Surge ante una estulta medida de inhabilitación ilegal. El disgusto es comprensible y justificado. Cuando se es ilegalmente impedido, se priva injustamente de sus derechos y oportunidades sin una base legal sólida. Esta situación genera una sensación de impotencia y frustración en quienes son testigos de tan estúpida exclusión.
La indignación ciudadana y rabia política corre por las venas de un pueblo al que se le cercenan sus derechos y esperanza de ser libre. Inhabilitar es decirles a los electores, a todos, que perdieron su derecho a sufragar. En este turbulento, caótico mundo de la política cretina y sin decoro, es difícil no sentirse consternado por las injusticias y el cinismo que prevalece.
La estupidez arbitraria de una inhabilitación ilegal, aumenta la irritación. Cuando la acción se lleva a cabo sin base legal o en contra de las normas establecidas, muestra falta de lógica y racionalidad por parte de quienes la ejecutan. Esto puede exacerbar aún más la indignación de la persona afectada y de quienes están al tanto de la situación.
Puede manifestarse de diferentes formas, desde expresiones de ira e incredulidad, hasta en reproches públicos y congregaciones pacíficas. La sociedad debe rechazar, condenar enérgicamente estas acciones, exigiendo justicia, respeto de los derechos y libertades básicas de la ciudadanía. Canalizando de manera constructiva, buscar mecanismos legales y apropiados para impugnar, revertir la inhabilitación ilícita, lo que implica presentar denuncias, buscar apoyo legal y promover la visibilidad del caso para presionar a las autoridades competentes a corregir la iniquidad y desafuero cometido.
La indignación que se experimenta es respuesta natural. La sociedad debe unirse, actuar en defensa de los derechos, la justicia, y asegurar que se respeten los principios legales y éticos que rigen a nuestras sociedades.
Se observa con irritación cómo líderes se enriquecen mientras el pueblo sufre, se prometen cambios y reformas, pero se entregan migajas; se desprecia la verdad y abraza la manipulación descarada para mantener el poder. ¿Dónde están los principios, la ética, las buenas costumbres, los valores de justicia e igualdad que deberían sustentar nuestra sociedad?
La corrupción es moneda corriente, las promesas vacías la norma y el pueblo abandonado a su suerte, mientras quienes gobiernan y sus socios disfrutan de groseros privilegios y manteniéndose en el poder a cualquier costo.
¿Dónde quedaron los representantes honestos que se preocupan genuinamente por el bienestar de sus conciudadanos? ¿Por qué tantos políticos están dispuestos a vender su alma al diablo con tal de obtener votos o ganancias personales?
Es indignante ver cómo se juega con la vida de las personas, cómo se toman decisiones que afectan a millones sin una pizca de compasión. Los problemas apremiantes, como la pobreza, desigualdad, prestación decente de los servicios públicos y la crisis sanitaria, son relegados a un segundo plano en favor de las luchas partidistas y afán de poder.
La politización de asuntos trascendentales no hace más que dividirnos, y debilitarnos como sociedad. En lugar de trabajar para resolver los problemas, se dedican a pendejadas banales e insignificantes, creando una atmósfera tóxica que solo beneficia a los intereses particulares de las cupulas traicioneras de compromisos.
Sin embargo, hay esperanza en este caos, que aparezcan líderes comprometidos con el bien común, dispuestos a desafiar el statu quo, a luchar por una sociedad justa y equitativa. No obstante, cuando se hacen presentes los inhabilitan con majaderías inventadas, sacadas de un sombrero con excusas y sandeces que causan asombro por lo tonto y falto de inteligencia de sus argumentos.
Hay que dar voz a la frustración y descontento de quienes sienten que sus preocupaciones y necesidades son ignoradas. Es hora de exigir responsabilidad y transparencia a nuestros representantes, que luchemos por un futuro donde la política esté únicamente al servicio del pueblo y no al revés.
@ArmandoMartini