Es más que evidente el juego maniqueo del régimen que impera en Venezuela. Según San Agustín “los maniqueos profesaban una universalidad dicotómica. El bien y el mal estaban dentro de todos y todo, incluido Dios. Por lo que afirmaban que existía un Dios bueno y uno malo dentro de un solo espíritu”.
Así tenemos que de un momento a otro, hay en el país “revolucionarios” buenos, como vendrían a ser Maduro y Diosdado Cabello, y por otro lado, los que van triturando progresivamente, como es el caso que ahora encarna Tareck Ei Aissami. Es la rebanadora del chorizo. Se van entrecortando entre ellos mismos, en atención a los pleitos que surjan y que dan lugar a las luchas cainitas entre “revolucionarios”.
A la hora de arrasar con el erario público, la calificación de revolucionario corrupto depende de cómo estén las relaciones de poder entre los implicados en el saqueo de ocasión. Así tenemos que hay “revolucionarios” que antes eran festejados, laureados, celebrados y rescatados en el exterior y ahora son defenestrados, repudiados y estigmatizados como traidores a la “revolución” bolivariana. Está a la mano de cualquier curioso la ruta que han transitado efectivos militares y dirigentes civiles, ocupando ministerios, embajadas, puestos de comando en organismos de inteligencias al servicio del régimen, que ahora están presos o condenados al ostracismo.
Se sabe que en barriadas venezolanas se persigue a mujeres y hombres que antes eran recibidos con alborozo en las agrupaciones “revolucionarias” creadas desde los tiempos de Chávez, pero que ahora, por quejarse de la mala calidad de los pocos alimentos que entregan en las cajas que reparten según la lista que controla el jefe de la localidad, son tachados de “traidores al proceso”. Estamos hablando de familias enteras que son perseguidas en los sectores populares, simplemente por manifestar su disgusto por el incumpliendo de las promesas que terminaron siendo fugases encantamientos que ahora producen decepción y rabia en muchísima gente.
A sus aliados en el Foro de Sao Paulo los tratan según como vayan asumiendo posturas en los escenarios internacionales. Así tenemos, por ejemplo, que al presidente de Chile, Gabriel Boric, Diosdado cabello, lo calificó de “gafo, ridículo y bobo”, facturándole que el Jefe de Estado chileno se haya referido a la crisis humanitaria que padece Venezuela. Antes era un “hermano revolucionario”, hasta que el presidente Gabriel Boric comprendió que esa catástrofe es real, espeluznante y cruel y no una “narrativa falseada” como ha pretendido justificar Maduro el hundimiento del país que desgobierna.
Así ocurre también con periodistas que son acosados si critican las medidas erradas del régimen. La misma mala suerte la experimentan comediantes cuando hacen un chiste que incomode a los jerarcas de la revolución. Similar desenlace han tenido con las megabandas que ellos mismos auspiciaron bajo la consigna de “zonas de paz” y que terminaron siendo núcleos volcánicos generadores de la más cruenta violencia.
Es el doble rasero, es la doble moral, es la representación de la intolerancia y del autoritarismo más rancio.