Enrique Prieto Silva: ¿Fueron locuras revolucionarias?

En julio de 2004 publicamos un artículo que hoy nos llama a la reflexión y al recuerdo. Entonces celebrábamos cincuenta años de haber ingresado a las FFAANN. Era la época de Pérez Jiménez. Su último quinquenio, que nadie se atrevería de llamar revolucionario, a pesar de haberse iniciado con los “revolucionarios de octubre” (1945), derrocados luego en el 48’, a pesar de haber sido AD el grupo de apoyo solicitado por el TC. No, no eran el PPT, ni el MAS ni otros de los que iniciaron campaña en la presente “revolución”; sin embargo nos viene a la mente hoy este recuerdo porque pareciera que la historia se repite. En realidad, no es la historia sino las quijotescas acciones de quienes siempre deambulan cabalgando en la lontananza esperando “el milagro”. Es lo mismo que siempre escuchamos de quienes se aventuran a querer narrar la historia. 

Entonces dijimos que habíamos vivido la escalada militar de 1951-52, cuando los militares, fuera de sus cuarteles aupaban el proceso eleccionario del FEI y, a pesar del poder, por ser gobierno, manipulaban con los recursos del Estado los incipientes procesos eleccionarios; siempre con la mente puesta en el fraude, que al final se consumó en el ¿conteo? de los votos. No existían: ni el Plan República, ni las máquinas ni las cazahuellas, tampoco el “imparcial” CNE de hoy, pero eran los militares quienes manejaban “apolíticamente” el proceso. Era una República rural, mediatizada e ignorante, poco informada por la escasez y rudimentarios medios. Poco se leía la prensa controlada y censurada por el régimen, más se leían los panfletos y pasquines, como hoy nos aturdimos con el WhatApps; pero, como hoy, el hambre del pueblo era mala consejera y había que apoyar al gobierno para mantener el “camburcito”, el zinc y los bloques para el rancho con fin soñado de cambiar el de bahareque. Resultó la trampa y Jóvito Villalba tuvo que abandonar el país para dar campo al “ganador”, el del continuismo.

Fue lamentable, pero nuestra juventud no atinaba a entender que era lo bueno. No existían los saraos ni las batallas de hoy, pero el nacionalismo militarista se cumplía con la “Semana de la Patria” y la reunión de los excedentes para el desfile militar. Era un militarismo de uniformes y desfiles, distinto al de hoy, que es la invasión de todos los espacios durante todo el tiempo, atentos a los constitucionales mal llamados servicios militar y civil para el desarrollo. Algo si había en común, la conchupancia de empresarios, que, bajo la égida del apoyo al “proceso”, permitían la discriminación de tirios y troyanos que no formaran parte o no estuvieran de acuerdo con la “revolución”. Sin parodiar, dijimos que eran los mismos golpistas y saboteadores enmascarados de nacionalistas y luchadores del pueblo; lamentablemente hoy, con la perdida de la política real, surgió un pancismo torpe radicado en todo el mundo que no quiere entender que todo cambio; y que llevamos más de 15 años creyendo que vendrá el Mesías, pero por fortuna, pareciera que la sindéresis entendió que hay que intentar el cabio con el voto.





¿Pero que hay de malo en la institución militar? ¿Es cierto que se corrompieron en los trillados 40 años y hoy tratan de unirse al pueblo? Son locuras revolucionarias. Todo lo contrario. Hasta 1958, Venezuela marchó con dos rumbos, el cívico y el militar, donde este último se eternizaba hacia el ejercicio del poder, en manos de pocos mandos militares. No era un gobierno militar, sino un gobierno en nombre de los militares, donde estos no mandaban sino que usufructuaban beneficios acuartelados y controlados por la policía política. Estaban mediatizados por el control apolítico, pero no castrados. Surge así la incursión y capacitación de la oficialidad en los ejércitos más avanzados y de trayectoria en el mundo, de lo que les queda la visión y el deseo por la democracia. 

Vieron entonces los militares la incompatibilidad del militar moderno con el “gobiernero” que imperaba en el país,  a pesar de la generalidad gubernamental en América Latina. Como corolario, se crece el militar de entonces y da el ejemplo para iniciar los gobiernos democráticos. El resultado es historia, pero es meritorio reconocer que, iniciado el gobierno democrático surgido de la voluntad popular, los militares siguieron acuartelados con una idea clara de su misión y, en lugar de retroceder, se vuelcan al mundo para obtener mas conocimientos en las diferentes ciencias que sirven de base a la militar y plenan las universidades nacionales y extranjeras, para asimilar más conocimientos y disciplinas reforzadoras de la democracia. 

Fue la forma de acrisolar soles y laureles y, a cambio de las batallas, la intriga y el odio, privaron el mérito, el prestigio y la honradez. El verdadero profesional militar cristalizaba sus ideales con el orgullo de una carrera digna y gloriosa, sin dejar de reconocer que era un estoicismo donde algunos, muy pocos, solo veían el lucro sin importarles el metalicismo. Hoy los revolucionarios tienen la fortuna que tuvieron los jerarcas del comunismo con el negro-gris del mármol, Mientras mas revolucionarios mas oro, mas laureles y mas soles y estrellas. Para ellos, no importan la dignidad, ni el orgullo. Todo se compra, aunque sea con dinero de la corrupción.

Esto también es historia, pero es bueno recordarlo a los actores militares de hoy, quienes creen que con Chávez y los revolucionarios del PPT y el MVR fue descubierta el agua tibia y, en lugar de mantener y mejorar el diseño del militar venezolano, moderno y científico, lo han transformado en un chirimbolo y mequetrefe, con muchos soles y uniformes pero con poca luz ideológica. No hay dudas, no retroceden porque tienen miedo a la secuencia y no corren porque saben que van al vacío. ¿Locuras revolucionarias? 

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