Nutren la lava de ese volcán: una larga historia de inmigración indiscriminada atizada por la conveniencia de mano de obra barata, corriente que ha aprovechado el islamismo radical para infiltrarse; el racismo y la xenofobia que anidan en el corazón de bastantes franceses; la profunda desigualdad socioeconómica que afecta especialmente a los inmigrantes; el completo fracaso de las políticas integracionistas. Este desencuentro es catalizado por la demagogia de los extremismos de izquierda y derecha.
En este marco, asoma con peso sustancial la coraza cultural de árabes, magrebíes y africanos subsaharianos, identitarios entre ellos quienes, aunque legalmente franceses o residentes, rechazan identificarse con la sociedad que los acoge. Existe cohabitación, pero no convivencia en esta yerma y volátil pradera social presta a arder con cualquier chispa.
¿Es una manifestación à la francaise del Choque de civilizaciones de Samuel Huntington? Pareciera que sí, y está en proceso. Hay zonas donde la Sharia ya impera sobre la institucionalidad francesa. Como detalle concurrente, mencionemos que se libra una suerte de batalla de vientres, en la cual la tasa de alumbramientos de las francesas cristianas es superada significativamente por otras progenitoras.
Luce ensombrecido el futuro de Francia. El desafío demanda un consenso firme de Estado y ciudadanos que reencause la convivencia al interior del país y preserve su sociedad en trance de invasión cultural. No obstante, en la visión pesimista de muchos, se conjetura un “destino manifiesto” del islamismo en Francia. Como en la novela de Houellebecq.