Era una mañana soleada en Zimbabwe (en la región agrícola que luego sería llamada Ruwa, más precisamente). Decenas de alumnos de entre 6 y 12 años de la Escuela Ariel estaban en el recreo cuando se desarrolló el acontecimiento descrito en el episodio 2 de Encuentros, la nueva serie documental de Netflix.
Por Clarín
De repente, una luz encandilante rompió la ociosa calma. Muchos empezaron a correr, algunos se quedaron mirando inmóviles, otros tantos gritaron: “¡OVNIS!”.
Y allí estaban, vestiditos de negro como si fueran buzos, con su cabeza grande y verdosa y sus ojos oscuros, enormes e hipnóticos. Su mandíbula, puntiaguda, tenía forma de “W”.
Habían descendido de naves espaciales. Objetos voladores no identificados de diferentes tamaños con forma de disco y lucecitas que, en su estadío final, permanecían flotando sobre la maleza en las afueras del patio. El espacio, abundante en naturaleza, solitario entre los árboles y la tierra, era ideal para su aterrizaje anónimo.
El sonido de la escena, como el que emanan las flautas.
Kudzanai, Emma, Salma y Lisil eran algunos de los pequeñitos que recibieron su mensaje. Ellos -los aliens- se les acercaron a pocos metros de distancia e ingresaron en su conciencia por telepatía, dejándoles para siempre un mensaje… ecologista.
La misión de los visitantes era la de advertir a este selecto grupo de jóvenes los problemas ambientales que habría en el futuro.
Eran entre uno y cuatro. Ningún nene los tocó. Tras unos diez o quince minutos, Ellos se fueron.
Algunos alumnos les contaron la historia inmediatamente a los profesores, que se perdieron la función por haber estado reunidos en la sala de maestros. Ninguno les creyó. Les dijeron que seguramente había sido un jardinero que andaba dando vueltas por allí.
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