Si la palabra “Rosebud” pudo sintetizar la vida del magnate Charles Foster Kane en la película “El Ciudadano” de Orson Welles, “Rosengard”, el barrio marginal en el que fue criado, en Malmoe, podría ser la que resumiría el secreto del notable éxito de Zlatan Ibrahimovic, quien cree que aquello que padeció en su niñez fue determinante para todo lo que consiguió después: ser considerado uno de los mejores jugadores del mundo de los últimos años, campeón en cuatro de las cinco ligas más importantes de Europa, y símbolo del fútbol sueco.
Por infobae.com
Ibrahimovic, extrovertido y siempre con declaraciones altisonantes, suele aceptar que de él puede emerger la jugada más talentosa como, repentinamente, un cabezazo a un rival. A los 41 años decidió ponerle punto final a su carrera futbolística, perseguido por las lesiones. El Milan, su último club, le dedicó un homenaje a la altura de su leyenda.
Ibrahimovic nació el 3 de octubre de 1981 en Malmoe y se crió en el barrio marginal de Rosengard, en el que vive un alto porcentaje de inmigrantes, muchos de ellos provenientes de Europa oriental. Su padre, Sefik, albañil y encargado de mantenimiento, es de origen bosnio-musulmán y emigró a Suecia en 1977, mientras que su madre, Jurka Gravic, católica croata de ascendencia albanesa, llegó en la misma condición. Se conocieron en Suecia.
Las condiciones socioeconómicas durante su infancia fueron muy duras y lo marcaron, desde una baja estatura, nariz larga y un ceceo que determinó que se sintiera humillado por el entorno al punto de necesitar un tratamiento con una foniatra, hasta el acostumbramiento al permanente robo de bicicletas (especialmente por las noches) desde que alguien le quitó la suya, una BMX heredada de su hermanastro Sapko (nacido en Bosnia en 1973) a la que llamaba “Fido Dido” (dibujo animado de un chico terrible con los pelos de punta). Ni su padre, casi siempre desinteresado, que acudió arremangado y con la camisa abierta para ayudarlo, logró que se la devolvieran.
Llegó a tener serios problemas por los robos. En una oportunidad, entró con un amigo a una de las grandes tiendas “Wessels”, ambos vestidos con anoraks en pleno verano y los descubrieron robándose varias paletas de ping pong. “Acabé siendo un pequeño diablillo muy hábil”, relató años más tarde. “Siempre me preguntan qué habría hecho de no ser futbolista y no tengo ni idea. Quizá habría acabado siendo un delincuente”.
“En mi casa –a la que había que subir en cuatro tramos de escaleras- no nos dábamos abrazos ni ese tipo de cosas. Nadie preguntaba ‘¿qué tal te ha ido en el día, Zlatan?’. Eso no existía. No había ningún adulto que ayudara con los deberes o que preguntara por los problemas que pudiéramos tener. Había que enfrentarse a las cosas solo. Si alguien te trataba con crueldad, no valía lloriquear. Había que apretar los dientes. Reinaba el caos, peleas y recibí una buena cantidad de tortazos. Mi madre no tenía tiempo para nada. Era limpiadora en casas, una auténtica luchadora y se dejaba la piel en el trabajo y lloraba mucho y, a veces, la acompañábamos a vaciar papeleras para ganarnos una propina. Yo la quería, aunque nos solía pegar con una cuchara de madera tanto a mí como a mi hermana Sanela (dos años mayor, una chica dura y que pintaba para gran atleta por lo que corría y mi padre presumía de ella como un pavo real”)”, escribió en su libro biográfico “Soy Zlatan”.
Recuerda de su casa que “éramos un montón, incluidas mis hermanastras –- consumían drogas duras y las escondían en la casa– que un día desaparecieron de la familia y rompieron todo contacto con nosotros, y luego nació Alecsandar (1986), y comíamos fideos con ketchup o en casa de mi tía Hanife, que vivía en el mismo edificio”. Sus padres se habían separado cuando él tenía dos años –se casaron porque él necesitaba un permiso de trabajo- y vivían con la madre. Al padre lo veían cada dos fines de semana “y ese era el momento divertido”. Finalmente, los servicios sociales determinaron que se quedara con la custodia de sus hijos y eso desató un drama familiar hasta que ambas parten aceptaron que su madre tuviera la chance de verlos cada tanto hasta que Sanela –hoy es peluquera- se quedó con ella y él, con su padre, en 1991.
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