Luis Eduardo Martínez: La fuerza de la política vs. la política de la fuerza

Luis Eduardo Martínez: La fuerza de la política vs. la política de la fuerza

Actualmente el portaviones USS Eisenhower de EE.UU. se encuentra en el mar Rojo, al sur de Israel, acompañado por un crucero con misiles guiados, dos destructores, más de 90 helicópteros, aviones de combate y 2.300 soldados operándolos, y 5.000 marineros. Esta semana, el Pentágono reveló que un submarino de clase Ohio (de propulsión nuclear), con más de 154 misiles tipo Tomahawk, cruzó el Canal de Suez. Y el portaviones más moderno de EE.UU., el USS Ford, que entró en servicio tan solo en 2022, se encuentra en el Mediterráneo, con tres barcos de defensa contra misiles balísticos, otras 75 aeronaves de combate y cerca de 6.000 soldados. El USS Mount Whitney (una embarcación de comando de una flota, con oficinas e instalaciones de comunicación) se unirá al USS Ford en el Mediterráneo, y las USS Bataan, USS Carter Hall, USS Hudner y USS Carney se unirán próximamente al USS Eisenhower. Estas naves se suman a los más de 45.000 soldados americanos que ya se encuentran en el medio oriente, en países como Kuwait, Catar, Bahrein, Irak, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.

Adicionalmente a toda esta muestra de fuerza, el presidente Joe Biden solicitó al Congreso de EE.UU. más de $100.000 millones para proveer asistencia militar a Israel y Ucrania. En cualquier otro punto de la historia de la humanidad, esta política de uso de la fuerza hubiese doblegado a cualquier adversario. Tan solo imaginemos que un F-22, solo uno, puede cargar entre 2 y 6 bombas de más de 1.000 kg. Las bombas tipo JDAM más potentes (Joint Direct Attack Munition) tienen un radio de destrucción de hasta 800 metros del punto de detonación y una precisión de impactar directamente a un objetivo con un margen de error de 5 metros. Ahora imaginemos 150 aeronaves equipadas con suficientes municiones como para aplanar 720 km2 con una sola salida.

A pesar de los éxitos de la política de fuerza de EE.UU. empleada por la mayor parte del último siglo, los adversarios del orden mundial construido por las potencias de occidente han descubierto que más puede la fuerza de la política, que la política de la fuerza. Por más de una década Rusia, Irán y China han librado una guerra dentro de los entornos de información de occidente, con mayor éxito que sus mecanismos de defensa. Agentes iliberales lograron instalar diversos malware en nuestras democracias. No hay ejército, fuerza aérea ni naval en el mundo que nos defienda ante la vulnerabilidad expuesta: la ignorancia de nuestras poblaciones es la mayor amenaza a la paz internacional. La seguridad nacional del futuro dependerá de la protección de nuestros entornos de información.





Guerra de información

Desde la década de 1980, EE.UU. y sus aliados (OTAN) han exitosamente y abiertamente ejecutado operaciones de guerra de información. Estas operaciones de información no son algo que occidente haga particularmente de manera clandestina. La misma OTAN define la guerra de información como “una operación realizada para obtener una ventaja informativa sobre el oponente”. Para la OTAN, la guerra de información es parte de la guerra convencional y busca “controlar el propio espacio de información, proteger el acceso a la propia información, mientras se adquiere y utiliza la información del oponente, destruyendo sus sistemas de información e interrumpiendo el flujo de información”. En esta definición de la OTAN podemos observar que se describen operaciones de defensa del entorno de información propio y de irrupción táctica del entorno de información del enemigo. Para la OTAN, la guerra de información trata sobre la manipulación de información, para que el enemigo tome decisiones en contra de sus intereses.

Tras las “revoluciones de colores” a principios del siglo XXI (Yugoslavia ,Georgia, Ucrania y Kirguistán, entre 2000 y 2005), la “primavera árabe” (en Túnez, Libia, Egipto, Yemen, Siria y Baréin, entre 2010 y 2012), y las protestas en contra del régimen de Putin entre 2011 y 2013, el Kremlin identificó el entorno de información como la mayor vulnerabilidad interna y mayor objetivo militar externo. El Gobierno ruso, en 2013, señaló a oenegés como Freedom House y Open Society Foundation, entre otras, y a los medios de comunicación de occidente, como The Guardian, BBC y The Wall Street Journal, de formar parte de una operación de información para promover estas “revoluciones” e instigar desestabilización en países del bloque exsoviético. El régimen del Ayatolá en Irán y el Partido Comunista de China, de la misma manera identificaron esta amenaza en el espacio informático, que estaba siendo explotada por occidente para promover la democracia y el liberalismo. La respuesta de los iliberales fue la doctrina Gerasimov.

En 2013, Valeri Gerasimov, el actual jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia y primer viceministro de Defensa, publicó en una revista de defensa rusa (Military-Industrial Kurier), un artículo en el que señaló que “el rol de los medios no militares para lograr objetivos políticos y estratégicos ha aumentado y, en muchos casos, han superado en eficacia el poder de la fuerza de las armas”. Gerasimov promueve en su artículo una filosofía en donde el campo de batalla no divide lo civil de lo militar. Los negocios, los medios de comunicación, las redes sociales, la cultura, el entretenimiento, la educación, los alimentos, la energía, todo es un campo de batalla legítimo. El objetivo central de la doctrina Gerasimov es provocar un estado de caos permanente en el estado adversario. Un detalle espeluznante de la doctrina Gerasimov es la propuesta del jefe del Estado Mayor de lograr una relación de operativos de información por cada efectivo militar de 4 a 1. Es decir que para Gerasimov, Rusia debería emplear (o emplea ya) alrededor de cerca de 4,5 millones de operadores civiles de información como parte de sus esfuerzos en este nuevo campo de guerra total. Esta nueva doctrina fue empleada en 2014, en las elecciones presidenciales en Francia, y durante la primera invasión de Rusia a Ucrania; en 2015, en las elecciones en Escocia, Finlandia y en Siria, para desacreditar a los Cascos Blancos; en 2016, para provocar caos en las elecciones presidenciales de EE.UU. y las elecciones del Brexit en el Reino Unido; y en 2017, en las elecciones en Francia, España e Italia. Para Gerasimov, la guerra no es la continuación de la política por otros medios, como acuñó Clausewitz, sino más bien que la política es la continuación de la guerra por otros medios.

‘Malware’ en democracia

El que parece el golpe de gracia de la guerra de información librada por actores iliberales contra el orden mundial construido por occidente y liderado por EE.UU. fue el dado a raíz del ataque terrorista de Hamás el pasado 7 de octubre. El público mundial ya tenía presente las imágenes de las protestas en contra de las reformas judiciales de Netanyahu y la represión en la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén; ahora se señala la contradicción de las condenas de EE.UU. a los bombardeos rusos, pero el silencio ante la destrucción de Gaza; en año preelectoral para EE.UU., Alemania y la Comisión Europea, “occidente” quedó arrinconado ideológicamente, sin escapatoria: o quedan expuestos como imperialistas o quedan expuestos como países que no cumplen acuerdos de seguridad. Pase lo que pase, EE.UU. y Europa pierden la batalla ideológica contra los iliberales.

La doctrina Gerasimov y su implementación revela que nuestras democracias fueron literalmente invadidas por actores e ideas externas con el propósito de producir caos. El populismo en las Américas, el relativismo ideológico en EE.UU., la glorificación de las emociones por encima de la razón, son un malware que hackeo el sistema operativo de nuestras democracias. Una contradicción que causa la parálisis del sistema o su autodestrucción. Hoy no se puede apoyar a Israel, sin ser un desalmado; ni defender a los civiles palestinos, sin ser un amante del terrorismo. No se puede abogar por el libre comercio, sin ser un explotador; ni exigir regulación del Estado, sin ser un comunista. Ser una persona razonable y centrista es defender el statu quo y por lo tanto un enchufado de la élite contemporánea. Estas polarizaciones no son coincidencia y fueron el producto de más de una década de desinformación, manipulación de medios, financiamiento de saboteadores, financiamiento de campañas extremistas, filtración de informaciones confidenciales, esfuerzos multilaterales, manipulación legal, promoción de ideologías radicales, etc. Las debilidades de la democracia han sido explotadas de manera total para provocar el colapso de su funcionamiento. ¿Cuándo fue la última vez que nuestros gobiernos gobernaron? No siempre fue así, pero el éxito de la guerra de información y la doctrina Gerasimov y sus pares en el PCC y la Guardia Revolucionaria de Irán indica que fue hace mucho.

Seguridad nacional del futuro

En 1949, durante su discurso inaugural, el presidente de EE.UU., Harry Truman, detalló su programa de gobierno y el enfoque del nuevo orden mundial liberal. Pero, sobre todo, Truman subrayó la mayor amenaza de la seguridad del futuro: “…la pobreza es una desventaja y una amenaza, tanto para ellos como para las zonas más prósperas…” Para Truman, la pobreza era tierra fértil para gobiernos autoritarios y estos un régimen de gobierno propenso al conflicto militar, como fueron la Alemania nazi y el Japón imperial. El plan de Truman era evitar el inicio de una tercera guerra mundial a través de la promoción de la democracia (gobierno que resuelve conflictos de manera pacífica) y el libre comercio (para generar prosperidad y subsanar la amenaza de la pobreza).

Albert Einstein bien dijo “información no es conocimiento” y T.S. Elliot denunció: ¿Dónde está todo el conocimiento que perdimos con la información? Hoy debemos refinar nuestra estrategia y considerar que la ignorancia y susceptibilidad a ser manipulados, no la pobreza material, es la mayor amenaza a la seguridad internacional. El Estado deberá, al igual que con el mundo físico, establecer las fronteras del entorno de información nacional y defender los límites establecidos. Pero, sobre todo, la sociedad civil deberá decidir. La soberanía de nuestras naciones depende de dejar a un lado lo relativo y decidir. Entender que sí hay ideas que no son aceptables o que son foráneas. La población deberá permitir la regulación de la información y el Estado deberá empoderar al individuo para defender el entorno de información libre de manipulación. Nunca olvidemos que “moral y luces son nuestras primeras necesidades”.