La dignidad es uno de los valores fundamentales de la humanidad, característica que buscamos y admiramos en los demás. Condición que permite sentirnos valorados, respetados, que otorga sentido de identidad y propósito. Sin embargo, en ocasiones, es un concepto que se malinterpreta o utiliza con ligereza. Existe una gran diferencia, un abismo, entre aparentar tener dignidad y realmente ser digno.
Cualidad que se basa en la autoestima y el respeto; forma en que nos juzgamos como seres humanos. Una persona digna es aquella que se respeta a sí misma y a los demás; se comporta con ética, actúa con integridad y honestidad, tiene moral sólida, busca siempre hacer lo correcto, es capaz de defender valores y principios, incluso si eso significa hacer sacrificios.
La verdadera dignidad no puede ser falsificada y aparentarla es engañoso. Un modo de ocultar verdaderas intenciones o acciones. Proceder contrahecho que busca impresionar o manipular, y encubre debilidades, errores, mostrando una imagen ilusoria e imaginaria, sin respaldo de una conducta digna.
En la sociedad actual, es fácil sucumbir a la tentación del fraude por aparentar dignidad en lugar de ser verdaderamente digno. Vivimos en un mundo que juzga resuelto por riqueza, apariencia y estatus social. El apremio por ser aceptados y bienquistos, conduce a adoptar comportamientos frívolos y deshonestos. Por ejemplo, vestir con ropa de marca y refinada, hablar con tono de voz elegante y utilizar un vocabulario distinguido, sin respeto ni consideración hacia los demás; entonces, la aparente dignidad carece de valor.
Es, por tanto, una cuestión de autenticidad y coherencia; ser fiel a nosotros y nuestras convicciones, aun desafiando la adversidad y los obstáculos. Es vivir con integridad y vínculo, independiente de las circunstancias externas. La dignidad no se compra ni se finge. No se obtiene por patrimonio, estatura social o apariencia física. Se construye día a día, en acciones y decisiones. Por desgracia, hoy, se valora más el aspecto que la esencia y el atributo, atormentados por lo que los demás piensan, que por su propia entereza. De allí, lo fácil de rendirse al estímulo que induce aparentar dignidad sin realmente poseerla.
La verdadera, se manifiesta en el quehacer cotidiano, en la forma en que tratamos y nos relacionamos con el mundo, disfrutando una vida auténtica y coherente, permitiéndonos enfrentar desafíos de la vida con integridad y fortaleza. Una persona digna es la que se preocupa y respeta la diversidad, tiene un fuerte sentido de responsabilidad social, dispuesta a luchar por sus principios y valores, incluso si eso significa ir en contra de la corriente, y asumir riesgos.
Cuando se finge, no solo es engañosa, también es dañina. Dignidad sin tenerla, es mentir a los demás y a sí mismo. Embuste, que, al descubrirse, lleva a perder la reputación y credibilidad. Un comportamiento que genera desconfianza y desilusión.
La dignidad es una cualidad esencial, y es importante distinguir entre dar a entender y tener. Se construye, suponerla es falaz y embaucador. Cultivar nuestra dignidad interior es transcendental. Al final del día, lo que interesa es cómo nos valoramos y alternamos con los demás.
@ArmandoMartini