La escena paranormal los paralizó. Fueron segundos –o minutos– escalofriantes que llevaron a dos uniformados de la Policía en la costa Caribe a sufrir un severo cuadro postraumático, así lo reseñó la REVISTA SEMANA.
La situación los obligó incluso a abandonar la institución y a dejar en pausa sus carreras como servidores públicos. Y aunque el hecho ocurrió en el 2018, los patrulleros Luis Gutiérrez y Emilio Márquez lo llevan tatuado en el alma.
Era la media noche en su turno de patrullaje en el corregimiento Las Piedras, en zona de San Estanislao de Kostka, en Bolívar. Recorrieron en una patrulla algunas calles del pueblo Bayamo, tristemente famoso por una terrible masacre a manos de grupos armados. Y al salir del pueblo comenzaron a ocurrir cosas inexplicables.
Las luces del vehículo se apagaron y creyeron que estaban “salados”, pero luego vino la primera alerta. Cuentan que los sorprendió una supuesta larga lluvia y los destellos de luz que antecedían a los fuertes truenos les permitían, a ratos y por muy pocos segundos, ver el camino. Ya para ese momento, el miedo llegó a la escena. Había algo que no les cuadraba y, según su relato, “algo había en el ambiente”.
Rezaron por algunos minutos hasta que vieron un manto negro que levitaba frente a ellos. Estaba suspendido en el aire a un costado de la vía sin moverse más de lo necesario. Gutiérrez y Márquez, en principio, actuaron como dos policías, desenfudaron sus armas y apuntaron hacia el cuerpo extraño, pero ante la situación, el miedo los paralizó. “El radio del carro tampoco servía, se dañó en ese momento y comenzó a sonar extraño y se prendía y se apagaba”, dijo uno de ellos.
“No pasa nada raro”, eso lo repetían a ver si se lo creían, y en medio de aquel panorama sombrío lanzaron el primer llamado de alto, para que lo que fuera que caminaba cerca de ellos se detuviera como si se tratara de un ladrón. Pero no pasó, no era un delincuente y no levantó las manos; la extraña figura desapareció.
Se bajaron lentamente del vehículo con sus armas de dotación. Cuentan que, para ese momento, el frío del espanto comenzó a apoderarse de ellos.
Los rayos que caían del cielo dejaron entrever nuevamente la silueta negra y fue allí cuando lanzaron la segunda voz de alto, “dijimos ‘alto ahí, quién está ahí’”; si les hubiese respondido lo que quiera que fuera que caminaba o flotaba en el aire, seguro no habrían podido contar la historia. Dicen que el manto no respondió.
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