no podía tirarles insecticida por orden estricta de Timothy, lo volvió a acompañar.
Comidos vivos
Ese tercer verano juntos siguieron cometiendo los mismos errores críticos del pasado. Timothy se acercaba demasiado y se convirtieron en presas fáciles para osos preparándose para hibernar.
Querían observarlos cazando salmones, pero ese verano los peces escaseaban. Los osos estaban más hambrientos que de costumbre y eso los volvió más violentos y agresivos que años anteriores. Timothy lo registró así en sus escritos, pero no tomó medidas.
El miércoles 1 de octubre Timothy describió en su diario una pelea entre dos osos por alimentos: “Los vi morderse, clavarse las garras y gruñirse. Eso hizo que todos mis miedos me inundaran otra vez”. En una carta que envió unos días antes había escrito: “algunos osos en esta área están más agresivos que de costumbre”.
El jueves 2 de octubre Amie garabateó que se había pasado un buen rato jugando con zorros bebé y que luego había andado con Timothy en bicicleta. Comentó que él estaba conmocionado porque había visto unos cazadores furtivos. El viernes 3 de octubre ella describió que la falta de comida para los osos era un tema de preocupación para Timothy: “no sé cómo tomaría Tim que uno de los pequeños osos se muriera de hambre (…) No puedo esperar a volver y tener una comida cocinada en casa. No extraño la locura de la gente alrededor, pero extraño mi casa”.
El sábado 4 fue un día soleado. Se dedicaron a observar a los osos pescando y jugando. Amie abrió su diario: “… estoy un poco preocupada, especialmente luego de ver la pelea del otro día. Todavía los amo. (…) Nos iremos en pocos días y necesitamos estar seguros que filmamos todo lo que necesitamos. Puedo ver la tristeza en los ojos de Tim cuando hablamos de irnos. Realmente él pertenece acá, esta es su casa. Es uno de ellos y los entiende.(…) A veces siento que él los quiere más que a mí y eso está okey para mí. Estos osos son su familia. Espero que pueda manejar la depresión de dejarlos luego de otro exitoso verano con ellos”.
El domingo 5 de octubre, el día previo a partir, Timothy llamó temprano a Willy Fulton para que los buscara pasado el mediodía del lunes 6. Luego, entre las 11 y las 12, hablaron con Jewel Palovak. La ex de Timothy era la directora del programa Gente Grizzly. Ellos no le revelaron a Jewel nada que indicara que tenían algún problema. Él le pidió que, por favor, llamara a la aerolínea para que él y Amie fueran en asientos contiguos durante el vuelo de regreso del 7 de octubre. Sin embargo, Amie había escrito en su diario: “Hay un sentimiento en el aire que me hace sentir, por alguna razón, un poco preocupada. Incluso Timothy lo está un poco…”.
No se equivocaba. Algo cambia esa noche en la reserva de 16500 km cuadrados.
En medio de la oscuridad, un macho enorme desesperado por alimentarse, se acerca al campamento. Ellos lo escuchan. Uno de los dos, no se sabe quién, enciende la videocámara, sin quitar la tapa del lente, que queda grabando audio sin imagen. Timothy y Amie están muy quietos. La lluvia golpea la tienda con su sonido rítmico. Timothy decide salir y enfrentar al oso como lo ha hecho otras veces, mueve sus brazos como para aparentar ser más grande de lo que es. Dentro de la carpa Amie escucha revuelo y le pregunta si el oso está allí todavía. De pronto, el animal ataca. Timothy dice que el oso lo está matando y que se lo lleva. Amie abre el cierre de su carpa y vocifera, a su vez, desesperada el protocolo para estos casos: “¡Hacete el muerto! ¡Hacete el muerto!”. Sus gritos distraen al oso que suelta por unos instantes a su presa. Cuando ella corre para intentar ayudar a Timothy, el oso vuelve y toma la cabeza de él entre sus mandíbulas y lo arrastra unos metros más. Ambos chillan. Ella le grita que se defienda; él le responde que lo golpee con algo. La lealtad Amie es total, no escapa. Golpea repetidamente con una sartén al oso mientras le grita: “¡Fueraaa! ¡Fueraaa!”
Timothy gime y le dice a su novia que está muriendo, que se vaya de ahí, que escape. Timothy todavía está consciente. Pero Amie no lo deja. El oso suelta su cabeza y lo agarra de las piernas. Sigue tirando de él hacia el bosque mientras jadea y ruge. En un momento, Timothy queda en silencio. Amie percibe que ahora está sola frente al animal salvaje quien vuelve por ella sin darle tiempo a nada. Comienza a gritar enloquecida. Sus alaridos que rasgan la paz nocturna del parque.
Se han cumplido seis minutos cuando todo acaba.
El caso a la pantalla
La película documental sobre su caso, Grizzly man (El hombre Grizzly), dirigida por el cineasta Werner Herzog en el año 2005, reconstruyó los últimos días de la pareja en el parque y recogió testimonios de sus conocidos. Fue el mismo Herzog quien le recomendó a Jewel Palovak destruir esa perturbadora cinta de audio y no escucharla jamás. También le dijo que evitara ver las fotos con las que habían documentado la escena.
Jewel le hizo caso en parte. No escuchó el audio, pero no lo destruyó. Trascendió que lo habría depositado en la caja de seguridad de un banco. Lo cierto es que acceder a versiones no confirmadas de dicho audio por YouTube resulta fácil. Aunque nadie tiene claro si ese audio es verdadero o falso. El original debería estar guardado bajo llave.
Los guardaparques se lo venían anticipando hacía años: lo que hacía lo ponía en riesgo extremo.
Timothy Treadwell no escuchó. Caminar por el borde era su adrenalina, algo inclaudicable. Hasta el día de hoy su figura resulta controversial entre los ecologistas.
Timothy decía en voz alta, cada vez que lo consultaban: “Moriría por estos animales. Nunca, nunca mataría un oso en defensa de mi propia vida”. Al escritor Davis Wallace, quien lo entrevistó antes de su última excursión, le dijo bromeando: “Nos veremos en octubre, cuando vuelva, si es que no muero ahí”.
Amie, por su parte, le había escrito a un amigo intentando explicar la pasión y la conducta de su novio: “Tim moriría si eso significara que los osos pudieran vivir…”. No pensó nunca que esta justificación de la actitud temeraria de Timothy le jugaría en contra. Ni que ella terminaría, con su novio, convertida en carne fresca para uno de los mamíferos más poderosos del planeta, una noche de otoño, en la lejana Alaska.