La vida en el río Bravo/Grande: Dos orillas y dos formas de afrontar la migración (Fotos)

La vida en el río Bravo/Grande: Dos orillas y dos formas de afrontar la migración (Fotos)

Migrantes intentan cruzar la frontera con Estados Unidos nadando, el 18 de octubre de 2023 en Piedras Negras (México). Paola (nombre ficticio para proteger su identidad) escanea el río con la mirada. Sus compañeros -un grupo de seis adultos, cinco niños y un bebé en brazos- ya están dentro. El agua les llega hasta la cintura. “Estoy nerviosa, pero yo vine a esto”, dice a EFE la joven, antes de cruzar la última frontera en la travesía desde su natal Venezuela a Estados Unidos. EFE/ Octavio Guzmán

 

Aunque la vida lo ha llevado por varios caminos, Jessie Fuentes nunca ha perdido su conexión con el río Bravo. Antes de jubilarse, montó un negoció de renta de kayaks en su nativa Eagle Pass y esperaba dedicarle toda su energía al dejar de trabajar.

Sus sueños se vieron frustrados cuando el gobierno estatal de Texas, bajo el liderazgo del ultraconservador Greg Abott, colocó kilómetros de concertina, contenedores y maquinaria pesada sobre la frontera con México para “reforzarla” y cortó el acceso al río desde el principal parque público de la ciudad.

La gota que rebasó el vaso llegó este verano, con la instalación de una barrera flotante de boyas de 300 metros en medio del rio para dificultar  el cruce de migrantes. Fuentes, quien trabajó durante años como profesor de secundaria, decidió demandar al gobierno estatal.

“Destrozaron todo el lado americano y estás atrapado. Ya no hay lugares donde puedas salir al río que sean propiedad pública, convirtieron esto en una zona de guerra”, lamenta a EFE el tejano, sentado en el porche de su casa, lleno de carrillones que suenan al ritmo del viento.

A la demanda de Jessie se sumó después el gobierno de Joe Biden, buscando que los tribunales obliguen a Abott a retirar las boyas y generando un conflicto legal a escala nacional.

Un grupo de migrantes cruzan el río Bravo para ingresar a la frontera con Estados Unidos hoy, desde la ciudad de Matamoros (México). Un grupo de más de 50 migrantes entró por la fuerza desde México a Estados Unidos este martes tras derribar a elementos de la Guardia Nacional estadounidense y la alambrada de púas que colocó el Gobierno de Texas en el río Bravo, en una nueva muestra de la desesperación que viven en el límite entre ambos países. EFE/Abraham Pineda/MÁXIMA CALIDAD POSIBLE

 

“Aquí hay una guerra; no entre México y EE.UU., sino entre el gobierno federal y estatal y se siente como estar en medio de ese fuego cruzado”, señala Fuentes.

A través de la llamada operación “Lone Star”, en la que el gobierno estatal ha inyectado más de 4.500 millones de dólares desde 2021 (según la estimación de medios locales), Abott no sólo fortificó la frontera en ciudades como Eagle Pass, sino que también la militarizó.

Decenas de efectivos de la Guardia Nacional del estado, al igual que agentes del Departamento de Seguridad Pública patrullan día y noche las orillas del río, montados en camionetas, tanques, helicópteros y lanchas.

Toda esta seguridad no ha impedido que decenas -incluso cientos- de migrantes crucen el río Bravo (Grande, en México) cada día y se entreguen a las autoridades migratorias estadounidenses, pero sí lo ha hecho más complicado y arriesgado.

Los propios agentes estatales denunciaron en unos correos filtrados a medios estadounidenses a mediados de año que se han encontrado a migrantes con profundos cortes en la piel por la concertina, además de cadáveres en el río junto a áreas donde no hay alambre.

“Tenemos a decenas de personas que quieren pedir asilo llegando a Eagle Pass y responder a ellos con una presencia militar es algo completamente erróneo”, señala Amérika García, una activista local que inició una vigila mensual para recordar a las personas que han muerto intentando cruzar el río.

Además de los alambres y la militarización, a García le preocupa el impacto que la retórica y las acciones del gobierno republicano puedan tener en el tejido social de su comunidad, donde más de un 90% se identifica como latino.

“Me inquieta que las personas no quieran ayudar a alguien por ser hispano” o que se lo piensen dos veces antes de dar agua o comida a un migrante, señala.

Migrantes intentan cruzar la frontera con Estados Unidos nadando, el 18 de octubre de 2023 en Piedras Negras (México). Paola (nombre ficticio para proteger su identidad) escanea el río con la mirada. Sus compañeros -un grupo de seis adultos, cinco niños y un bebé en brazos- ya están dentro. El agua les llega hasta la cintura. “Estoy nerviosa, pero yo vine a esto”, dice a EFE la joven, antes de cruzar la última frontera en la travesía desde su natal Venezuela a Estados Unidos. EFE/ Octavio Guzmán

 

Un idilio distópico

Al otro lado del río, en la localidad mexicana de Piedras Negras, la realidad física de la hostilidad hacia los migrantes se funde con el paisaje ilídico -a veces distópico- de la zona.

Desde el puente internacional se ven ya los contrastes: un grupo de tortugas nadan perezosas bajo el agua a menos de cien metros de una fila de personas que cruzan el rio agarradas de la mano.

A orillas del agua, la ciudad mexicana tiene extenso parce, con paredes decoradas con murales, bancos, árboles y una cancha de baloncesto.

El suelo es de asfalto, pero llegando al río se convierte en césped, donde se sientan familias a asar carne en barbacoas portátiles, parejas de novios y niños que acaban su jornada escolar y comentan los chismes del día. Nada que ver con el otro lado del río, donde los estadounidenses no pueden disfrutar de su orilla.

Conforme avanza la tarde, van bajando grupos de migrantes al parque de Piedras Negras, que ajustan sus mochila y pasan hacia EE.UU., cruzando la última frontera de un viaje que los ha llevado por selvas, otros ríos y desiertos.

Esta escena se repite con tanta frecuencia que muchos habitantes de Piedras Negras ya se han aprendido el guión.

“Yo trato de darles información (a los migrantes) sobre dónde tienen que ir y dónde es más fácil pasar”, cuenta Carla, sentada junto a su hijo de siete años en una de las bancas.

Fotografía del borde de la frontera con Estados Unidos el 18 de octubre de 2023 en Piedras Negras (México). Paola (nombre ficticio para proteger su identidad) escanea el río con la mirada. Sus compañeros -un grupo de seis adultos, cinco niños y un bebé en brazos- ya están dentro. El agua les llega hasta la cintura. “Estoy nerviosa, pero yo vine a esto”, dice a EFE la joven, antes de cruzar la última frontera en la travesía desde su natal Venezuela a Estados Unidos. EFE/ Octavio Guzmán

 

Una vez, relata la mexicana de 30 años, acompañó incluso a una joven venezolana a cruzar: “Me dijo que tenía miedo. Cuando llegamos al otro lado me dio la ropa que se quitó cuando pasó, para que la recordara”.

Un vendedor de helados detiene su carrito, hace sonar las campanas que lleva en el asa y grita a los migrantes, todos venezolanos, que ya van por la mitad del río: “¡Agárrense bien y no se vayan a soltar que la corriente está fuerte!”

Antes de que llegaran los tanques y la concertina, muchos mexicanos del estado de Coahuila, donde está Piedras Negras, traían a este parque sus kayakas o canoas para participar junto con estadounidenses en competiciones anuales que organizaba Jessie Fuentes. La última de ellas tuvo lugar en 2019.

A Fuentes se le iluminan los ojos al recordar el concurso: “Era algo bien bonito”.

A sus 62 años, el estadounidense dice que tiene fe en que volverá a ver el río sin alambres, sin muros y sin militares.

“En mi corazón yo lo siento y ese día, el día en que saquen todo, ahí voy a estar”. EFE

Migrantes intentan cruzar la frontera con Estados Unidos nadando, el 18 de octubre de 2023 en Piedras Negras (México). Paola (nombre ficticio para proteger su identidad) escanea el río con la mirada. Sus compañeros -un grupo de seis adultos, cinco niños y un bebé en brazos- ya están dentro. El agua les llega hasta la cintura. “Estoy nerviosa, pero yo vine a esto”, dice a EFE la joven, antes de cruzar la última frontera en la travesía desde su natal Venezuela a Estados Unidos. EFE/ Octavio Guzmán

 

El activista Daniel Watman (c), permanece encadenado en defensa del parque binacional hoy, en la fronteriza Tijuana (México). Bajo el lema de ?¡Amistad sí, muro no!?, cuatro activistas se encadenaron este miércoles al muro fronterizo en la zona de la playa en la fronteriza Tijuana, en el norteño estado mexicano de Baja California, en protesta por la instalación de una nueva valla de casi 10 metros de altura y las afectaciones que esto provocó al Parque Binacional de la Amistad. EFE/Joebth Terríquez

 

Fotografía de boyas instaladas en el agua para impedir el cruce de migrantes, el 18 de octubre de 2023, al borde de la frontera con México en Eagle Pass (Estados Unidos). Paola (nombre ficticio para proteger su identidad) escanea el río con la mirada. Sus compañeros -un grupo de seis adultos, cinco niños y un bebé en brazos- ya están dentro. El agua les llega hasta la cintura. “Estoy nerviosa, pero yo vine a esto”, dice a EFE la joven, antes de cruzar la última frontera en la travesía desde su natal Venezuela a Estados Unidos. EFE/ Octavio Guzmán

 

Fotografía fechada el 18 de octubre de 2023, donde se aprecian los alambres con púas puestos en la frontera de Eagle Pass en Texas (EE.UU.). Texas demandó este martes al Gobierno del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, por permitir que los agentes de la Patrulla Fronteriza corten el alambre de púas colocado por ese estado en su frontera con México. EFE/Octavio Guzmán
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