Ante la muerte de un ser querido, de una mascota o la separación de los padres, entre otros eventos, los niños manifiestan su dolor de forma diferente a los adultos. A qué signos hay que estar atentos. Cuál es la mejor forma de acompañarlos y contenerlos.
Por infobae.com
El duelo y la pérdida son experiencias universales que transitan las personas de todas las edades, incluyendo a niños y adolescentes. Todos hemos experimentado sentimientos como tristeza, bronca, miedo, confusión e incertidumbre tras la pérdida de un ser querido. Cuando esto ocurre sentimos un fuerte dolor y cada persona lo asume y transita de una particular manera. Pero ¿Qué ocurre cuando es un niño, una niña o un adolescente el que tiene que asumirlo?
Muchas veces ellos, más allá de perder a un ser querido, suelen referirse a situaciones que han escuchado u observado acerca de las pérdidas y el dolor.
Las preguntas relacionadas a la muerte comienzan bastante temprano y provocan en general incomodidad en el mundo de los adultos. Los dibujos animados, películas y videojuegos ofrecen experiencias de sensación de pérdida con diversos grados de aflicción: la muerte de una mascota suele ser un ejemplo clásico y bastante recurrente.
“Coco”, “El rey León”, “Intensamente”, “Cómo entrenar a tu dragón” son algunas de las películas más conocidas dirigidas al público infantil que tratan acerca de la muerte y de pérdidas dolorosas como la separación entre los padres. Los niños y niñas observan activamente estos procesos que padecen los personajes y preguntan acerca de ellos, sacando luego sus propias conclusiones.
El duelo es un proceso natural y necesario para la adaptación emocional y psicológica a las pérdidas que padecemos a lo largo de la vida.
El psicoanálisis considera el duelo como un trabajo psíquico complejo. El “trabajo de duelo” lo llamó Sigmund Freud. Implica una serie de procesos internos a través de los cuales una persona elabora la pérdida, desde la negación del primer momento (la sensación de no poder creerlo) hasta su elaboración. El duelo es un proceso individual que requiere de tiempo y paciencia para quien lo vive y para quienes se vinculan con la persona en duelo.
Toda la energía se encuentra dirigida a elaborarlo y queda poco resto para el resto de las cuestiones de la vida. Aunque no existen tiempos universales para superar una pérdida y cada persona lleva adelante cómo y cuándo puede hacerlo, también hay parámetros que pueden ayudarnos a saber si el deudo necesita ayuda.
Los datos clínicos y las investigaciones acerca de la temática apoyan la noción de que los niños y niñas pueden lidiar con procesos elaborativos de pérdida de un ser querido, esto significa que no debe ocultarse o engañarlo.
Frente a una pérdida significativa, ya sea la muerte de un ser querido, una mascota, la separación de los padres, una mudanza o la ruptura de una relación de amistad, entre otros eventos, estos procesos presentan una serie de características diferenciales con respecto a los duelos en adultos que hay que tener en cuenta.
Así es el duelo en los niños
– Hasta los 3 o 4 años el significado de la muerte no se considera como algo definitivo. Muchos niños suelen confundir la muerte con el dormir. Esto no significa que no vivan la pérdida como un dolor crudo ante la desaparición de la persona, la mascota o la situación familiar que cambia abruptamente.
– Entre 4 y 7 años, la muerte sigue siendo un hecho temporal y reversible. Puede haber pensamientos mágicos, como creer que un mal pensamiento de ellos causó la pérdida y pueden esperar que la situación regrese al estado anterior.
– Recién entre los 5 y 10 años, la pérdida es final e irreversible.
Antes de los cincos años los niños y niñas no tienen la posibilidad de comprender los tres componentes básicos de ciertas pérdidas como la muerte de un ser querido: irreversible, definitiva, permanente y universal. En estas edades el dolor se manifiesta como perplejidad y confusión. Por ello, insisten en la pregunta acerca de cuándo volverá la persona o mascota que ha muerto, o qué está haciendo en ese momento o cuándo se reunirán los padres separados de nuevo.
En el caso de la muerte del padre o la madre la experiencia afecta de manera sistémica el mundo del niño. Esta situación se expresa en tres fases: la protesta, que es la aflicción donde el niño o la niña lloran para que la persona fallecida regrese. La desesperanza, luego de algunos días o semanas comienzan a perder la esperanza de que esto ocurra y lloran de manera intermitentemente. En este momento pueden vivir momentos de apatía o anhedonia.
Al final del proceso el niño comienza a lograr renunciar a la idea del reencuentro y muestra de a poco nuevamente interés en el mundo que los rodea.
Lea nota completa Aquí