El pasado 18 de junio, el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken, aterrizó en Pekín para sostener la primera reunión entre cancilleres de EE.UU. y China en territorio chino en 5 años. Inmediatamente cabe destacar que, al bajarse del avión, Antony Blinken fue recibido por solo tres oficiales del Gobierno chino, y solo uno de ellos era un alto funcionario (notablemente distinto de visitas previas, como la de Mike Pompeo en octubre de 2018, en la que la recepción la dio una delegación que incluía al menos tres altos funcionarios).
Durante el primer día de su visita, Blinken se reunió con su homólogo, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores Qin Gang. Blinken calificó de “substantiva, cándida y constructiva” la reunión y cena de más de siete horas que sostuvo con Qin Gang. Recordemos que la cita entre los diplomáticos de EE.UU. y China había sido pactada para febrero de este año, pero fue abruptamente cancelada cuando el globo espía chino fue avistado sobrevolando EE.UU.
El segundo día del viaje vio a la delegación de EE.UU. reunirse con su contraparte china en el Gran Salón del Pueblo. La imagen presentada al mundo, nuevamente, fue muy distinta a la mostrada en la mencionada visita de Mike Pompeo, quien se reunió uno a uno, y sentado directamente al lado, con Xi Jinping. Esta vez, Xi se sentó a la cabeza y por encima de las dos delegaciones diplomáticas, alejado de Blinken y sus secuaces. El emperador y sus súbditos. Al final del gélido encuentro, Blinken y Xi se reunieron por 35 minutos, se dieron la mano y se tomaron la foto que la ocasión obligaba. A pesar de la larga lista de temas a resolver entre ambas super potencias (como son la crisis del fentanilo en EE.UU., las tensiones militares en el estrecho de Taiwán, la guerra en Ucrania, etc.), ambos gobiernos estuvieron complacidos con que la reunión por lo menos ocurrió y se dio con las cordialidades diplomáticas esperadas. Medios de occidente celebraron y respiraron con alivio al ver que el encuentro demostró una voluntad mutua de aliviar las tensiones que mantienen al mundo y sus mercados en vela. Es más, tras el encuentro se especuló que Biden y Xi se reunirían en noviembre en San Francisco, EE.UU., en el marco del Foro de Cooperación de Asia Pacífico, conocido como APEC.
Menos de 48 horas después, el presidente Joe Biden calificó a Xi Jinping de dictador e incluso se burló de que el presidente de China no tiene control de sus fuerzas armadas (sugiriendo que el incidente con el globo espía chino no fue ordenado por Xi, sino por el Ejército de Liberación Nacional y su desenlace fue un producto de un error y no de intenciones bélicas). Lo que queda evidenciado en este nuevo capítulo en la surreal y trágica novela del nacimiento del nuevo orden mundial, es, por un lado, que el Partido Comunista de China (PCC) solo cumple con las formalidades diplomáticas necesarias, pero mantiene su objetivo de convertirse en detentador de la hegemonía mundial; y, por el otro, que el liderazgo de EE.UU. es impredecible, indisciplinado, pero, sobre todo, está decidido a contener la expansión de China. La falta de apego a las normas y los liderazgos burdos demostrados por ambas superpotencias son una receta perfecta para el conflicto.
Expansión de China
Para aquellos que son apologistas del PCC y su actuar en el escenario internacional, recordemos que en el último mes el régimen de Pekín ha unilateralmente provocado tensiones militares con EE.UU. El 28 de mayo un caza chino tipo J-16 obligó a un RC-135 de la Fuerza Aérea de EE.UU. a atravesar su jetstream, causando peligrosas turbulencias a la aeronave de inteligencia estadounidense. El 3 de junio, en el estrecho de Taiwán, un destructor chino se atravesó en el camino del destructor americano USS Chung-Hoon, que tuvo que virar de emergencia para evitar una colisión. Las embarcaciones estuvieron a 140 metros de chocar. Ambos incidentes ocurrieron en aguas y espacio aéreo internacional. Y en ambas ocasiones, Xi y su gobierno se rehusaron a abrir comunicaciones con sus homólogos para subsanar tensiones que fácilmente pudieron resultar en un conflicto armado. Recordemos que en 2001 un caza chino tipo J-811 colisionó con un avión de inteligencia de EE.UU. tipo EP-3E ARIES II, en una acción similar a la de mayo de este año. Sin embargo, en 2001 un piloto chino murió. La gran diferencia fue que la Administración Bush, en su momento, hizo todo por aliviar las tensiones, incluso canceló todos los vuelos de inteligencia en la zona, para apaciguar a Pekín.
Adicionalmente, en mayo de este año, la Administración Biden reveló que China mantiene una base de inteligencia en Cuba desde 2019, y este mes de junio se supo, a través de un reportaje de The Washington Post, que el PCC ya firmó o está por firmar un acuerdo con el régimen de La Habana para establecer campos de entrenamiento militar a 100 km de EE.UU.
El PCC, bajo el liderazgo de Xi Jinping, ha demostrado consistentemente y explícitamente que no está interesado en competir con EE.UU. y occidente, sino vencerlos y convertirse en el titular de la hegemonía del sistema mundial.
EE.UU. y U.E.
Y para aquellos que mantienen que EE.UU. y sus aliados son los “buenos” de esta novela, es necesario también recordar el historial reciente. En marzo, el Reino Unido, EE.UU. y Australia anunciaron nuevos avances en la alianza de seguridad conocida como AUKUS. En primer lugar, submarinos nucleares de EE.UU. y el Reino Unido iniciarán giras constantes por Australia, para entrenar a sus marinos a operar estas poderosas naves. El Gobierno de Australia construirá astilleros y puertos para acomodar y ofrecer mantenimiento a las flotas americana y británica. Para 2030, Australia adquirirá submarinos nucleares de EE.UU. y, a finales de esa década, el país indo-pacifico recibirá la transferencia tecnológica para construir su propia flota nuclear. En resumen, en menos de dos décadas, Australia tendrá una flota de submarinos nucleares de última tecnología, para desplegar en el mismo teatro de combate que China.
En marzo, el Gobierno de EE.UU. aprobó $619 millones en equipos militares para Taiwán, incluyendo misiles para sus F-16. En abril, el Gobierno de EE.UU. envió 200 efectivos de sus Fuerzas Armadas a Taiwán para impartir entrenamientos a las fuerzas de defensa de la isla. A eso agreguemos que, en febrero, Japón anunció la compra de más de 400 misiles tipo Tomahawk de EE.UU. valorados en más de $200.000 millones. Estos misiles le dan la posibilidad a Japón de atacar tanto a China como a Corea del Norte. En abril, Blinken y el secretario de Defensa, Lloyd Austin, prometieron a Filipinas que le venderían radares, aviones de guerra y drones militares en los próximos cinco años. Y en mayo, India anunció la compra de drones americanos tipo MQ-9B Sea Guardian, por un monto de $3.000 millones. Todo esto ha sido pactado en 2023 y sugiere que la supuesta “competencia estratégica” de EE.UU. con China es verdaderamente una estrategia de contención o preparación del teatro de guerra para un inevitable conflicto.
A esto debemos sumarle que Alemania se prepara para remilitarizarse, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. En su documento de Estrategia de Seguridad Nacional, publicado esta semana (el primer documento de estrategia de seguridad nacional publicado por Alemania en su historia), señala a China como una amenaza. Y Francia está empujando a la U.E. para imponer mayores impuestos a productos chinos.
Liderazgos inestables
Lo descrito anteriormente es una simple receta para un desastre o desorden internacional. El alarmismo es muy distinto a aquel que vivió el mundo durante la última guerra fría. Durante la guerra armamentista entre EE.UU. y la U.R.S.S., ninguna de las dos potencias dependía de la otra para sostener su economía y el mundo estaba dividido en bloques. Hoy, la interdependencia entre EE.UU. y China es casi total. Y el sistema internacional está atado a ambas súper potencias. Sin embargo, los liderazgos políticos de China y de EE.UU. ya sentaron la narrativa de que la convivencia ideológica de ambos sistemas es imposible.
Por un lado, ante los fracasos del sistema democrático, las elites políticas han señalado al autoritarismo como el culpable de todos los males (y no a la corrupción interna o inflación ideológica y manipulación mediática). Y desde Pekín, Xi Jinping ha convertido la soberanía en una cuestión de vida o muerte para su régimen, obligando al PCC a buscar la reintegración de Taiwán antes del centenario de la revolución. La supervivencia de los modelos políticos antagónicos depende de la victoria sobre el otro. Una victoria pírrica para los intereses de la humanidad. En EE.UU., ambos partidos están abocados a señalar a China como enemigo para ganar votos en las urnas, mientras que a lo interno del PCC son ascendidos aquellos que canten como el emperador. Poco a poco, todos contribuimos al suicidio del orden internacional y lo que predomina es el ego de nuestros líderes y no el interés de nuestros pueblos.