Su carrera fue una de las más extensas de Hollywood. Siete décadas frente a las cámaras. Fue uno de los pocos que logró superar la maldición del suceso precoz: consiguió pasar de ser niño prodigio a actor consumado. Protagonizó una saga juvenil muy exitosa, actuó en una importante adaptación cinematográfica de un clásico del non fiction, lideró durante tres temporadas una serie con mucho rating, fue dirigido, entre otros, por David Lynch. Sin embargo, cuando en el futuro se hable de Robert Blake, se lo asociará al asesinato de Bonny Lee Bakley, su esposa y madre de su hija más pequeña. La mujer apareció muerta de dos disparos en el auto del actor. Estuvo detenido, atravesó un largo juicio en el que se expusieron sus miserias (y las de la víctima) y, cuatro años después del crimen, fue absuelto. Muchos hablaron de un proceso alla O.J.Simpson, de un veredicto en el que la fama del acusado influyó para que el jurado fuera indulgente. Para que las coincidencias sean mayores, un tiempo después un tribunal civil lo encontró culpable y lo condenó a pagar una cifra millonaria en dólares a los cuatro hijos de la mujer.
Por infobae.com
Robert Blake, el que encarnó a Baretta, hoy hubiera cumplido 90 años. El repaso de su vida, ya desde hace unos años, transita más la crónica policial que la de la historia del espectáculo.
La niñez de Baretta
Nació el 18 de septiembre de 1933 en Nueva Jersey. Su nombre real era Michael James Vijencio Gubitosi. Su infancia fue dura. Según contó en varias entrevistas, su madre intentó abortarlo dos veces valiéndose de una percha. Su padre trabajaba de obrero en una fábrica. Era alcohólico y sometía a sus hijos a tormentos y vejaciones constantes. Los hacía comer del piso, si les iba mal en el colegio los encerraba en un armario y hasta abusó sexualmente de ellos.
Debutó en la actuación a los 2 años. Su padre lo llevaba a los parques de Nueva Jersey y lo obligaba, junto a sus hermanos, a representar unos pasos de comedia y a cantar y bailar algunas canciones de moda para que el público espontáneo dejara algunas monedas en su sombrero.
A las 5 ingresó como extra en el elenco de un serial de cine de mucha repercusión en ese tiempo, Nuestra Pandilla (Our Gang), que llevó a la fama a muchos niños actores. Sabía como sobrevivir, y el primer día de rodaje ante las continuas fallas de uno de los niños del elenco que obligaban a repetir las escenas, se acercó al director y le dijo que él lo iba a hacer bien y en una sola toma. El director le dio la oportunidad. Rápidamente se convirtió en el protagonista de la saga. Su nombre todavía era Mickey Gubitosi.
Lo echaron de cinco colegios y le costó bastante terminar la secundaria. Se negó a reclutarse y el ejército lo buscó y lo sumó compulsivamente. El castigo fue un largo servicio militar en el lugar más inhóspito posible: Alaska.
A su regreso estudió en el Actor’s Studio con Lee Strasberg, aunque la relación con el maestro de actores fue tensa y conflictiva. Después volvió a Hollywood. Quería retomar su carrera. En ese momento descubrió que sus antecedentes de actor infantil no servían, que hasta eran un contrapeso. Fue rechazado en varios castings hasta que consiguió trabajo como doble de riesgo. De a poco, ya como Robert Blake, consiguió pequeños papeles en cine y televisión.
Su gran salto se produjo en 1967 con la adaptación cinematográfica de A Sangre Fría, el clásico de Truman Capote. Le ofrecieron muchos papeles y filmó varias películas, pero todas fueron un fracaso. De nuevo el camino se angostaba. En 1974, tras el último fracaso en un film en el que hizo dupla con Elliot Gould, hasta consideró el suicidio. Se internó, según contó tiempo después en una larga entrevista con la revista Playboy, en una clínica psiquiátrica.
El éxito de Baretta
Le ofrecieron protagonizar una serie. Al principio, pese a la necesidad de trabajo y en especial de volver a ganar la atención pública, no aceptó. Lo cierto es que la propuesta no parecía demasiado atractiva: Baretta era la modificación de una serie llamada Toma (un detective callejero maestro del disfraz) que tras una temporada se dio de baja por la renuncia de Tony Musante, el actor principal. Pero la serie que pusieron en su reemplazo fracasó y en medio de la temporada televisiva de 1975, los directivos de ABC pensaron reponerla con otro nombre y otro actor. Una transformación de algo existente (y no especialmente exitoso ni memorable) y en medio de la temporada: no se vislumbraba un gran panorama. A eso hay que sumarle que Blake consideraba la televisión como un ambiente menor, no digno de su talento; cada vez que podía decía que él estaba para cosas mayores. Pero, contra todo pronóstico y hasta contra su actor principal, Baretta se convirtió en un éxito. La cacatúa, los disfraces, buenos casos policiales, la cortina musical compuesta por Dave Grusin (Keep Your Eye on The Sparrow, que a partir de la segunda temporada fue cantada por Sammy Davis Jr por exigencia de Blake que amenazó con romper su contrato si el cantante de color no era convocado) y la solidez interpretativa de Blake eran sus elementos principales. Baretta tenía sus latiguillos que se volvieron célebres y de uso corriente con velocidad. Uno de ellos, o al menos su concepto, fue retomado por Andrés Calamaro en su clásico inoxidable Paloma; el detective solía decirle a sus perseguidos: “No cometes el crimen, si no vas a cumplir la condena”.
En 1978, la serie que venía apagándose gradualmente, fue dada de baja tras la negativa de Blake a renovar contrato. Había ganado un Emmy y un Globo de Oro y consideraba que su trabajo ya estaba hecho. Quería, necesitaba, volver al cine. Y la popularidad de la televisión podía ayudarlo.
El creador de la serie, Stephen Cannell, declaró a la revista People: “El término complejo ni siquiera empieza a describir su personalidad. Si uno está en un proyecto con él, hay que apretarse bien fuerte el cinturón porque el viaje va a ser muy movido, va a haber muchas sacudidas y turbulencias”.
Durante años, su principal ocupación fue participar con asiduidad en los Late Night Shows de la televisión norteamericana. Hablaba sin tapujos de lo que le preguntaran, era muy ácido con sus colegas, sus ideas no eran las que se solían escuchar, era capaz de reírse de sí mismo (en especial de su zigzagueante carrera) y siempre tenía para blandir alguna anécdota sobre peleas y excesos que alimentara su leyenda negra. Alguna vez se cruzó con Orson Welles, al que hasta terminó insultando. Welles, con calma, le respondió: “Seré gordo pero vos sos feo, muy feo. Y yo puedo hacer dieta”. Y suponemos que Orson no se refería nada más que al aspecto físico.
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