Conejitas, orgías “asquerosas” y depredadores sexuales: cómo la muerte de Hugh Hefner destapó todas las perversiones

Conejitas, orgías “asquerosas” y depredadores sexuales: cómo la muerte de Hugh Hefner destapó todas las perversiones

Hugh Hefner había montado un imperio, el de la revista estadounidense Playboy y sus negocios concurrentes, y había montado la Mansión Playboy que era domicilio personal y el de las chicas estrellas de la revista, antro de orgías por las que desfilaron personalidades de casi todos los ámbitos de la cultura y la política americanas (Robert Mora/Getty Images)

 

 

 





 

Cuando murió, estalló un escándalo que reveló al mundo lo que el mundo ya sabía, intuía o sospechaba. El tipo era una calamidad, una especie de depredador sexual que había hecho una fortuna con los desnudos femeninos, había montado un imperio, el de la revista estadounidense Playboy y sus negocios concurrentes, había montado una mansión conocida como Mansión Playboy que era domicilio personal y el de las chicas estrellas de la revista, antro de orgías por las que desfilaron personalidades de casi todos los ámbitos de la cultura y la política americanas, cuna de grandes fiestas en las que reinaban el alcohol y la droga y centro de perversión tolerada por esa misma cultura que durante más de sesenta años había tolerado, aplaudido, ensalzado y premiado al inventor del gran negocio.

AlbertoAmato // INFOBAE 

Cuando Hugh Hefner murió, a los noventa y un años, el 27 de septiembre de 2017, quién sabe si era consciente de que los vientos habían cambiado y que lo que le había sido consentido ya no lo era. A su muerte, aparecieron varias memorias de sus “conejitas” o “playmates”, como se conocieron y se conocen a las chicas de tapa, que aparecían desnudas en el interior de la revista y en la página central, desplegable, impresa en mejor papel que el resto. Esas memorias, secuela de unos pocos testimonios anteriores, reflejaron el horror que siempre había rodeado al emporio Playboy y, también, la mansedumbre, la condescendencia y hasta la comprensión que avalaron durante décadas el negocio de Hefner, y sus extravíos sexuales.

Hefner había nacido en 1926, en Chicago. Fue a la escuela, como todo buen hijo de un hogar rígido, estricto, religioso y conservador; hizo la primaria en la Sayro School y la secundaria en la High School de Steinmentz; a los diecinueve años, como buen muchacho americano, se enlistó para combatir en el Pacífico en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Después, estudió psicología en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, dos pequeñas ciudades vecinas unidas por los claustros universitarios, a poco más de doscientos kilómetros de Chicago.

En 1953 era editor de circulación de Children’s Activities, una revista que incluía artículos para chicos, historias de infancia, poemas, historietas, con una tapa ilustrada con dibujos: ese mundo naif se terminaba. La guerra, y la posguerra, habían cambiado para siempre a Estados Unidos. O Hefner lo supo, o tuvo suerte. Soñaba con editar una revista a la que iba a llamar Stag Party, algo así como una fiesta sólo para hombres. Consiguió el capital, reunido entre amigos generosos, y se largó a la aventura con un ojo de pirata y unos ánimos que hacían juego.

En esos años, los desnudos femeninos estaban relegados a revistas pornográficas clandestinas y marginales. Hefner se propuso hacer del desnudo femenino todo lo contrario: exhibirlo, ampliado y en detalle, impreso a todo color, en buen papel y en una publicación al alcance de todo el mundo. Era, también, una nueva mirada sobre la sexualidad de los americanos, sobre el erotismo gráfico y, si se quiere, sobre el hedonismo. No era el hedonismo griego lo que Hefner tenía en mente, sino el hedonismo de Chicago, que había sido la tierra de Al Capone y no la de Aristipo de Cirene.

Con información de INFOBAE