Hay gente a la que no es necesario nombrar con el nombre y el apellido. No son muchos. Algunos, unos pocos, son identificados sólo por el nombre, como si sólo ellos se llamaran así. Dos o tres ni siquiera necesitan eso. Alcanza (y sobra) con sus iniciales. Brigitte Bardot es una de esas excepciones. Ella será siempre B.B.
Por infobae.com
Hoy cumple 89 años. Con algunos problemas de salud, con recurrentes internaciones, vive en su mansión de Saint Tropez junto a Bernard D’Ormale, su marido desde hace tres décadas, y a un millar de animales.
También se cumple medio siglo desde su retiro, que ya duró el doble que su carrera artística. Sin embargo, su legado y su impronta siguen vigentes. Ella sigue siendo Brigitte Bardot.
Fue, junto a Marilyn, el primer sex symbol global. Logró una imposible unanimidad. Todos estaban deslumbrados con ella, todos estaban enamorados de ella, todos la deseaban.
Musa de grandes diseñadores, impuso modas que aún perduran: las mujeres querían copiarla, los maridos querían que sus mujeres se parecieran a ella. Filmó decenas de películas y grabó varios temas musicales exitosos. Se casó cuatro veces, tuvo un centenar de amantes (la mayoría de ellos célebres), pasó por tres intentos de suicidio, fue la “inventora” de Saint Tropez, protagonizó los sueños húmedos de varias generaciones de hombres, pertinaz defensora de los derechos de animales y propagadora de ideas de derecha que le han valido procesos y hasta alguna condena por crímenes de odio debido a sus opiniones.
Pero Brigitte Bardot fue mucho más que todo eso, mucho más que un currículum artístico abigarrado, mucho más que un cúmulo de grandes historias en la que se deleitan los cultores del name dropping, o que un catálogo de variados escándalos.
B.B. es la imagen de una mujer que hizo lo que quiso cuando eso no era habitual. Simone de Beauvoir afirmó que fue la primera mujer y la más liberada de la Francia de posguerra (se podría reemplazar, sin problemas, sin afectar la verdad de la frase “Francia” por “el mundo”).
De Beauvoir escribió un ensayo sobre ella, Brigitte Bardot y el Síndrome de Lolita: “Ella sigue sus instintos. Come cuando tiene hambre y coge cuando tiene ganas. Deseo y placer son para ella una certeza que las reglas y lo que indican las convenciones. No critica a nadie. Hace lo que se le da la gana y por eso es tan desconcertante, tan turbadora”.
Brigitte Bardot nació el 28 de septiembre de 1934. Sus padres eran industriales que gozaban de una sólida posición económica. Brigitte, a diferencia de otros íconos de belleza y sexuales de ese tiempo como Marilyn o Sophia Loren, no provenía de un hogar desarmado o con necesidades. Soñaba con ser bailarina clásica. Ingresó al conservatorio de París pese a la resistencia del padre que no quería que la hija se dedicara al arte. Desde chica se percibió su afán de libertad, su escasa propensión a aceptar el corsé que la época imponía a las mujeres. El comienzo es similar a otros en esos años: alguien se deslumbra con su belleza adolescente y le propone participar en una sesión de fotos. Al poco tiempo está en la tapa de las revistas de moda. De allí al cine. La cámara la ama. Pero primero hubo que derribar la resistencia del padre. Encontró un apoyo impensado en su abuelo: “Si esta pequeña chica se va a convertir en una puta, el cine no será el culpable”. Filma algunas películas y en un casting conoce a Roger Vadim. El director no la elige para el papel pero se enamoran ardientemente. Otra vez el padre: apenas se entera del romance le compra un pasaje a Londres para el día siguiente para que siga sus estudios allí. Brigitte pone la cabeza dentro del horno con el fuego encendido. Su madre logra arrastrarla fuera. El padre cede. Y permite el romance siempre y cuando se casen apenas ella cumpla 18 años.
El año de la explosión fue 1956. Un musical, una comedia y otro film con Louis Jordan que anduvieron muy bien en taquilla e hicieron conocido su nombre y su figura. En todas, como guionista o productor intervino Roger Vadim, su marido. Pero la cuarta de ese año, la que dirigió Vadim, fue la determinante, la que provocó la revolución: Y Dios Creó a la Mujer.
Allí se convirtió en mito. Allí enloqueció a toda una generación. Bailaba con sensualidad, acariciándose a ella misma, transpirada, despeinada, exudando deseo; abría su toalla y abrazaba contra su cuerpo desnudo a un hombre; se besaba con pasión bajo unas ramas secas; caminaba descalza por la playa mostrando su cuerpo perfecto, sin miedos. En Europa se convirtió en un boom. En Estados Unidos sufrió censura, amenazas a los cines que se animaban a exponerla: B.B. trituraba el Código Hays. No tenía nada en común con esas divas sugerentes pero envaradas y más frías que misteriosas que Hollywood había construido durante las últimas décadas.
A partir de ese momento el cine se convirtió en su vehículo. Filmó con Louis Malle, con Godard, con Clouzot y, naturalmente, también con Vadim.
El matrimonio con el director no duró mucho más. B.B se enamoró de Jean Louis Trintignat su compañero en Y Dios Creó a la Mujer. Fue un escándalo. Esa pareja tampoco duró demasiado. Otro intento de suicidio. Mientras los periodistas le adjudicaban romances con cada nombre importante del espectáculo, Brigitte se enamoró y se casó con Jacques Charrier, un actor francés. Tuvieron un hijo. El divorcio otra vez sobrevino con velocidad. Charrier obtuvo la tenencia del hijo (con el que B.B. tuvo escasa y mala relación a lo largo de toda su vida). Más rumores, más amantes fugaces pero célebres.
Uno de ellos dejó, al menos, algunas obras maestras. Salió con Serge Gainsbourg. La primera cita fue un fracaso. Serge, otro ser libre, acostumbrado a correr los límites y a mujeres infinitamente más bellas que él, se cohibió ante la belleza, imponencia y la leyenda de B.B. Al día siguiente la llamó para disculparse por su conducta. Brigitte le dijo que ella era la que había estado poco natural y atada. Comenzaron a salir y B.B. fue la musa que inspiró Bonnie and Clyde y Je T’aime moi non-plus. El ingeniero de sonido contó que durante la grabación de esta última, la pareja se encerró en una estrecha cabina y se tocaron ardientemente mientras hacían la parte vocal. Los gemidos de Brigitte no eran fingidos. Cuando el simple estaba listo, el marido de Briggite impidió su salida. Gainsbourg no se preocupó: al año siguiente la grabó con Jane Birkin. La versión de Bardot recién vio la luz en 1983.
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