El error garrafal qué cometimos los venezolanos en 1998, se debió fundamentalmente a complejos factores sociológicos propios de nuestra particular idiosincrasia, pero entre ellos puede destacarse un profundo odio a la riqueza.
Los ricos y la riqueza fueron objetivos políticos tradicionales desde 1945.
Un rencor macerado se fue acumulando en los sectores populares y fue explotado por políticos irresponsables de la Venezuela moderna.
Crear el sisma social y distanciar los más posible a pobres de ricos, fue una estrategia habitual entre partidos social demócratas moderados.
Los ricos eran un blanco irresistible a la demagogia populista del naciente socialismo democrático populista.
Está práctica dejó la mesa servida al socialismo carnívoro qué Carlos Rangel tanto anunció y temió.
Los venezolanos debimos odiar más y mejor a la pobreza, y no a los ricos o a la riqueza.
Ese fue un craso error fundamental que aguo los polvos de este trágico deslave rojo.
Nuestro deber histórico actual no sólo consiste en desplazar al narcoregimen por cualquier medio posible, sino también en no volver jamás a glorificar la pobreza.
Sobre todo nunca, pero nunca más, volver a justificar la pobreza como noble padecimiento inevitable y providencial.
Una vez odiada a muerte la pobreza y asumida la decisión de acabarla de nuestro territorio, se debe proceder a dilucidar cuáles sistemas económicos son útiles para erradicarla de nuestras vidas.
El socialismo en todas sus variantes, es la mayor y más eficiente fábrica de pobreza de toda la historia universal.
Y la variante castro chavista del socialismo real, es la mayor tragedia socioeconomica que haya podido elucubrar mente venezolana alguna.
Está crisis política es principalmente económica, y su diagnóstico apunta a un punto de inflexión que pudiera tomarnos por sorpresa a todos.
Por tanto, más chavismo o más “socialismo democrático opositor”, no servirá sino para hundirnos aún más, profundo en el agujero rojo de la miseria premeditada que nos imponen desde hace 24 años.
La fórmula efectiva qué ha funcionado en todos los países conscientes, para erradicar la pobreza a nivel mundial, es la magia invisible del libre mercado.
La nueva Venezuela libertaria debe abrir las compuertas al libre comercio, dolarizar formalmente la economía, levantar los controles, aranceles e impuestos restrictivos; respetar las reglas del juego transaccional, acatar las leyes, privatizar las ineficientes empresas públicas, honrar los contratos privados y permitir a los agentes económicos negociar con plena libertad de acción.
Debe iniciarse una cruzada pública de apoyo al pequeño y mediano capital privado.
Debe mercadearse desde los medios de comunicación la cultura del ahorro familiar, de la inversión y del desarrollo individual.
Ser rico, con dinero bienhabido, debe ser bueno, deseable y lograble por medios lícitos.
El país debe admirar a un emprendedor honrado que haya acumulado riqueza con el sudor honesto de su propia frente.
El nuevo estado desarrollista debe promover esta conducta moral entre las clases populares desposeídas.
El nuevo gobierno democrático debe proteger, amparar y fomentar las pequeñas empresas, grupos económicos y personas jurídicas; para qué se puedan especializar en su actividad financiera particular, tal cuál lo hacen los individuos productivos.
El reto macroeconómico de la nueva Venezuela consiste en asemejar más a Singapur y distanciarse lo más posible de Cuba, Nicaragua y Corea del Norte.
Los venezolanos de avanzada somos bien capaces de concretar este sueño posible y transformar definitivamente nuestra inmerecida realidad apocalíptica actual.
Lo otro, sería perdernos.
Miguel Méndez Fabbiani.
Director del Centro Internacional de Derechos Humanos, Justicia y Libertad