Los asteroides, tan estudiados y admirados como temidos por los catastróficos efectos que un impacto puede generar, tienen también su “día internacional” para sensibilizar a la sociedad sobre los riesgos de estos cuerpos cuando circulan en órbitas cercanas a la Tierra; la ciencia y las grandes agencias espaciales tienen el foco puesto en ellos.
Naciones Unidas fijó el 30 de junio como “Día Internacional de los Asteroides” para conmemorar el aniversario del impacto que tuvo lugar en Tunguska (Rusia) en 1908 y concienciar al público sobre esos riesgos y sobre las medidas que se adoptarían en todo el mundo si hubiera una amenaza verosímil de que uno de esos objetos alcanzara la Tierra.
Los datos de la Nasa revelan que hasta ahora se han identificado más de 16.000 asteroides en órbitas cercanas a la Tierra; hace 10 años, una inmensa bola de fuego que se desplazaba a una velocidad de 19 kilómetros por segundo entró en la atmósfera y se desintegró en el cielo sobre Chelyabinsk (Rusia).
Aquel asteroide medía unos 18 metros de diámetro y pesaba 11.000 toneladas y la energía que liberó en el impacto fue cifrada por la Nasa en unos 440 kilotones -el equivalente a la energía explosiva de 440.000 toneladas de TNT-.
Un año después, y atendiendo las recomendaciones de diferentes sociedades y organismos de unificar la respuesta internacional ante la amenaza que pueden suponer estos objetos, se creó la Red Internacional de Alerta de Asteroides, que cuenta ya con planes de comunicación y protocolos para asesorar a los gobiernos en la evaluación de las posibles consecuencias del impacto de un asteroide y apoyar la planificación de la respuesta.
Y el pasado año la NASA lanzó una misión para intentar -y lo consiguió- por primera en la historia desviar la órbita de un asteroide (el Dimorphos) situado a “sólo” once millones de kilómetros de la Tierra impactando contra él una sonda.
Sobre la admiración y del temor que han provocado durante miles de años los cometas y los asteroides, y sobre la atención que siempre han prestado a estos objetos los científicos ha escrito el investigador Pedro José Gutiérrez Buenestado, científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto Astrofísico de Andalucía (sur).
Autor del libro “¿Qué sabemos de? Cometas y asteroides”, Gutiérrez Buenestado mantiene que el estudio de estos cuerpos puede ayudar a responder muchas cuestiones sobre la formación y la evolución del sistema solar y ha radiografiado en esta obra mucho de lo que se sabe sobre estos “cuerpos menores”, pero también muchas de las incógnitas que quedan por resolver.
En declaraciones a EFE, el investigador explicó que, frente al patrón de regularidad que muestran las estrellas, los cometas (los asteroides no se descubrieron hasta el siglo XIX) que aparecen de vez en cuando en el cielo han despertado siempre mucho interés o que el propio Aristóteles atribuyó a estos cuerpos un carácter ominoso y empezaron a ser considerados como “mensajeros de desgracias”, lo que acrecentó el interés por esos cuerpos celestes “diferentes y raros”.
El científico describió los cometas como los objetos más prístinos del Sistema Solar, por lo que podrían contener información sobre las primeras etapas que tuvieron lugar durante la formación de nuestro sistema planetario, mientras que los asteroides, al residir en la parte más interna del sistema Solar, han estado más afectados por las colisiones y se pueden considerar objetos “de segunda generación”.
“Los asteroides son auténticos trazadores de la evolución dinámica de nuestro planetario; su distribución en el espacio nos da información sobre los grandes movimientos que ha habido en el Sistema Solar”, manifestó el investigador, y observó por ejemplo que gracias a los meteoritos -fragmentos de asteroides- se ha podido conocer que nuestro sistema planetario empezó a formarse hace 4.600 millones de años.
O que los cuerpos pequeños, por su “movilidad” y por las frecuentes colisiones que experimentaban con los planetas en las etapas más tempranas, fueron seguramente los que trajeron el agua a la Tierra. “Si el agua de la Tierra tiene un origen exógeno, lo más probable es que la trajesen los asteroides”, aseguró.
Gutiérrez Buenestado precisó que las colisiones son ahora menos frecuentes que cuando el sistema solar se estaba estabilizando, aunque son todavía posibles, y explicó que alrededor de la Tierra hay una familia “objetos cercanos” y dentro de ella un grupo “que se acerca mucho a nuestro planeta”, los llamados “potencialmente peligrosos”, por lo que ha incidido en la importancia de estar pendientes de ellos de una forma permanente.
Las principales agencias espaciales del mundo tienen en marcha varias misiones para estudiar los asteroides; algunas para tomar muestras de esos objetos y retornar con ellas a la Tierra (la misión OSIRIS-REx de la Nasa o la Hayabusa de la agencia japonesa) y otras diseñadas como misiones “de defensa planetaria” (la misión DART de la Nasa o Hera de la Agencia Europa).
Y el próximo mes de octubre está previsto el lanzamiento de la misión Psyche de la Nasa para escudriñar, tras un viaje que se prolongará durante más de seis años, este gigantesco asteroide metálico, que los científicos creen que pudo formarse en la parte más interna de un gran asteroide “padre” y contribuir a desvelar algunas incógnitas sobre la formación del sistema solar.
EFE