El 11 de agosto dará comienzo la temporada 2023-24 de la mayor competición futbolística de Arabia Saudí, la Saudi Pro League. El torneo de la temporada pasada no fue precisamente un éxito de público. Sólo 9.300 aficionados asistieron de media a los partidos. En tres de las últimas cinco temporadas, el máximo goleador ha sido Abderrazak Hamdallah, un marroquí que no ha jugado en ninguno de los mejores clubes del mundo.
Pero esta temporada puede ser diferente. El equipo del Sr. Hamdallah, el Al Ittihad, acaba de fichar a Karim Benzema, ganador del Balón de Oro 2022 al mejor jugador del mundo, procedente del Real Madrid, y a N’Golo Kante, centrocampista estrella del Chelsea.
Cristiano Ronaldo, cinco veces ganador del Balón de Oro, fichó en enero por el Al Nassr, otro club saudí, procedente del Manchester United. El ex extremo del Liverpool, Sadio Mané, se unió a él allí, mientras que el capitán del Liverpool, Jordan Henderson, fichó por el Al Ettifaq. La lista continúa. Los equipos de la liga saudí se han gastado este verano más de 480 millones de dólares en fichajes, lo que los ha catapultado entre los que más gastan en el fútbol mundial.
Los movimientos de la Pro League son sólo una parte de un impulso multimillonario de Arabia Saudí en el deporte mundial, respaldado por Muhammad bin Salman, conocido como MBS, príncipe heredero del país y gobernante de facto. La ambición de MBS es utilizar el deporte para modernizar Arabia Saudí y transformar la percepción que el mundo exterior tiene de este reino desértico de 36 millones de habitantes.
El despilfarro saudí se produce justo cuando la industria mundial del deporte se ve sacudida por la disrupción digital y una nueva ola de inversiones de capital privado. Los cínicos acusan a MBS de proyectos de vanidad y de “lavado de imagen deportivo”, es decir, de utilizar el deporte para blanquear la reputación del país por sus violaciones de los derechos humanos. Los funcionarios saudíes no aceptan estas críticas. Fahad Nazer, de la embajada saudí en Washington D.C., afirma que la idea de que el país está lavando el deporte “no podría estar más lejos de la verdad”. A su juicio, tales afirmaciones apestan a “etnocentrismo”: todo se ha hecho pensando en Arabia Saudí y en sus ciudadanos, no en los occidentales.
Muchos observadores creen que estas medidas cambiarán no sólo Arabia Saudí, sino el deporte mundial en sí mismo, arrebatando la iniciativa a los estirados guardianes occidentales de equipos y torneos e introduciendo una nueva fuerza dinámica. El gasto se viene realizando desde hace varios años, pero hasta hace poco su alcance quedaba oculto por un enfoque disperso. Se han llevado a cabo inversiones y negociaciones en múltiples estratos de la industria deportiva, incluyendo la compra de jugadores, la adquisición de clubes extranjeros, el desarrollo de clubes nacionales y la compra o desarrollo de torneos en el país y en el extranjero.
Estos acuerdos han sido llevados a cabo por un grupo de entidades saudíes, entre ellas el propio gobierno, el Fondo de Inversión Pública (PIF), un fondo soberano, e incluso Saudi Aramco, la empresa petrolera más rentable del mundo. El alcance es impresionante, con al menos 10.000 millones de dólares gastados en media docena de deportes importantes.
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