El mundo pudo haber sido otro si ese discurso hubiese sido escuchado, seguido y profundizado. Pero no lo fue. Como dejó escrito en sus memorias Ted Sorensen, uno de los hombres que lo diseñó y ayudó a escribir como speechwriter del presidente de Estados Unidos John Kennedy: “Decirlo no quiere decir hacerlo. Un discurso puede conmover el corazón de los hombres al describir lo que debería ser; pero rara vez un discurso por sí solo puede cambiar el destino y determinar o cambiar lo que es y lo que será. Un discurso no tiene fuerza de ley.”
Por Infobae
El otro responsable de aquellas frases memorables dichas en la Universidad Americana de Washington el 10 de junio de 1963, hace sesenta años, fue quien las pronunció, el propio Kennedy, que sabía lo que encerraban sus palabras y lo que esas palabras podían significar. Un discurso no cambia el mundo pero éste, que terminó por ser conocido como “El Discurso de la Paz”, pudo evitar décadas de sangre, el final de la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética en ese entonces en manos de Nikita Khrushchev; pudo poner fin o limitar la carrera armamentista; el continente americano por entero pudo haber gozado de mayor paz y, tal vez, de mayor bienestar económico, liberado de guerras civiles, larvadas o manifiestas, de guerrillas y de terrorismo de Estado
En un insólito, inesperado llamado a la paz, Kennedy sugirió un nuevo tipo de relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética que permitiera poner fin a la Guerra Fría. Esa Guerra Fría tardó casi cuarenta años en menguar sus peligros, hasta la irrupción de Vladimir Putin y sus muchachos. Kennedy, que a la luz del después, fue un gran estadista, pidió a los ciudadanos americanos, y en especial a los políticos de su país, que cambiaran su manera de ver a la URSS. Invitó a la autocrítica y a reconocer incluso méritos en la potencia rival. Como esperaba, sus palabras provocaron un cimbronazo en Estados Unidos y aún en la URSS, porque además, proponía un cese de pruebas nucleares en todo el mundo.
Kennedy araba en el mar. Cinco meses después de sus palabras a las que llamó “Una Estrategia para la Paz” Kennedy yacía con la cabeza destrozada a balazos en una camilla del Parkland Hospital de Dallas, Texas.
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