John Milton, poeta y hombre de letras, es mejor conocido por su poema El Paraíso Perdido, de 1667. Pero es la Areopagítica de Milton (1644), la que se destaca como la defensa más sincera e influyente de libertad de expresión y de prensa. La influencia de Milton es evidente en la Constitución de Estados Unidos, y la Corte Suprema ha citado la Areopagítica en varias decisiones respaldando la libertad de expresión.
Milton desarrolló argumentos que más tarde serían utilizados por los defensores de la prensa libre. En Areopagítica, Milton advierte que amenazar con censurar algo antes de ser publicado interferiría con la búsqueda de la verdad. Argumentó enérgicamente contra una ordenanza que exigía que los autores tuvieran una licencia del gobierno antes de publicar sus obras. Y sostuvo que “la libertad de conocer, pronunciarse y discutir libremente según la conciencia está sobre todas las libertades”.
En nuestros tiempos, el Índice de Libertad Mundial, compilado por Reporteros sin Frontera, evalúa cada año el estado del periodismo en 180 territorios. Su informe de 2019 muestra que solo el 8 % de los países evaluados pueden clasificarse con una “buena” situación de libertad de prensa, seguidos por el 16 % “satisfactoria”, el 37 % “problemática”, el 29 % “difícil” y el 11 % como “muy grave”. Solo el 24 % de los países califican como buenos o satisfactorios, una disminución de dos puntos porcentuales respecto a 2018.
Noruega, Suecia, los Países Bajos, Finlandia y Suiza ocupan los cinco primeros lugares, con Estados Unidos retrocediendo tres lugares hacia el puesto 48. En las américas, Jamaica posee la tasa mas alta y Cuba la más baja, con la posición número 169.
Otro informe, La Libertad de prensa compilado por Freedom House, revela un patrón similar. Solo el 13 % de la población mundial goza de una prensa libre; la libertad de prensa mundial ha disminuido a su punto más bajo en 13 años.
No sorprende que los regímenes autoritarios-totalitarios como Rusia, China, Corea del Norte, Cuba y otros continúen teniendo control sobre los medios nacionales. Lo más preocupante es que los políticos de países democráticos minen los medios tradicionales ejerciendo influencia sobre las emisoras públicas.
Por ejemplo, los gobiernos de Viktor Orbán en Hungría y de Aleksandar Vucic en Serbia, consolidaron la propiedad de los medios de comunicación en manos de sus compinches. En Hungría, casi el 80 por ciento de los medios son propiedad de aliados del gobierno.
En los Estados Unidos es conocida la guerra del presidente Trump contra los medios. Pero consideremos a continuación una lista de pronunciamientos de otros líderes elegidos democráticamente, según Freedom House:
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía: “Deberían conocer su lugar…mujeres militantes desvergonzadas disfrazadas de periodistas”.
Jacob Zuma, presidente de Sudáfrica: “He discutido con [los medios] ellos que nunca fueron elegidos, nosotros fuimos elegidos y podemos afirmar que representamos al pueblo”.
Roberto Fico, primer ministro de Eslovaquia: “Algunos de ustedes [periodistas] son prostitutas sucias y anti eslovacas”.
Jaroslaw Kaczynski, quien se desempeñó como primer ministro de Polonia, afirmó que el periódico más grande de Polonia estaba “en contra de la noción misma de la nación”.
Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, ha utilizado su página de Facebook para atacar a periodistas de investigación y ha sido acusado de pactar con los propietarios de los medios para recibir una cobertura favorable.
El presidente de Filipinas, Rodrigo Duarte, ha proferido insultos y amenazas de muerte contra periodistas.
Esta no es una lista de declaraciones de dictadores, sino de líderes elegidos democráticamente que piensan que los ciudadanos no son capaces de utilizar su razón para distinguir el periodismo bueno del malo.
Un principio esencial de la democracia es que cuando las personas discuten abiertamente, prevalecerán los mejores argumentos. Como John Milton alegó, debemos tener acceso ilimitado a las ideas de nuestros conciudadanos en “un encuentro libre y abierto”. Para seguir siendo viables, las democracias deben promover un mercado de ideas, asegurando que la libertad de prensa no se convierta en el paraíso perdido de las democracias.