Atrás quedó el abrazo de mamá, un abrazo que no se sabe cuándo se repetirá. Las salidas de fin de semana a la discoteca con las amigas, el pupitre y el salón que fueron testigos de exposiciones, chistes y hasta bailes para TikTok. Atrás quedó gente querida y el anhelo de reencontrarse algún día.
Pableysa Ostos // Corresponsalía lapatilla.com
Las redes sociales no te preparan para todo lo que realmente vives a la hora de emigrar desde Venezuela hasta Estados Unidos. Nadie te prepara mental ni físicamente para todo lo que debes enfrentarte.
Una guayanesa nos relata su travesía para llegar a suelo americano, en busca ya no solo de un sueño, sino de calidad de vida y un mejor futuro.
María (nombre ficticio) antes de tomar la decisión de emigrar, trabajó por varios años en una tienda. Antes de irse, estuvo laborando en el emprendimiento de su hermano y estudiando el segundo semestre de Administración de Empresas, pero la situación económica y la crisis del país fueron hundiendo su estilo de vida.
“Yo estaba evaluando la posibilidad, porque mi sueldo no me daba. En Puerto Ordaz uno sobrevive, no vive. La educación está muy por debajo, yo tuve que pagar 400 dólares para iniciar el segundo semestre, dinero que no teníamos, el cual literalmente parimos”, relató.
Había tres opciones: hace unos meses estaba la de irse a Brasil junto a una prima, pero en ese momento no poseía los recursos para ese viaje. “Yo iba evaluar todas las posibilidades. Para ese momento, mi abuela se había ido España, mi papá ya estaba en Brasil y estaba la opción de mi tío en Estados Unidos”.
“Yo se lo había comentado a mi mamá que, dependiendo de las posibilidades que me salieran, iba a tomar la decisión de irme. Mi abuela se va un lunes, recuerdo, y ese mismo día me llama mi tío para ofrecerme una posibilidad. Y dije: no la voy a desaprovechar, no evalué pro y contras. Mi tío me dijo ‘va ser rudo, yo no pase por eso, pero sé que es rudo’. Me relató parte de lo que pasaría y al final dejó todo a mi elección”.
María no tuvo mucho tiempo para planificar el viaje hacia Estados Unidos. En menos de dos semanas, organizó todo para emigrar. Una travesía que duró más de un mes. María partió de Ciudad Guayana el 9 de marzo con destino a San Antonio de Táchira, frontera con Colombia, llevando consigo un bolso y un koala.
“Yo salí de Puerto Ordaz con lo que llevaba puesto: un biker short y dos licras, más dos franelas. Terminé botando todo, porque me lastimaban las piernas. ¿Sabes el conjunto que me regalaste el año pasado para mi cumpleaños? Bueno, ese fue el que utilice en el viaje. Cuando llegué a Panamá, me compré ropa, llevaba dos bolsos y me quedé con un mini koala”, detalló.
La travesía
María hasta ese momento nunca había salido del país. Se fue de Venezuela solo con su cédula, porque por su cabeza nunca pasó que la primera vez que saldría de su tierra natal sería de esta manera. El pasaje desde Ciudad Guayana con destino a San Antonio de Táchira, costó unos 65 dólares, y el viaje duró como 3 días. Luego los trasladaron a Cúcuta.
“En Cúcuta tuvimos que agarrar un bus que nos llevara al terminal. En el terminal agarramos otro bus que nos llevara a Medellín. Ese pasaje costó unos 22 dólares, y el viaje fue de un día. De Medellín fuimos a Necoclí, ese viaje también duró un día y costó 21 dólares”.
“Dormimos en Necoclí. Ahí nos recibieron en una casa, donde dormimos una noche. Ahí pagamos 310 dólares (incluía el transporte hacia la lancha, el guía y un almuerzo). Nos llevaron a agarrar la lancha y allí pasamos aproximadamente dos horas para llegar a Acandí (todo es comandado por colombianos). Acandí es la selva pasa subir hacia la frontera de Colombia con Panamá. La gente te trata bien, muchas veces lo que publican en redes puede ser algo errado, pero de verdad a nosotros nos trataron súper bien”, explica la joven de 19 años, quien iba en compañía de su primo y otras 10 personas, entre esas una mujer que viajaba con sus tres hijos de 1, 5 y 11 años de edad, todos salieron desde Puerto Ordaz.
María detalló que en Acandí hay distintos campamentos: al primero que llegaron, les detallaron las reglas a seguir y les sugirieron comprar pan y atún, que es lo que menos pesa para el viaje, pero también recomiendan sopas Maruchan (instantáneas) que son más livianas y fáciles de llevar en el camino, aparte que proporciona más de fuerza al cuerpo.
“Mi primo y yo compramos 14 atunes y 3 bolsas de panes. Lo recomendable son 7 atunes por persona para ese viaje. De ahí nos llevan a un segundo campamento. En Acandí debes comprar tu colchoneta y tu carpa, eso sale en unos 20 dólares”. Explicó que a ese segundo campamento llegaron en moto, la cual tiene un costo de 25 dólares. Allí pernoctaron para al día siguiente ingresar a la selva del Darién.
“Ahí ya no tienes señal, pero hay negocios que te dan una hora de Wifi por un dólar. También te dan para cargar tu teléfono a un dólar. Hay un río en el que te puedes bañar, porque no hay duchas, ni nada de eso”, explicó.
La selva
María y el grupo de personas con el que salió de Puerto Ordaz, a quienes fue conociendo durante la travesía, se levantaron a eso de las 3:00 de la mañana, porque a las 5:00 el guía los buscaría para entrar a la selva.
“El guía te permite que otros te lleven los bolsos, que son los caleteros y eso tiene un costo adicional. Yo llevaba dos bolsos: un koala y el de espalda. Por cargar con mi bolso me cobraron 25 dólares, desde ese campamento hasta la cima de la frontera con Panamá y Colombia. Esos caleteros juegan mucho con tu mente para que los contrates. Empiezan diciendo ‘mira te veo que vas caminando mal, dame para cargarte el bolso’. Nosotros salimos a eso de las 6:00 de la mañana y a la 1:30 de la tarde ya estábamos en la frontera Colombia-Panamá”, comentó María.
Al entrar en la selva, se consiguieron cuatro campamentos en los cuales se puede descansar, comer o simplemente seguir. “Descansas en el cuarto campamento al cual llegas a las 11:00 de la mañana, dependiendo de la rapidez con la que vayas caminando. Ellos recomiendan que camines 3 o 4 horas seguidas y descansar 30 minutos. Recomiendan llegar antes de las 3:00 de la tarde, al último punto, porque eso lo cierran”.
En el cuarto campamento, los preparan para subir unas lomas. Cada loma es de unos 200 escalones. “Cuando vas, cada vez que vas subiendo, más alto se hace, y debes tener toda la fuerza para poder subir esas escaleras, que son de tierras. Ves a la derecha y hay un precipicio; ves a la izquierda y hay otro precipicio. Debes llevar la fuerza necesaria y alguien que te pueda guiar, porque hay mucha gente en el camino, pero tienes que ir con cuidado. El consejo es caminar mirando hacia abajo, porque si caminas mirando hacia arriba te cansas”.
“Subir esas lomas no es nada fácil, hay todo tipo de personas. Mujeres embarazadas, niños, es arrecho ver cómo personas con sus hijos recién nacidos pasan esa selva, no sé cómo explicarte eso. Salimos de Puerto Ordaz un grupo de aproximadamente 10 personas y todos nos ayudamos, solo éramos 3 mujeres. Ellos ayudaban mucho. Si tú vas a tomar este viaje, lo mejor es hacerlo acompañada porque sola se hace más rudo”, recordó María.
Detalla que tras subir la loma llegaron a donde dice frontera Panamá-Colombia, “hasta ahí te acompañan los guías. Hasta ahí ellos pueden acompañarte porque cuando empiezas a bajar a la selva hacia Panamá, no dejan que los guías colombianos entren a su zona. Entonces ahí tú empiezas a bajar solo”.
“Dicen que lo difícil es la subida, pero para nosotros lo más arrecho fue la bajada. Nosotros empezamos a bajar estando lloviendo y cuando llueve es muy rudo, porque todo está empantanado. ¡Es horrible! Nosotros en la selva duramos dos días y medio. Mi recomendación es que cuando empieces a bajar, no te detengas. Al bajar hay un río, te bañas, y tienes que seguir. En el camino te orientas, porque ya los haitianos han hecho el camino en esa selva y te guían dejando bolsas azules o algo azul que te indica que el camino es por ahí. Nos íbamos guiando con las bolsas azules hasta que llegamos a un primer campamento, que es de la Guardia Panameña. Ahí tú puedes descansar, y no te va a pasar nada. Pero al irte, debes dejar todo limpio. No piden colaboración para resguardarse en ese campamento”, detalló María.
Los cadáveres
Lo que implementó el grupo en el que iba María fue irse río abajo. “Si te metes por la selva como tal, te pueden agarrar los paramilitares. Gracias a Dios a nosotros no nos pasó nada, porque cuando sales de la selva, empiezas a escuchar esos cuentos de personas que robaron, que violaron, que mataron al esposo, que el esposo se cayó”.
En su vida, María solo había visto cadáveres en fotos y vídeos que circulan en redes sociales, pero en persona, nunca, hasta ese día que estuvo dentro de la selva. “Llegué a ver un muerto, no lo vi completo, solo le vi la mano, porque el resto del cuerpo estaba completamente tapado. Había muchas carpas, y cuando las abrían, adentro había personas muertas. No vi ningún animal, solo una ardilla, nada de leones”.
“Después que salimos del campamento, caminamos hasta las 6:00 de la tarde, y nuestras pausas eran en el desayuno como a las 9:00 de la mañana y eran 30 minutos nada más. El almuerzo era como a la 1:00 de la tarde. Y la cena cuando ya decidimos dónde nos íbamos a quedar. Hicimos el campamento a orillas de un río”, describió la joven.
Luego llegaron donde unos indios panameños, a los cuales le pagan para que en las curiaras los lleven a Bajo Chiquito. Ella lo describe como una “mini ONU”. Ahí los reciben y toman todos tus datos. “Descansas esa noche para seguir al otro día a la ONU de Panamá. Esa curiara fue 20 dólares, pero sentimos que es el mayor robo de nuestras vidas, porque todos los hombres se tenían que bajar. Como el río está bajo, ellos tenían que bajarse para empujar la piragua”.
“Ese viaje es como de dos horas. Te toman tus datos, una foto y te dan un ticket, el cual lo tienes que utilizar para poder irte al otro día en la mañana. Te paras a eso de las 4:00 o 5:00 de la mañana para hacer la cola y no te deje la curiara. Ese día nos tocó el 600 y pico. Ese pequeño pueblo te vende de todo: ropa, comida, pero lo único que no te venden es cerveza, porque está prohibido venderla a los emigrantes”, sumó.
Unos 7,1 millones de venezolanos (cerca de un 20 % de la población nacional) viven actualmente como migrantes o refugiados en distintas partes del mundo, de acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas, correspondientes a septiembre de 2022.
Desde el inicio de la crisis migratoria, la mayor parte de los venezolanos que decidieron buscarse la vida en el extranjero se han dirigido a otros países de América Latina y el Caribe: unos 5,96 millones. Se estima que hay casi 2,5 millones de venezolanos en Colombia, 1,5 millones en Perú, 500 mil en Ecuador y 450 mil en Chile, señala un reportaje de la BBC.
En una segunda entrega, seguiremos detallando la travesía de la joven de 19 años que salió desde Ciudad Guayana junto a su primo, teniendo como destino Estados Unidos.