León Sarcos: Confucio, la sabiduría en la palabra

León Sarcos: Confucio, la sabiduría en la palabra

Una definición estética y unas pocas frases pueden revelar la esencia del espíritu de un sabio. La belleza: Lo que asciende, planea, y luego suavemente regresa al nido… 

Hoy no interesa progresar, sino ganar. No espero encontrar un ser humano perfecto. Me contentaría con hallar uno solo de principios. Pero es difícil tener principios en estos tiempos en que la nada pretende ser algo, y lo vacío pretende estar lleno…

Un caballero come sin llenar su vientre; escoge una morada sin exigir comodidad; es diligente en su trabajo y prudente en su andar; busca las compañías de los virtuosos para corregir su propio proceder. De un ser humano así puede decirse en verdad que tiene deseos de aprender…:





El que conoce la verdad no es igual al que la ama… Quien, revisando lo viejo, aprendió el camino nuevo, puede considerarse un maestro… Cuando se honra a los muertos y se mantiene viva la memoria de los antepasados remotos, la virtud de un pueblo se halla en su plenitud.

Religión y filosofía 

Algunos historiadores de las religiones las agrupan grosso modo en tres grandes familias: las proféticas, donde ubican al judaísmo, al cristianismo y al islam; las místicas, a las que pertenecen el hinduismo y el budismo; y las sapienciales, el taoísmo y el confucianismo, que más que de religiones, se trata de filosofías.

Confucio (551-479 a.C), es el creador de esta última. Conocido en China como Kongzi, es decir Maestro Kong. Ese es su apellido, su nombre es Qui, y su nombre social de cortesía Zhongni. Nació en la dinastía Zhou, en el Estado de Lu –la actual ciudad de Qufu, en la provincia de Shandong–. Confucio fue un gran pensador, político y educador, de los últimos tiempos de los Reinos Combatientes (770-476), fue fundador de la escuela filosófica conocida como confucianismo.

Según Elías Canetti, su dicha, que nunca termina, es aprender. Su interés por lo antiguo se centra siempre en fenómenos humanos y sirve para organizar la vida. Su propensión al orden llega muy lejos, y su carácter ritual acaba integrándose completamente a su persona. ‘‘No se sentaba sobre una esterilla mal colocada’’. Tenía olfato para las distancias y sabía respetarlas.

Los textos canónicos chinos

Según Zao Zhenjiang, catedrático de la universidad de Pekín, Confucio vivió en la China antigua hace más de dos mil quinientos años, cuando en Europa empezaron a despuntar las culturas de Esparta y Atenas y Rómulo fundaba la ciudad de Roma. Con él se inicia la tradición canónica en la historia de China. 

Todas las grandes culturas milenarias poseen sus propios clásicos. Así como el cristianismo tiene sus libros sagrados expresados en los Evangelios, en China se ha establecido a lo largo de más de dos mil años un sistema completo de textos clásicos en cuyo centro se encuentran las seis obras refundidas por Confucio, materia obligatoria en la formación de la nobleza, a saber: 

El Libro de las Mutaciones o Zhou Yi, trata el estudio del devenir a imitación de las mutaciones cósmicas y ayuda a la gente a convivir armónicamente con la naturaleza; el Libro de los Documentos o Shangshu, consigna los documentos de las dinastías Xia, Shang y Zhon y facilita el conocimiento de la historia y la continuación de la tradición de los antepasados; el Libro de las Odas o Shi Jing, una recopilación de 305 poemas, cuya función es encauzar las emociones de los hombres para lograr la armonía de su corazón.

Además de esos tres, están el Libro de los Ritos o Liji, que ajusta las relaciones entre los hombres, es el estudio de la conducta; el Libro de la Música o Yuejing, ayuda a comprender la música de la antigüedad, además de fomentar la comunicación social y la amistad, y las Crónicas de las Primaveras y Otoños o Chunqiu, el más importante, refundido por Confucio basándose en una crónica del ducado Lu. Se trata de una crítica a la sociedad y cuyo estudio ayuda a distinguir lo justo de lo injusto.

Después de Confucio, el estudio de los clásicos siempre ha sido el núcleo tradicional elogiado como “el principio de las humanidades’’. Para los chinos, los clásicos se han convertido en la fuente de la cosmovisión, concepción y sabiduría de la vida. En esos clásicos pueden resumirse las cinco enseñanzas confucianas básicas: benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y responsabilidad.

De acuerdo con el profesor Zhenjiang, pese a que la tradición le atribuye al Maestro los textos clásicos que constituían la base de la educación de la nobleza, lo más probable es que Confucio no fuera el actor de libro alguno. Solo en el titulado Analectas se recrean aforismos, retazos de conversaciones y breves anécdotas –algunas apócrifas–, y descripciones del maestro y de sus discípulos directos, así como citas de los clásicos de la cultura china de la antigüedad.

 Analectas

A lo largo de los siglos no ha existido ninguna obra de filosofía, literatura, política o historia de China que no haya recibido su influencia. Ningún investigador podría adelantar un verdadero conocimiento de la cultura tradicional china ni comprender el mundo interior de los chinos de la antigüedad, sin conocer a profundidad Analectas.

Los Diálogos de Confucio –como los cita Canetti– constituyen el retrato espiritual completo más antiguo de un hombre. Se leen como un libro moderno: no solo es importante aquello que contienen, sino también todo aquello que les falta. A través de ellos conocemos a un hombre muy completo, pero no a un hombre cualquiera. Es un hombre atento a su propia ejemplaridad, y deseoso en influir en otros a través de ella.

Cada uno de sus rasgos, y los aquí consignados son numerosísimos, posee un sentido. A partir de un orden no estricto y sin ningún principio configurativo identificable, se pone de manifiesto, globalmente, una criatura que actúa de manera increíble, que piensa, respira, habla, enmudece y que, sobre todo, es un modelo.

Un culto, como todo culto, moldeable en el tiempo

El culto que se ha rendido a Confucio por más de 2.000 años a través de la historia de China, ha sido un culto móvil que se desplaza, para bien o para mal de su imagen y pensamiento, en función, primero de los emperadores y cuando estos se fueron para siempre, por los distintos gobiernos revolucionarios del siglo XX.

Ambos han hecho uso de su pensamiento. Los primeros para convertirlo en una especie de religión de Estado, solo impuesta parcialmente para su utilización, en la sagrada obediencia a la autoridad, con menoscabo de conceptos vitales de su doctrina, como la justicia social, la política como prolongación de la ética y la obligación moral de los intelectuales de criticar a los gobernantes –aun a riesgo de su propia vida– cuando opriman a sus súbditos.

La consecuencia de esa manipulación ideológica fue que, por largo tiempo, muchos chinos cultos y de espíritu liberal llegaron a conectar espontáneamente su imagen con el oscurantismo y la opresión.

En el caso de los movimientos revolucionarios del siglo XX, casi todos inicialmente han sido anticonfucianos. Hasta que, en 1978, con Deng Xiaoping, las cosas empezaron a cambiar a partir del gran viraje económico hacia la economía de mercado, cuando comenzó a operarse un acentuado cambio de actitud hacia el éxito en los negocios y el comercio internacional, que ha llevado a algunos expertos a hablar de capitalismo confuciano, por ser su doctrina base cultural importante de crecimiento y progreso de los tigres asiáticos y de la China moderna. 

Quién fue en verdad Confucio

En un lucido prólogo a una de las ediciones en español de Analectas, Simón Leys, escritor, sinólogo, e historiador del arte, nos ayuda a precisar: igualmente ha acontecido con la imagen personal del maestro, se ha creado una idea convencional del personaje clásico, el viejo venerable de barba rala, siempre formal, pomposo, ligeramente aburrido, que lleva la moderación demasiado lejos, cuando en verdad Confucio era un entusiasta hombre de acción, que sorprende constantemente con sus actuaciones:

El maestro era un aficionado a las actividades externas. Era un consumado deportista, experto en el manejo de caballos, practicaba el tiro con arco, y era aficionado a la caza y a la pesca. Era también un audaz e inagotable viajero, en una época en la que los viajes constituían un desafío. En ocasiones, se vio sometido a peligros físicos y escapó con dificultad a emboscadas preparadas por sus enemigos políticos. 

Mucho se ha especulado a lo largo de los siglos. ¿Cuáles son las contribuciones y en qué orden colocar los aportes de Confucio y su afirmación a la ética humanística, a la fraternidad universal, al amor entre los seres humanos, la armonía y la paz? 

Durante más de 2.000 años, Confucio fue exaltado a la gloria como el Primer Maestro Supremo, en su fecha de nacimiento –el 28 de septiembre–, celebrada en China como el día de los Maestros. Pero tal reconocimiento puede ser considerado irónico para otros que consideran que fue un aspirante a político con un final infeliz. 

Se afirma, y Elías Canetti acompaña esta consideracion, que lo más impresionante en Confucio, con ese suntuoso arsenal ético, humano y filosófico, especialmente durante su periodo de peregrinación de ciudad en ciudad, es su falta de éxito. Difícilmente –dice el autor del otro proceso de Kafka–, lo hubieran podido tomar en serio de haber llegado a ser ministro y ejercer su cargo en algún lugar. Confucio se desentiende del poder como un hecho consumado: solo le interesan sus posibilidades.

En octubre de 1994, el Partido Comunista Chino y sus máximas autoridades, organizaron un gran Simposio para celebrar los 2.545 años del nacimiento de Confucio. El principal orador fue el primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew. Aparentemente invitado porque sus anfitriones deseaban saber cómo se puede conciliar un régimen autoritario con una economía de mercado y, aparentemente, la doctrina Confucio podría ser clave para impulsarlo.

El Confucio de nuestros días 

El Confucio que hoy sobrevive es primariamente un nombre que hace evocar una palabra, silencio solemne, reflexión, idea, pensamiento que se integra en un modelo de ser humano y se convierte en doctrina filosófica y sapiencial que integra parecer y ser.

A partir de ahí nace, fundada en Analectas, en primer lugar, una nueva visión del ser humano; una visión de la política; una visión de la educación, y al final, sobre la base de una nueva cultura, entonces, una nueva visión de la economía y del mundo.

Confucio, creó un modelo humano, a partir de sus enseñanzas extraídas de Analectas, que parten del uso del lenguaje, de la instrumentación certera y diáfana de la palabra en casi todos los oficios humanos donde intervienen el cuerpo y el espíritu. Suelta la palabra al viento sin ego y la vigila en silencio hasta que ella misma se hace responsable del compromiso que le dieron sus alas.

Por eso su aversión a la elocuencia tan propia de nuestra herencia española y tan bien reproducida por el mestizaje latinoamericano que Canetti nos recuerda en uno de sus magníficos ensayos:

Teme que el uso fácil y corriente las debilite. La vacilación, la reflexión, el tiempo que precede a la palabra lo es todo; pero también el momento que la sigue. En el ritmo de la pregunta y la respuesta aislada hay algo que acrecienta su valor.

Confucio aborrece la palabra rápida de los sofistas, el juego verbal apasionado. Lo que cuenta no es el impacto de la respuesta veloz, sino el ahondar de la palabra en busca de responsabilidad.

Sus edificaciones aforísticas son verdaderos monumentos que incentivan a la vida, a la búsqueda de un horizonte para ser y hacerlo mejor:

*La creación ininterrumpida es el cambio.

*El mejor camino comienza con los primeros pasos.

*Entristécete porque tú no conoces a los seres humanos.

*Exígete mucho a ti mismo y poco a los demás.

*Lo que quiere el sabio lo busca en sí mismo; el vulgo en los demás.

*El silencio es el único amigo que jamás traiciona.

*El hombre superior es persistente en el camino cierto.

*Si un pájaro te dice, que debes estar loco, debes estarlo, los pájaros no hablan.

*Donde hay educación no hay diferencias de clases.

*Aprende a vivir bien y sabrás morir bien.

Confucio y la política

Si alguna frase le encaja a la perfección a Confucio, es aquella que dice: lo que te hace grande es que no hayas llegado. Para un ser humano para quien la política era una continuación de la ética y confería a la moral la fuerza primera de un gobernante para mantener el prestigio y el respeto de su pueblo, la representación del poder tenía que ser sagrada, totalmente opuesta a lo bellaca que es hoy.

El gobierno es sinónimo de rectitud. Si el rey es honesto, quién se atrevería a ser deshonesto. El gobierno es de los hombres no de las leyes. Hasta hoy día, esta sigue siendo una peligrosa grieta en la política tradicional china, según Leys.

Confucio desconfiaba profundamente de las leyes. Para él estas invitan a las personas a volverse tramposas y sacan lo peor de ellas. La verdadera cohesión social se garantiza no mediante normas legales, sino mediante la observancia del ritual, pero ritual entendido como costumbres, usos civilizados, convenciones morales e incluso decencia.

Confucio, en ejercicios pedagógicos con sus discípulos, afirmaba: mi primera tarea como gobernante sería rectificar los nombres… Si los nombres no están a la altura de las realidades, el lenguaje no tiene objeto. Si el lenguaje no tiene objeto, la acción se vuelve imposible y por ello todos los asuntos humanos se desintegran y el gobierno se vuelve sin sentido e imposible.

De acuerdo con Leys, bajo la apariencia de reivindicar su pleno significado, Confucio le dio un nuevo contenido a los viejos nombres. El concepto de caballero, por ejemplo –el hombre ideal de Confucio– originalmente significaba aristócrata, miembro de la elite social: uno no podía convertirse en un caballero, solo podía haber nacido caballero. 

Para Confucio, por el contrario, el caballero es miembro de la elite moral y esta es una cualidad ética, lograda mediante la práctica de la virtud y fortalecida a través de la educación. Todo hombre debería esmerarse en conseguirla, aunque pocos lo logran. Solo los caballeros son aptos para gobernar.

Canetti considera que, sobre la naturaleza del poder, Confucio no parece tener noción alguna. Esta noción la transmitirán sus adversarios ulteriores, los legalistas. Solo han elaborado una ciencia del poder aquellos pensadores que lo aprueban. De sus discípulos, el más interesante de estos conocedores del poder que lo valoran positivamente fue Han Fei Tse, que vivió 250 años después de Confucio. 

Los pensadores que trabajan –como es el caso de Confucio– con modelos, a duras penas penetran su esencia. La aversión que les produce es tan grande que prefieren no ocuparse de él; temen que los contamine: su postura tiene algo de religiosa. Esta afirmación me hace recordar a la señora Yourcenar, quien decía que para hacer política y salir ileso se necesita ser un santo. ¿Quién en el poder, en el mundo actual, puede querer en su entorno uno o varios apóstoles? De antemano se sabría desplazado y of course condenado al infierno.

Quiénes podrían aproximarse a estos dos aforismos que siguen, en el mundo del espectáculo y de cintas amarillas que resguardan miles de escenas de crímenes y de ilícitos en el mundo del poder, donde también desaparecieron las finas líneas que separaran los principios del  grotesco cambalache populista.

*El caballero aprecia la justicia; el hombre común aprecia lo que lo beneficia.

*El verdadero caballero es aquel que solo predica lo que practica.

*Un caballero debe avergonzarse de que sus palabras sean mejores que sus actos.

Confucio y la educación 

Cuando la naturaleza prevalece sobre la cultura, se tiene un salvaje; cuando la cultura prevalece sobre la naturaleza, se tiene a un pedante; cuando naturaleza y cultura están en equilibrio, se tiene un caballero.

Cuando Confucio concedió exclusivamente el gobierno y la administración del Estado a los caballeros, estableció un vínculo apretado y duradero entre educación y poder político que hoy se ha extendido a la economía, con el fortalecimiento de un nuevo modelo de intercambio que ha permitido a algunos autores, como Kahn, acuñar el término de capitalismo confuciano.

El objetivo de la educación es principalmente moral; el logro intelectual era el único medio para cultivarse éticamente. Para Confucio había una convicción omnipresente en el extraordinario poder de la educación, que al ser aplicado dogmáticamente durante la revolución cultural, se convirtió en excesos al atribuir todas las desviaciones de conducta a la falta de educación.

Lo más importante en la educación era su esencia humanista y universal. Lo vital, a decir del maestro, no es la información técnica acumulada ni la profesión especializada, que también son útiles, sino el desarrollo de la propia humanidad.

Confucio viene a ser, después de más de dos milenios, uno de los precursores de la contracultura tecnológica. Es decir, la concepción radical opuesta a la hegemonía tecnológica, la otra postura extrema de hecho, que crea una contradicción que los pensadores y gobernantes del presente no hayan o no les interesa resolver. 

El capitalismo confuciano

El principal insumo del proceso económico mundial, sin lugar a dudas, lo constituye el ser humano; y el grado sostenido de crecimiento, diversificación del aparato productivo, la calidad del producto y el éxito de los negocios dependen en buena parte de la alta moral, y de la cualificación profesional y técnica de quienes dirigen y operan las economías de las distintas naciones.

En este sentido, no estaban equivocados los dirigentes del partido comunista chino cuando en 1994 convocaron el famoso simposio para celebrar los 2.545 años del nacimiento del gran sabio chino, a objeto de dar impulso a las reformas iniciadas por Deng Xiaoping, con su famosa frase lo importante no es si el gato es blanco o amarillo, lo importante en que cace ratones, en un giro paradójico al celebre dicho del maestro sobre la rectificación de nombres.

Revivían así, la elite política china, la doctrina cultural confuciana que ya producía sus bondadosos resultados en la primera generación de los llamados tigres asiáticos: Singapur, Taiwán, Corea del Sur y Hong Kong, hoy de nuevo parte de la China continental. 

En la actualidad, los ojos del mundo están puestos en China y su espectacular crecimiento económico sostenido en las últimas dos décadas, que algunos expertos atribuyen en buena parte a la influencia de las ideas confucianas en el comportamiento empresarial. Varios economistas argumentan que ha nacido un nuevo tipo de capitalismo que, dada su vitalidad, debe ser seguido con atención por occidente, especialmente por América Latina.

A pesar de que se ha dicho que la teoría del capitalismo confuciano es una explicación culturalista del crecimiento acelerado de algunos países asiáticos, en mi opinión tiene un peso determinante entre muchas otras razones de ese progreso.

Ese nuevo capitalismo confuciano se asentaría sobre valores explícitos en la cultura de esos países, como la autodisciplina, el ahorro, las aspiraciones educacionales, la dedicación a la familia, y el respeto por el orden y la autoridad. 

La noción de capitalismo confuciano supera la idea de la ética confuciana que, por un lado, es capaz de crear personas dedicadas, motivadas, educadas y responsables y, por otro lado, promueve un compromiso de identidad organizacional y lealtad a determinadas instituciones.

Especial atención merecen las cinco virtudes (Wuchang), que han contribuido a crear ethos en el comportamiento; Ren (benevolencia), Yi (rectitud y justicia), Li (rituales y reglas de conducta), Zhi (sabiduría) y Xin (confianza). 

Entre estas, la que más impresiona a los empresarios de occidente que visitan China con intenciones de negocios y más se menciona en los manuales de las empresas de Europa y Estados Unidos en las últimas tres décadas, es Li (rituales y reglas de conducta). 

El capitalismo confuciano, sin duda, es el potencial imperio del mundo, al que solo separa de tal distinción lo complicado del idioma y la ausencia de libertad, asuntos que la misma creatividad y tendencia natural del ser humano terminarán por vencer con el tiempo. Tiananmén será en la historia uno de los actos precursores de la nueva democracia.

Reflexiones finales

El escritor español Jesús Ferrero tiene un amoroso prefacio a una de las versiones en español de Analectas que me animó a este epílogo, en el cual parafraseo ligeramente dos de sus párrafos. Ferrero me contagió su emoción, su estética y el consagrado respeto que profesa al Maestro cuando visitó Qufu, la ciudad donde nació y el cementerio donde está enterrado:

Estuve en Qufu en 1997. Se trataba de una ciudad de provincia pequeña y bastante hospitalaria. Por la noche cuando todos salían a cenar se creaba una atmósfera muy agradable, que a uno le daban ganas de quedarse allí. Uno de los lugares más interesantes de Qufu es su cementerio, ya que allí todos se consideran descendientes del Maestro. El cementerio es en realidad el frondoso, húmedo y vasto camposanto de la familia Kong o familia de Confucio. 

Nada más al entrar al cementerio –confiesa Ferraro– después de cruzar una larga avenida de cipreses casi milenarios, se experimenta una mareante situación de eternidad. La interminable sucesión de losas escritas, algunas de hace siglos, otras recientes, de flores muertas, de fragancias de incienso, de árboles de copas verdinegras, formando densas arboledas… de pájaros –cuervos, urracas, mirlos–, te libera por unos instantes del sentido de realidad y sientes que formas parte de un sueño: el de la rueda del deseo girando incesante y generando vida y muerte al mismo tiempo a lo largo de cientos de generaciones: por un instante de una densidad irrepetible, formas parte de la familia Kong. 

No conozco ningún sabio –dice Canetti– que como Confucio haya pensado tan seriamente en la muerte. Cuando sus discípulos le preguntaban sobre ella se negaba a responder. ‘‘Si aún no se conoce el origen de la vida, ¿cómo se podría conocer la muerte? Jamás se ha pronunciado una frase más apropiada sobre el tema. Él sabía que todas las preguntas de este género apuntan a un periodo posterior a la muerte.