Hace casi cien años que la científica estadounidense Barbara McClintock revolucionó la forma en la que comprendemos los genes y el ADN.
Por BBC Mundo
Los cromosomas, dedujo estudiando el maíz, no eran cadenas fijas y estables de información, sino que contenían trozos de ADN que saltaban de un lado al otro.
Estos “genes saltarines” o elementos transponibles, también conocidos como transposones, son fundamentales para comprender, por ejemplo, enfermedades complejas como el cáncer o ciertos trastornos degenerativos neurológicos.
Aunque fueron descritos por primera vez a finales de la década de 1920 por McClintock, la comunidad científica no supo -¿o quiso?- ver su importancia hasta décadas después, y la citogenetista recibió finalmente el Nobel de Medicina en 1983.
Ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por científicos de la Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Hungría ha revelado cómo esos “genes saltarines” afectan al envejecimiento, así como los posibles métodos para frenarlo o ralentizarlo.
Cuando estos transposones se mueven demasiado, y esto ocurre más durante la vida adulta, desestabilizan el código genético, y esa puede ser una de las razones del envejecimiento, concluyen.
En qué consisten los “genes saltarines”
Los transposones son trozos del ADN que tienen la capacidad de extirparse de una zona del genoma e ir a una nueva ubicación. Estos elementos pueden hacer una copia de sí mismos para trasladarse a otras zonas del ADN.
“Pueden ir de un fragmento del ADN a otro lo que, esencialmente, también significa que pueden alterar el funcionamiento de otros genes si se insertan en una posición desafortunada”, explica Nazif Alic, profesor de Genética, Evolución y Medio Ambiente del University College de Londres (UCL).
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