Hoy se cumplen 45 años de la asunción de Albino Luciani, el último Papa italiano hasta el momento. Su intención era revisar los movimientos financieros del Vaticano. Una monja encontró su cadáver en el dormitorio papal durante la madrugada del 29 de septiembre de 1978. Desde entonces se sucedieron las teorías conspirativas que involucraron a autoridades religiosas con mafiosos y miembros de una logia masónica. Varios investigadores sostuvieron que Juan Pablo I fue envenenado.
Por infobae.com
El 26 de agosto de 1978, veinte días después de la muerte de Pablo VI a los 81 años, el humo de la fumata soltado tras el cónclave vaticano confundió a los 300 mil fieles reunidos en Plaza San Pedro. La voluta gaseosa que se deshilachaba en el cielo romano, surgida desde la Capilla Sixtina, era gris, tirando a negra. Algunos pensaron en un mal presagio. Debía ser blanca, porque un nuevo Papa, el 263°, acababa de ser elegido: Albino Luciani, cardenal patriarca de Venecia. Un rato después, llegó la confirmación. En el balcón de la Basílica de San Pedro, el cardenal protodiácono anunció el Habemus Papam y apareció Luciani, Juan Pablo I, primer pontífice en veinte siglos en adoptar un nombre compuesto, en honor a sus antecesores (Juan XXIII y Pablo VI). Nadie imaginaba, en medio del clamor feligrés, que iba a morir apenas 33 días después, a los 65 años, ni que ese año sería el de los tres Papas (Juan Pablo II fue elegido el 16 de octubre) ni que las sospechas sobre un supuesto magnicidio religioso se expandirían como el humo de la fumata.
El cadáver de Juan Pablo I fue encontrado en su cama durante la madrugada del 29 de septiembre. Las fuentes oficiales de la Santa Sede informaron que había muerto mientras dormía, de un infarto de miocardio, y que había sido hallado por su secretario privado, John Magge, lo que era falso, porque una monja había descubierto el cuerpo sin vida. Se anunció que no se practicaría autopsia: un hiato por el que entrarían numerosas teorías conspirativas, con y sin fundamento. El 30 de septiembre, unas 100 mil personas, que hicieron filas de horas, se despidieron de Juan Pablo I en la sala Clementina del palacio Apostólico. Luego, los restos fueron trasladados hasta la Capilla Sixtina en un impactante cortejo fúnebre; el cuerpo, embalsamado, estuvo expuesto ante el altar de la Resurrección de la basílica hasta el 4 de octubre, cuando se celebró el funeral y se depositó el féretro en las grutas vaticanas.
Las hipótesis del asesinato fueron diversas, pero convergieron en el supuesto móvil: Juan Pablo I tenía la firme intención de auditar las cuentas del Instituto para las Obras de Religión, más conocido como Banco Vaticano, tras una serie de informaciones que lo relacionaban con golpes de Estado, evasión de impuestos y negocios con la mafia y la logia masónica P2, fundada por Licio Gelli.
El hallazgo del cadáver
Durante la madrugada del 29 de septiembre, la monja Vincenza Taffarel dejó, como las treinta y dos mañanas anteriores, una tacita de café en la sacristía para que el flamante Papa lo tomara al levantarse. Después de unos minutos, a las 5.20 am, notó que el pocillo no había sido tocado. Entonces entró en el dormitorio papal. La luz de la habitación estaba encendida, probablemente desde la noche previa. Pero, en este punto, la propia sor Vincenza bifurcó su relato en dos direcciones. Primero declaró que había encontrado al Papa, vestido, en el piso del baño, donde había vomitado. Más adelante, que el cuerpo del pontífice estaba en la cama, levemente inclinado, con los anteojos puestos, rodeado de papeles en desorden. Más allá del inexplicable doble testimonio, las autoridades vaticanas consideraron que era inapropiado que se supiera que una mujer había entrado en el dormitorio papal. Con la supuesta intención de evitar rumores, se ordenó omitir ese hecho o, mejor dicho, falsearlo.
La versión oficial fue que Luciani se había sentido mal durante la noche del 28 y que uno de sus asesores, Diego Lorenzi, le aconsejó que consultara a los médicos. Pero el Papa, según este relato, no quiso molestar ni alarmar a nadie. “Antes de acostarse, mandó llamar al arzobispo de Milán, el cardenal Colombo. Hablaron de la sucesión en Venecia, cargo que él había dejado vacante. Mantuvieron una conversación larga, discreparon acerca del candidato. Después, el Papa se retiró a su cuarto, y poco más puede saberse. Sufrió un ataque al corazón tan fuerte que no tuvo tiempo ni de tocar el timbre que tenía al lado de la cama”, sostuvo Giovanni Maria Vian, historiador de la Iglesia, ex director de “L’Osservatore romano” y autor del libro “Juan Pablo I, el Papa sin corona. Vida y muerte de Juan Pablo I”.
Asesinatos y espiritualidad
Los dos pontificados anteriores, el de Juan XXIII y el de Pablo VI, habían sido de cambios y renovaciones en la Iglesia, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II. En 1978, la muerte de Pablo VI tensó la puja entre sectores conservadores y progresistas. Eran tiempos convulsionados en Italia. El 16 de marzo había sido secuestrado Aldo Moro, ex primer ministro y líder de la democracia cristiana, en un golpe comando de las Brigadas Rojas en el que fueron masacrados cinco custodios de Moro. Las negociaciones entre el nuevo gobierno, liderado por Giulio Andreotti, y los terroristas, que ofrecían soltar a Moro a cambio de la liberación de camaradas encarcelados, no prosperaron. La tensión se mantuvo hasta que los brigadistas asesinaron a Moro. Su cadáver apareció en el baúl de un Renault 4, el 9 de mayo. La convulsión incluía manejos políticos turbios y acciones ilegales de la guerrilla urbana, la mafia y los servicios de inteligencia.
La muerte de Juan Pablo I -hijo de un albañil socialista- ocurrió en un mundo dividido por la Guerra Fría, plagado de actos de espionaje y conspiraciones. “El hecho de que Juan Pablo I muriera al mes de haber sido elegido impresiona mucho. Desde una perspectiva sobrenatural conduce a la reflexión. Si eres creyente, piensas en cómo Dios ha podido permitir que el vicario de Cristo muera. Pero desde otro punto de vista es imposible no pensar que esa muerte haya sido provocada por fuerzas oscuras. Y así todo conduce a inevitables especulaciones. Es un periodo muy convulso de la historia de la Iglesia y del mundo”, escribió el autor español Juan Manuel de Prada.
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